¿Cuándo dejaremos de llamarle El Pote?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

ana junquera

Mis hijos ponen cara de pez cuando me oyen que quedo con una amiga en El Pote y observan que la cita se cumple con precisión en la puerta de un hotel

23 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando mi abuelo hablaba del Leirón a mí se me ponía cara de pez y mi cerebro tenía que resetear toda la información que manejaba del callejero coruñés sin conseguir dar con aquella ubicación. No teníamos navegador en el coche, pero tampoco habría podido llegar con las coordenadas con las que se manejaba mi abuelo, que igual te citaba en una plaza de toros que no existía como en un cine Doré que no asomaba por ninguna parte. Claro que ahora son mis hijos los que ponen cara de pez cuando me oyen que quedo con una amiga en El Pote y observan que la cita se cumple con precisión en la puerta de un hotel en el que no hay ni rastro de ese lugar.

No sé cuándo los fantasmas desaparecen definitivamente, pero yo no sabría navegar por mi ciudad sin esa enorme cantidad de referencias que no salen en el callejero y que desde luego agilizan los encuentros. Si digo Barros, nadie falla en la cita, pero si digo el cine Coruña, tampoco. O el cine Goya… Esos misterios de los lugares que no son, pero que siempre están nunca sabes cómo los va a manejar un coruñés, que es capaz de quedar todavía hoy en Bambuco aunque hayan pasados décadas y ya no se compren discos. No sabes qué negocio va a funcionar con ese código y cuál será su influencia. Es otra de las peculiaridades de estos sitios que nos enclavan. Por eso aún hay quien queda en la acera de Zumolandia o se cita en el Pryca, que por precio y calidad, consiguió enseguida situarnos para siempre, pese al poco tiempo que duró en lo que ahora es Carrefour.

No le sucedió así a El Pote, que en el año 67 se levantó en Juan Flórez, en la esquina con Médico Rodríguez, y fue todo un hito para los que crecimos en los setenta y ochenta. Ocho plantas de grandes almacenes, la primera escalera mecánica y una juguetería que quitaba el sueño a todos los niños de entonces. Por eso no ha desaparecido de nuestro vocabulario particular que busca la economía de esfuerzos y trata de optimizar los resultados cuando se trata de encontrarnos gracias a nuestro código coruñés. El mismo que ha incorporado estos últimos días a Hildita, que después de sesenta años, nos ha dejado sin esas deliciosas pastas. La pastelería ha cerrado, sí, pero su nombre ha entrado por la puerta grande en esa terminología que nos ubica a los coruñeses y que tardará muchos años en desaparecer. Mis hijos, al menos, ya no ponen cara de pez si les digo ese nombre y apuesto que los hijos de mis hijos lo escucharán alguna vez aunque sea para extrañarse como yo cuando mi abuelo me hablaba de los bailes del mítico Leirón. Mientras tanto, ustedes y yo quedamos en El Pote.