Las lágrimas de una Patti Smith grandiosa

A CORUÑA CIUDAD

Patti Smith en su concierto del Noroeste en la playa de Riazor
Patti Smith en su concierto del Noroeste en la playa de Riazor ANGEL MANSO

16 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No tenía la intención de volver a hablar aquí del festival Noroeste. Ruego al lector desinteresado por el tema que me disculpe por la insistencia. Pero es que lo que se vivió el viernes pasado en la playa de Riazor merece, quizá, estirar un poco el fuego que muchos aún tenemos dentro. Ocurre pocas veces. Ocurre cuando te encuentras de golpe con la grandeza. Ocurre cuando algo te deja casi sin palabras. Y lo de Patti Smith nos dejó primero sin ellas. Pero luego nos obligó a revisar un diccionario entero para capturar con sujeto, verbo y predicado lo que en realidad fue un meneo total en la fibra sensible de miles y miles de personas.

«No quiero ver más conciertos en mi vida, algo como esto no creo que lo pueda volver a igualar jamás». Me lo decía, en una de esas exageraciones que produce la turbación, uno de los chicos que está haciendo prácticas en el periódico este verano. Veintipocos años. Por edad le tendría que tocar el Callaíta de Bad Bunny, pero con Patti Smith sintió toda una revelación. Se trata de la misma sacudida que los de mi generación experimentamos viendo a Prince en el Santa María del Mar, en 1990, y a Neil Young o Robert Plant en el Estadio de Riazor, en 1993. Lo sublime sobre un escenario. Una anilla más en la cadena.

Todo fue perfecto el viernes pasado. En Riazor había miles y miles de personas. Más allá de las guerras de cifras (muchos sostienen que las más de 60.000 personas que apuntó el Ayuntamiento son una exageración), de lo que no había duda es que había muchísima gente. No se recuerda algo similar. Además, con temperatura agradable y una buena parte del público acudiendo con la expectación de un acontecimiento, algo que confirmó la artista en cuanto empezó el concierto.

Sonó Wing y, ¡uau!, la garganta de Patti Smith la clavaba. El corazón la empujaba. Y sus manos se encargaban de expandirla. Como si los dedos esparcieran la magia, esta se extendió cual polvo plateado en la noche. Hubo de todo. Belleza. Nervio. Lirismo. Estruendo. También, por supuesto, repertorio, oficio y maestría. Pero, además de ello, algo intangible: el clic, el latido simultáneo, la sensación (maravillosa) de conexión total con la artista.

Uno la había visto en Vigo en el 2010. Entonces me decepcionó. Tuve la sensación de estar ante una artista de enorme pasado tirando de piloto automático en el presente. Esta vez ocurrió todo lo contrario. Patti vivía esas canciones. Todo ello se trasladó a la arena. Emocionándonos y emocionándose ella. Tal fue así que, al término del concierto, bajó del escenario entre lágrimas mientras los fans agotaban los suspiros. Quizá ahí se encuentre la respuesta a los que preguntan estos días por el futuro del Noroeste, un festival que con artistas así es aún más grande.