Edurne Portela: «Mi novela es mucho más oscura que 'Patria' y ve el conflicto desde dentro»

CULTURA

BENITO ORDOÑEZ

«Mejor la ausencia», la sórdida historia de una familia marcada por la violencia, incluida la de ETA, es la revelación del año

18 sep 2017 . Actualizado a las 10:51 h.

Profesora titular de Literatura Latinoamericana y Española en la Universidad de Lehigh (Pensilvania) hasta el 2015, su trabajo se ha centrado en el estudio de la violencia y su representación en la cultura contemporánea. Ahora, con su primera novela, Edurne Portela (Santurce, 1974) lleva camino de convertirse en la gran revelación del curso literario. Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg) narra la sórdida historia de una familia destruida por la violencia del entorno donde vive, un pueblo de la margen izquierda del Nervión, en los años de plomo de ETA, contada desde la mirada de Amaia, cuando era niña, luego adolescente y, finalmente, adulta. Su anterior libro, El eco de los disparos, es un ensayo sobre cómo la cultura se ha ocupado del terrorismo etarra.

-Se ha dicho que es una novela sobre ETA, pero es mucho más.

-Es cierto que el conflicto vasco está presente, pero trata de una familia atravesada por la violencia, que no es solamente la política, sino también estructural, económica y social, y, por supuesto, de género, que está muy presente en la novela. Reducir la novela a ETA es, valga la redundancia, reduccionista. Las vidas de todos los personajes están absolutamente marcadas por un entorno que es hostil y cada uno reacciona como puede.

-¿A qué se refiere el título?

-A veces pensamos en la ausencia como algo romántico, que crea nostalgia. El título juega con eso, que hay presencias que son dañinas y es mejor que no estén ahí.

-¿Cree que novelas como la suya o «Patria» son importantes para construir un relato de lo que sucedió en aquellos años?

-Hay que diferenciar la ficción de la labor de los historiadores, los centros de memoria para recuperar la historia de las víctimas o las investigaciones sobre las actitudes de la sociedad vasca en esos años. Lo que podemos aportar nosotros desde la ficción es una interpretación del sustrato afectivo, cómo nos relacionábamos con la violencia, cómo nos afectaba, en mi caso en las cuestiones más íntimas, esa visión subjetiva que la historia no puede proporcionar y nos da el pulso de toda una época.

-Es eso que decía Milan Kundera, que la novela destapa la complejidad de lo real.

-Si conseguimos destaparla, y espero haberlo logrado, es muy importante para construir ese otro tipo de relato que de alguna manera complementa el histórico. La ficción nos abre la ventana a un mundo que es muy opaco y que desde esas disciplinas no se puede vislumbrar siquiera.

-¿Hubo complicidad de la sociedad vasca en lo que pasó?

-En El eco de los disparos hablo de la complicidad y del silencio, pero una cosa es decir que nos callamos y la indiferencia nos hizo cómplices y otra que fue porque queríamos y nos daba igual todo. No es así, jugaban muchos factores, el miedo pero también una cierta connivencia. El silencio jugó un papel fundamental, porque lo que no se dice no existe. Hay que meterse en ese momento y ver por qué fuimos cómplices, por qué callamos y en buena medida tiene que ver con esa sociedad asfixiante en que vivíamos.

-¿Podría haber publicado esta novela hace diez años?

-Publicado sí, pero no escribirla. De hecho, se publicaban cuentos y novelas muy duros y que plasmaban muy bien lo que pasaba, pero no trascendían. Entonces nadie quería leer esas narraciones donde el conflicto no se presentaba como un relato maniqueo totalmente polarizado. Lo que hacían es que desvelaban la complejidad y eso no le interesaba a nadie, incomodaba demasiado.

-¿A qué atribuye el bum de la novela «Patria»?

-Creo que ha conseguido crear un relato que es asumible por una mayoría lectora, es un libro que se puede leer a varios niveles, desde gente que no está acostumbrada a leer a quienes tienen un gusto literario sofisticado.

-Su libro se ha comparado con el de Fernando Aramburu.

-Me parece un despropósito porque no son comparables. Primero, Aramburu tiene una gran trayectoria y su libro ha sido un exitazo. En el sentido literario son dos novelas muy diferentes. Él parte desde fuera y da una explicación del conflicto y mi novela es íntima, el conflicto se ve desde dentro. Mi novela es mucho más oscura porque no explica, deja mucho lugar a la interpretación.

«La mayoría de los vascos miran con horror al pasado»

«La mayoría de la sociedad vasca mira a ese pasado con absoluto horror y se pregunta qué tipo de actitudes tuvimos, cómo pudimos llegar a esto», sostiene Edurne Portela. «Hay un sector cada vez más minoritario que intenta justificarlo con esa concepción del conflicto a la que yo me opongo, y que dice que aquí hubo una guerra y tuvimos que luchar como pudimos», añade.

-Se le ha criticado que hable del «conflicto vasco», término que emplea la izquierda aberzale.

-Creo que hay mala intención, porque yo en el ensayo aclaraba que lo usaba como sinónimo de problema grave. No podemos hablar solamente de terrorismo cuando es un gran problema que ha afectado a la sociedad vasca y a la española.

-¿Es equidistante?

-¿Equidistante entre qué y qué? Yo puedo criticar la política del Gobierno sobre la dispersión de presos y, al mismo tiempo, hacer una crítica absolutamente rotunda a ETA. Eso no es equidistancia, sino intentar ver el problema desde la complejidad que tiene.

-Usted es hija de un lucense y en la novela Galicia juega un papel importante.

-Es un territorio que conozco y que me gusta mucho. El personaje de María, una gallega entrañable, es una mezcla de varias gallegas que ha habido en mi vida. Galicia también tiene una historia trágica que tiene que ver con actividades ilegales, que intuimos que son a las que se dedica Amadeo, el padre de Amaia.

-En su ensayo criticaba duramente la película «Ocho apellidos vascos». ¿Por qué? ¿No cabe hacer humor con este tema?

-Creo que sí cabe. De hecho, el guionista de esta misma película, Borja Cobeaga, dirigió luego el filme Negociador, en el que hay humor, pero un humor que desvela la tragedia. Ocho apellidos vascos, de alguna manera, la tapaba, la banalizaba. Hay un humor que actúa de bálsamo demasiado deprisa y otro que nos escuece, aunque nos haga reír.