Entre el pelete y el biruje coruñés

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

ANGEL MANSO

10 ene 2019 . Actualizado a las 10:07 h.

Ha sido leer el titular de mi compañero Alberto Mahía poniendo en alza la palabra biruje y de repente me ha parecido que esa sensación tan coruñesa me invadía por todo el cuerpo. Es verdad que nosotros no solemos quejarnos del frío, básicamente porque no lo sufrimos en exceso, pero en cambio hay una generación abonada al biruje atlántico de esta esquina. Un término que ya empieza a ser viejuno y que nos sitúa de manera muy clara en una experiencia térmica que no nos cala. El biruje no hiela, no nos paraliza, aunque tiene ese punto desagradable que le pone normalmente la suma del viento. Por eso hay días de verano en los que también hay biruje, y en los que no se para en alguna de las calles en las que sopla el nordés.

Claro que esta palabra tan de aquí y que define con tanta precisión esa mezcla de aire y poca temperatura es impensable en la boca de un coruñés que tenga 20 años. A los más jóvenes el biruje no les ha levantado jamás de una de las terrazas de cualquier lugar de nuestra ciudad. Ese término sopla en quienes han superado algunas etapas más de la vida, y en algunos casos hasta diría que la palabra biruje la combinan bien con el pelete. Que es un frío más seco, que ya no siempre va acompañado de viento y que, como su propio nombre indica, parece que pela más. El pelete jamás le cortará el rollo a un adolescente de 14 años; primero porque su fogaxe (término también que solo maneja una madre) les permite andar por la calle en manga corta y con el ombligo al aire, aunque sea pleno diciembre. Y segundo, porque para ellos el lenguaje es mucho más rotundo, como todo en la vida a esa edad, o hace un frío «que te cagas» o un calor «que te cagas», pero no sufren ni con el biruje ni con el pelete. Que tampoco, todo hay que decirlo, es que nos obligue habitualmente a abrigarnos hasta las orejas. Ni siquiera a los que viven en Los Rosales o en la cumbre de Monte Alto, que son los que de verdad parapetan el auténtico biruje coruñés.

Hay calles en las que no da el sol, como en el barrio de A Gaiteira, y calles en las que el biruje se ha instalado para la eternidad, aunque sea en pleno mes de julio. El de Rubine es un biruje polar como el de Pondal, o el de Rúa Nova; el del Ventorrillo, el de la ronda de Outeiro (donde estaban los multicines Chaplin), algunas zonas de Juan Flórez, el de San Roque, en el principio de San Andrés, en la esquina de Labañou con esa Ronda, que es un remolino que siempre nos despeina.

En Coruña el biruje es un fenómeno meteorológico constante digno de análisis. Por eso hay quienes se echan a pasear estos días a los centros comerciales, aunque allí hay poco que rascar estos días porque las tarjetas botaron lume y ahora están heladas. De frío polar.