Varios sintecho de se refugian por la noche debajo de la pérgola del Matadero, en A Coruña

Emiliano Mouzo A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

EMILIANO MOUZO

A uno de ellos le incendiaron el piso y fue apuñalado en As Lagoas el año pasado

30 sep 2020 . Actualizado a las 09:41 h.

Once de la mañana de este martes. Los bancos de la pérgola del mirador del Matadero, en donde se ubicaba el chalé de los Mariño, estaban llenos de restos de bocadillos, envoltorios de galletas, cartones de leche, botellas y hasta maquinillas de afeitar. Debajo de los asientos se almacenan más de veinte bolsas.

Tres bultos negros se observan desde lejos en el suelo. Son tres personas. Tres hombres que duermen sobre cartones y alfombras raídas, cubiertos por una especie de sacos de dormir.

Uno de ellos se despierta. Es Antonio, de 53 años. Cuenta que es de A Coruña y que en marzo del año pasado ardió su piso, ubicado en As Lagoas, y recibió una puñalada de una mujer que vivía con él. Antonio dormía desde hacía un mes en el centro social Padre Rubinos, «pero un día llegué hora y media tarde y me sancionaron con mes y medio sin poder ir por allí», indicó.

Antonio tiene solicitadas todas las pagas sociales, incluso la del mínimo vital, «pero todo lo que dicen los políticos es un cuento. Yo no he recibido nada», subraya.

Asegura que no tiene para comer, por eso acude a veces a la Cocina Económica, y que también le ayudan algunos amigos «que les hice favores cuando era taxista y a algunos hasta los recogí y les di de comer y de dormir en mi casa», recuerda.

Antonio está enfermo. «Soy alcohólico», reconoce. Y debido a esta adicción está intentando que una asociación lo acoja durante seis meses para hacer terapia de rehabilitación «en una residencia que tiene en A Zapateira».

El hombre está muy triste y desesperado. Y no es para menos, ya que se encuentra a la espera de recibir una importante suma de dinero por el incendio de su piso, pero no ha ingresado nada aún. Según él, las diligencias por el incendio de su piso se van a archivar, porque la supuesta pirómana, la mujer que vivía con él en el momento en que ardió, «murió en Ávila y ya no hay a quién reclamar», explica.

Al lado de Antonio duerme otra persona que también se despierta. Este hombre de 36 años es más parco en palabras. Quiere mantenerse en el anonimato y tan solo indica que es vecino de Oleiros. Explica que trabajó en su día en Correos. Pero se niega a contar los motivos por los que ya no está en la empresa. 

«Tengo familia, ¿para qué?»

Asegura que tiene familia, pero se pregunta «para qué; no quieren saber nada de mí». Y comenta con muy poca convicción que intenta buscar un lugar para dormir «porque ahora, aquí a la intemperie ya se nota mucho el frío». Dice que desea trabajar o recibir alguna ayuda económica de los servicios sociales.

Durmiendo en la pérgola del mirador del Matadero también está otro hombre de 40 años, saharaui. Afirma que lleva varios años residiendo en A Coruña y que ha trabajado de todo en ese tiempo: «De panadero, albañil, en mantenimientos...», pero ahora está de nuevo sin empleo y «sin blanca».

Pero a pesar de su difícil situación, este sintecho no quiere ni oír hablar de un refugio, de una vivienda social: «¿Para qué una casa?», se pregunta. Y subraya: «Aquí estoy bien». Ni tampoco quiere oír la palabra ayuda: «Solo Dios y la Virgen me pueden auxiliar», afirma tajante, dando por finalizada la conversación.

Tras la charla, Antonio y sus dos compañeros sin techo que se refugian en la costa del Matadero se asean en una fuente cercana, también utilizan las duchas de la playa y los aseos urbanos.