Una tesis saca del olvido el papel de las agencias periodísticas del siglo XIX

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Ricardo Axeitos investiga las empresas pioneras en distribución de contenidos literarios

15 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada mes de agosto la creación literaria ocupa un lugar destacado en las páginas de La Voz de Galicia con la publicación de la novela por entregas -este año, A senda de sal, de F. J. Fernández Davila- y los relatos enviados por los propios lectores. Hace ya casi veinte años que el periódico recuperó con éxito una fórmula que ya estaba presente en el primero número del diario, del 4 de enero de 1882, que incluía el folletín Graciella, del escritor francés De Lamartine. Los contenidos literarios contaban con un espacio privilegiado en el periódico, como en otros tantos de su tiempo, que reproducían artículos y cuentos de autores consagrados como Emilia Pardo Bazán o Leopoldo Alas Clarín, distribuidos por las agencias de contenidos que nacían y se multiplicaban al tiempo que lo hacían los lectores y el negocio periodístico.

El trabajo de estas empresas pioneras ha sido estudiado por el investigador Ricardo Axeitos, cuya tesis -dirigida por José María Paz Gago y que acaba de obtener la calificación de sobresaliente cum laude- se ha centrado en la actividad de las agencias entre 1880 y 1890 y las colaboraciones de Pardo Bazán y Clarín. Se da la circunstancia de que ellos, como autores, han perdurado, pero en cambio, las empresas que mediaban entre su obra y los periódicos, han sido sepultadas en el olvido.

La investigación de Axeitos saca del olvido a firmas como la Agencia Literaria e Internacional, fundada en 1879 y especializada en crónicas de moda y científicas. O la Agencia Lozano, nacida en 1886, que ofrecía «unha carta política, unha literaria e outra de París do seu correspondente, o señor Pinna», explica el especialista. Otros nombres son la Agencia Periodística La Veloz, El Fomento Literario o la omnipresente Agencia Almodóbar, «que tamén operaba como axencia de noticias proporcionando información telegráfica aos seus abonados».

El análisis permite ligar estas iniciativas empresariales a un escenario concreto, en el que se produce una expansión periodística -de unas 380 cabeceras en 1878 a las 1.347 de 1900- que deja atrás la prensa de marcado carácter político del período isabelino. «Agora trátase de vivir de vender xornais e mesmo de obter cartos da publicidade, negocio en auxe daquela. Para atraer ao lector os xornais interésanse por ofrecer contidos, non só informativos de interese político, senón tamén amenos e instrutivos», describe Axeitos. Un fenómeno al que no es ajena la expansión de las clases medias burguesas, con hogares en los que todos leen, hombres, mujeres y niños, lo que lleva a los diarios a adaptar sus contenidos a su nuevo público.

En la gestión de su negocio, estas agencias ofrecían tarifas diferentes en función del número de textos y su frecuencia. Como la mayoría de sus clientes eran diarios locales o regionales, existía la picaresca de vender como exclusiva una pieza que luego se remitía a otros medios, confiando en que la distancia geográfica ayudase a disimular esta estrategia. Por otro lado, esto facilitaba tarifas económicas y al mismo tiempo contribuyó a que autores como Clarín contasen con la prensa como sustento de su economía personal.

Los propios autores adaptaban sus textos a sus clientes. «Clarín era republicano e non o ocultaba. Mais nestes traballos dá a impresión de evitar declaracións políticas explícitas», aclara Axeitos. En La Voz el escritor publicó en 1896 la crónica El reporter y el gondolero y el cuento Tarde y con daño, reelaboración de su relato Doctor Sutilis. De Pardo Bazán aparecieron textos como Cuento de mentiras, también en 1896. Aparte de la autora coruñesa, Axeitos solo ha encontrado otro caso de una mujer en su investigación sobre las agencias, Isabel Escandón, cuyos cuentos los distribuía La Estafeta de Dos Hermanas. Para ellas, además del contacto más directo con el público que ofrece la prensa, su firma periodística les permitía reivindicarse en un territorio editorial que era casi coto privado de los hombres.