Nunca tanta vida tuvieron los bancos de los parques y plazas de esta ciudad. Nunca tanto café bebimos. Ha tenido que llegar una pandemia, el cierre de la hostelería, el cierre de las fronteras municipales, para que hayamos convertido los bancos de Méndez Núñez en las escaleras del MET de Nueva York. Como si lleváramos años esperando a que circular por la calle con el vaso del café, una de las cosas más incómodas que ha inventado el hombre, se normalizase.
Contaba Michelle Pfeiffer que en el rodaje de Scarface sobrevivió a base de café y Marlboro. Así estaba de delgada, claro, enfundada en aquella maravilla de vestuario. Cigarro en una mano y vasito de cartón en la otra, no sé si están muchos coruñeses afrontando la insana dieta de Pfeiffer, con mucho menos glamur y sin vestidos de raso, hay que decir.
Me cuenta una amiga que ella y su marido organizan de vez en cuando su propio botellín. Que no es otra cosa que tomarse una cerveza en una plaza, claro. Como felices convivientes y usuarios de mascarilla que son, están protegidos por el DOG. Sepultados por las restricciones, dudas y boletines oficiales, hemos convertido las plazas en cafeterías, los bancos en barras, colándonos por las escasas rendijas de aire fresco que nos deja esta situación terrible en la que, me cuenta una librera, hemos encontrado otro refugio: los libros, a los que (habrá que esperar a conocer balances de ventas) nos estamos acercando más. Tal vez sería más sano convertir en bibliotecas los parques. A la Elvira de Scarface le habría ido mejor con un libro entre las manos. Y para leer, además, no hace falta quitarse la mascarilla. Las autoridades sanitarias deberían recomendar encarecidamente la lectura como tabla de salvación. También en los parques.