La lucha de Ingrid por buscarse un futuro en España: «Me pagaban en efectivo para que no quedara constancia»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / M. V.

A CORUÑA CIUDAD

VITOR MEJUTO

Ingrid ha vivido en España en dos ocasiones. La primera vez regresó a su país porque se quedó embarazada, pero en el 2018 volvió para quedarse, no sin enfrentarse a dificultades burocrátcas para poder trabajar.

29 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Ingrid Lozano (Tegucigalpa, Honduras, 1991) regresó a su país en el 2010, lo hizo con la convicción de que volvería a España. Tenía 19 años, había vivido desde los 15 en Galicia, y partía de nuevo a su país porque se había quedado embarazada de su hijo Luis Andrés.

Llegó a A Coruña por primera vez en el 2006. Vino con su madre Guadalupe, y durante un tiempo vivieron con su hermana Gaby, que ya llevaba algunos años en España. «En ese momento era más fácil conseguir los papeles para empezar a trabajar, así que mi mamá y yo rápidamente pudimos conseguir un piso para nosotras solas, y yo empecé a hacer cuarto de la ESO», relata Ingrid.

Continuaron así hasta que su madre decidió regresar a Honduras, donde estaba su esposo, el padre de Ingrid. Ella volvió a vivir con su hermana y como no había terminado sus estudios, empezó a trabajar en el servicio doméstico.

Pero se quedó embarazada y tuvo que regresar a su país, ya que los médicos le dijeron que evitara hacer trabajos físicos. En vista de que cuidaba a una persona mayor, lo mejor fue regresar. «Llamé a mi padre, le pregunté si me iba a apoyar y me dijo que por supuesto. Con unos ahorros que él tenía, regresé a mi ciudad y empecé a trabajar en el negocio familiar y a cuidar del niño. Estudiaba los fines de semana. Pero siempre tuve en la cabeza que iba a volver a España», relata Ingrid.

 Cruzar el Atlántico

El momento de regresar llegó en el 2018. Cuando su hijo cumplió 5 años, Ingrid tiró de algunos ahorros que su padre le había ofrecido, hizo la maleta y volvió a cruzar el Atlántico, pero no sin algunos contratiempos.

«La última vez que yo salí de España, el policía de migración me dijo: ‘¿Es consciente de que en cinco años no puede volver al país?’. Entonces, a pesar de que ya había pasado ese tiempo, tenía miedo de entrar en la Unión Europea por España, así que conseguimos un boleto vía Fráncfort, que hacía escala en París y finalmente venía a La Coruña», cuenta ella. Finalmente el viaje se alargó mucho más de lo que esperaba.

«Primero hicimos escala técnica en Santo Domingo, en República Dominicana, donde supuestamente no nos bajábamos, pero el avión se averió y tuvimos que pasar dos noches allí», recuerda Ingrid. Luego tenían una escala —que sí estaba programada— en Costa Rica, y por último, aterrizarían en Alemania. Pero al llegar a Fráncfort, ya habían perdido el vuelo a París, así que tuvieron que volver a reservar todas las conexiones y un hotel para dormir esa noche en Francia. «Cuando al llegar a Fráncfort me sellaron el pasaporte sin problema, pude respirar tranquila», recuerda.

Finalmente llegó a A Coruña y, en cuanto pudo, empezó a trabajar en la hostelería. «Un día fuimos a tomar un café donde unas conocidas y estaban buscando una camarera. Yo había trabajado en el negocio de mi padre, así que tenía un poco de experiencia, y como soy muy extrovertida, les dije: ‘Yo no sé hacer café, pero aprendo en dos días’. Me hicieron una prueba y comencé al poco tiempo», relata Ingrid.

Gracias a ese trabajo, dejó de vivir con su hermana y se mudó a una habitación con su hijo. Sin embargo, el café donde trabajaba cerró, y las cosas se pusieron cuesta arriba, pero Ingrid tenía la determinación de salir adelante. «Mi camino estuvo lleno de ángeles. Uno de ellos fue Cristina, mi casera. Ella me sugirió que buscara una ayuda social, y gracias a eso pude pagar la habitación mientras volvía a conseguir un empleo», relata agradecida.

