Esta coruñesa tiene más armario que Carrie Bradshaw

Mila Méndez Otero
MILA MÉNDEZ REDACCIÓN / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Vítor Mejuto

Un vestidor único. La colección particular que Ana González-Moro comenzó a partir de una herencia de su abuela es una clase de moda que también habla de los cambios sociales que experimentó la mujer a lo largo de las décadas

10 ene 2021 . Actualizado a las 22:29 h.

En la ficción, la columnista neoyorquina Carrie Bradshaw tenía uno de los armarios más envidiados de la televisión gracias a su vestuario en la serie Sexo en Nueva York. En la vida real este honor le corresponde a Ana González-Moro. ¿Quién es ella? Esta vecina de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) de 84 años y con raíces en A Coruña, donde vivió de joven y de donde es gran parte de su familia, desarrolló desde niña un tacto especial hacia las prendas de su abuela. Su afición fue ganando popularidad y Ana comenzó a atesorar más y más modelos únicos que le iban cediendo familiares y conocidos. Fue así como, sin pretenderlo, acabó reuniendo más de mil piezas. «Yo no soy coleccionista, pero sí tengo una gran colección. Las cosas me vinieron así, a los 12 años. Mi abuela me dio unas cosas que tenía en un arcón de esos antiguos de cedro», sonríe recordando su infancia al otro lado del teléfono. La última vez que estuvo en Galicia fue en noviembre, para asistir a la presentación de la exposición Vestir épocas. 1860-1960, que se puede visitar en el Museo de Belas Artes de A Coruña hasta el 14 de marzo. 

PIEZAS DELICADAS

El museo de A Coruña reúne 300 piezas, todas del fondo familiar de Ana, desde complementos a zapatos o vestidos. La mayoría tienen un vínculo con Galicia, donde las vistieron sus propietarios. Es la muestra más ambiciosa de su colección en cuanto al volumen. La primera vez que sus trajes sirvieron para ilustrar el arte de la costura y el papel de la industria textil en la comunidad fue en la exposición Con fío en Galicia, que estuvo en la Cidade da Cultura en el 2016. Después, otra selección pasó por el Thyssen en Sorolla y la moda, en el 2018. «Fue cuando visité el Museo del Traje de Madrid cuando me di cuenta del valor que tenía lo que guardaba en casa. Es una vivienda antigua muy grande -aclara Ana?, con buhardillas y muchos armarios y baúles. Regresé al cabo de un año, después de la inauguración, que fue en el 2004, y le llevé fotos de las prendas que tenía en casa a la directora del museo. Se quedó sorprendida. A mí me sirvió de mucha ayuda porque me enseñaron a manipularlas, conservarlas y transportarlas. A base de personas que entienden, he ido aprendiendo. He cometido verdaderos disparates, como meter en agua clarita con lejía los trajes blancos. Es mejor dejarlos como están», explica. Su abuela, «una mujer muy elegante», le enseñaba con amor las prendas que ella después vistió de adolescente en fiestas privadas, «de disfraces», en A Coruña y Valladolid. «Fue antes de saber la importancia de lo que tenía en mis manos, va más allá del vínculo emocional. Después no se las dejé usar a nadie. Me las pidieron para una obra de Galdós que se representó aquí. Hicieron imitaciones a partir de los originales. Estas prendas son muy delicadas», continúa Ana, madre, además, de uno de los rostros más conocidos de la política estatal, Ana María Oramas González-Moro, portavoz de Coalición Canaria en el grupo mixto del Congreso.

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VÍTOR MEJUTO

CUERPOS «MÁS PEQUEÑOS»

Si tiene que elegir una época favorita en cuanto a la delicadeza, originalidad y calidad de los diseños, tejidos y hechuras se queda con la Belle Époque. «Los llamo los vestidos del Titanic», sonríe. Los años 20 también están entre sus favoritos, mientras que la década de los 30 fue la que tuvo los modelos «menos favorecedores», desliza. Si la pregunta es en qué época le gustaría vivir, su respuesta es contundente. «¿Para vestir yo? Ninguna. Me quedo con la nuestra, se puede poner una lo que quiera. Cuando miro esas prendas pienso, ‘‘qué horror, ponerse todo aquello''. Empezaban por una camisilla, después el pololo hasta la rodilla, el polisón, un montón de enaguas, un cubrecorsé, el corsé... ¡Siete u ocho piezas hasta llegar al traje!», exclama.

«La ropa interior es la gran olvidada, merece una muestra aparte»

Los museos del Traje y de Historia de Tenerife son otros de los que exhibieron obras de su fondo, que abarca más de un siglo. La indumentaria, reconoce, habla de la emancipación de la mujer, de la evolución de la fisonomía, de la alimentación, de las mejoras sociales y de las relaciones entre países, ahora que impera el made in China. «Ves que los cuerpos antes eran muy pequeñitos. Hay vestidos que usaban mujeres de 18 años que hoy no le entran a una niña de 10», apunta.

El vestido de novia de su abuela es su joya. «Cien años después, lo quieren poner sus bisnietas. Dos sobrinas mías ya se casaron con él; la última, el año pasado, en A Coruña», destaca. Fue toda una sensación. La ropa interior, apostilla, es la gran olvidada que bien merece una exposición propia. También la moda infantil y la masculina. «Mi abuela acertó al dejarme sus vestidos para que los cuidara», reflexiona. El reto de Ana es decidir a quién cederá el testigo en la conservación de tan valioso ropero.