La fuente del puro mosto

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

CARRAL

El director de La Voz se pierde por los valles de Carral en plena vendimia para armar una casi elegía del lagar, la vendimia y «os vellos costumes da aldea»

08 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Avanzan los carros por las corredoiras camino del lagar, llevando como una ofrenda las pipas llenas de uvas, cubiertas con lienzos blancos. Hay que aguardar la vez para torcer, y mientras tanto, se habla de las cosechas, del tiempo, de la guerra». Es el mes de san Miguel de 1918. El director de La Voz se pierde entre las viñas de Carral. «Diríase que las vides son en Veira, en Barcia, en Sumio, un elemento decorativo, un encanto meigo de este prodigioso valle», detalla en un reportaje que titula «La fuente del puro mosto», un pequeño viaje que se sumerge en «os vellos costumes da aldea».

Se acerca octubre y «la vendimia [...] va ya adelantada». No es lugar en el que se haga «industria del cultivo del vino», sino que «cada labrador guarda para consumo propio el caldo de sus viñas. Y solo cuando llegan el día de la fiesta, la Nochebuena, el antroido, los vecinos que más obtuvieron o los que más ahorraron venden algunas cántaras a aquellos otros que ya a tales alturas se han quedado sin gota». Y sin embargo, esas vides «festonan los emparrados la linde de los caminos, asoman por sobre las cercas, contonean los agros, sirven de toldo rumoroso y poético a los caminos hondos, trepan por los árboles y enlazan sus pámpanos lujuriosos con los álamos a orillas del río». Inundan el paisaje.

Sus frutos van a parar a «la enorme máquina, que pudiera parecer un espantable instrumento de tortura» y que, al contrario, no es sino «el más jocundo símbolo de estas bucólicas otoñadas aldeanas, en las que todo ofrece, en la naturaleza como en las almas, notas de melancolía y de paz». Cuando empieza a funcionar, «por el ancho tablero de la prensa, por su vertedero negro y como empapado del mostillo dulzón, corre a través de los siglos, igual que un río de salud y de alegría fecundante, todo el vinillo honradamente puro, fresco, ligero y cantarín de estas tierras fértiles».

Las fauces del bebedor eterno

Es «como un monumento rústico y alegórico de un culto pagano», con sus maderos «salpicados por el estrujón brutal que apisona la uva y siempre secos como las fauces del bebedor eterno». Diríase que en cualquier momento lo asaltase «un Baco de monteira y cirolas, churrusqueiro y sensual».

«Pero en el lugar todo es quietud. La luz se filtra con polvillo de oro por entre las tejas, como tamizada por los sutiles cortinajes que las arañas tejen en lo alto», y allá, «en el extremo donde el espesor de la viga es mayor, gira chirriando con vaga melopea el fuso brillante y repulido por los años», mientras la concha, «una fuerte pieza de ameneiro, cumple la misión de rosca, sin la cual el fuso no podría hacer su oficio, y al pie, amarrada y retenida por primitivos y fuertes artificios de muescas y tornillos, pende la piedra enorme que, uniendo su pesadumbre a la de la viga ciclópea, aplasta, macera, exprime bajo una compuerta bien acuñada con leños, los racimos recién cortados, hasta dejar [...] el orujo formando un costrón del cual ni gota de vino sale ya...».

La cosecha es buena. «Unas 125 o 150 pipas de a 30 cántaras». Parece que ha terminado de estrujar, pero «la prensa venerable no tiene reposo. Movido por fuertes brazos, sube el fuso elevando a prudente altura la piedra, que luego irá bajando por sí sola, muy poco a poco, como la viga, a medida que la pirámide de uvas vaya soltando su rico zumo en las tinajas».

«Diríase que el espíritu sano y el vigor físico de esta raza se sostienen [...] por obra y gracia de este vino de las viejas cepas gallegas, confortador, puro, quitadoriño de penas...», dice el director justo antes de estampar su firma, a la vieja usanza, al final del texto: «Alejandro Barreiro».