Pero como la vida da una de cal y una de arena, cuando estaba sin empleo, la abuela paterna de su hijo contactó con ella para decirle que el padre del niño estaba interesado en reconocer legalmente a Luis Andrés (un trámite que le concedería la ciudadanía al menor).

«Ahí empecé a buscar ayuda en las oenegés. Con Viraventos y con Ecos do Sur logré conseguir abogados. Ellos me dijeron qué papeles necesitaba y en un año el niño se hizo ciudadano español y, a través de él, yo conseguí la residencia», relata Ingrid.

 Con papeles, sin trabajo

Incluso con la documentación para trabajar legalmente, Ingrid no logró encontrar un empleo estable. Limpiaba en algunas casas, pero no tenía perspectivas de futuro. «En ese período conseguí trabajo con un señor mayor. Tenía 96 años y cognitivamente estaba perfecto, pero físicamente no tanto. Yo le ayudaba a ir al baño, le preparaba la cena y conversaba mucho con él. Incluso le cogí algo de aprecio, pero ellos fueron muy malos conmigo. Yo trabajaba de lunes a domingo desde las once de la noche hasta las once de la mañana, sin descanso, y al final me echaron porque mi hijo se contagió de covid. Me enviaron el dinero en un sobre a través de una amiga y cuando les dije que los iba a denunciar, simplemente me dijeron que yo no tenía pruebas para demostrar que teníamos una relación laboral. Ellos siempre me pagaron en efectivo para que no quedara constancia», relata.

Al verse sin empleo, buscó ayuda y gracias a una trabajadora social, volvió a acceder a un bono de asistencia, y en la fundación Viraventos le sugirieron inscribirse en un curso de Atención Sociosanitaria de 600 horas. «Me dijeron que tenía que hacer un ciclo profesional, o si no estaría toda la vida en la hostelería y sin nada fijo. Me inscribí y de los 13 estudiantes, solo cinco eran españoles, señoras de más de 45», recuerda.

Cuando terminó el curso, encontró empleo fácilmente en un centro de día. «Cristina —de Viraventos— que es otra bendición, me ayudó con mi currículo y lo envió a muchos lugares. Hoy me siguen llamando de algunos. Primero contactaron conmigo de una residencia, pero la verdad es que yo no quería, porque ese trabajo es muy complejo y sería más difícil cuidar a mi niño. Las chicas trabajan muchas noches y me parece que está muy invisibilizado. De hecho, hace poco iban a ir a huelga porque solo les iban a aumentar el 1 % del IPC, cuando debería ser el 6 %», denuncia Ingrid, y hace énfasis en la situación que vivieron estas trabajadoras durante la pandemia.

Al final, logró una entrevista en un centro de día cerca de su casa. «Me llamaron y me entrevistaron durante 40 minutos. Dicen que cuando es así, es porque la cosa va bien. Al día siguiente me dijeron que sí. Después de tres años en España logré entrar en el sistema, firmé mi primer contrato laboral», rememora con alegría.

Comenzó cubriendo una baja de ocho meses, y al final de ese período, se fue unos días a Barcelona. A su regreso, una compañera había pedido una excedencia y la volvieron a llamar. «Ya llevo dos años con ellos y estoy feliz», enfatiza, pero no deja de pensar en las personas mayores y la situación de quienes los acompañan.

«Yo creo que falta atención. Nadie piensa en los cuidadores. No se habla de estas familias, o de las personas que ofrecen cuidado a domicilio, la mayoría de ellas sí son latinas», dice.

También se preocupa por el paso de los años y el deterioro cognitivo que trae acarreado. «Me impacta mucho ver a los abuelitos que cuido. En su juventud y adultez eran informáticos, amas de casa, administradores... y da un poco de miedo pensar que todos vamos para allá».

Mientras llega su vejez, para la que falta mucho, Ingrid se concentra en el presente, que ahora le da un respiro tras los años difíciles que pasó. Su pareja vino de Honduras hace tres años y viven juntos con su hijo. También ha venido su madre de vacaciones. Luis Andrés continúa estudiando, e Ingrid espera poder pedir la ciudadanía. Ahora que tiene un trabajo estable se ha inscrito en la Universidad a Distancia para estudiar Psicología. «Será difícil la conciliación entre estudio, familia y trabajo, pero ya resolveré, como lo he hecho antes», concluye.