Laurence Rees: «Los nazis a los que entrevisté seguían diciendo que hicieron lo correcto»

CULTURA

BENITO ORDOÑEZ

Autoridad reconocida en la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, ha usado el documental para su divulgación

14 nov 2017 . Actualizado a las 07:36 h.

Autor de libros como Auschwitz, El holocausto asiático, Una guerra de exterminio o El oscuro carisma de Hitler, Laurence Rees (Ayr, Escocia, 1957) ha sido productor y director creativo de la BBC, para la que ha realizado documentales sobre estos temas. Ahora publica Holocausto. Las voces de las víctimas y de los verdugos, también publicado por Crítica, un libro en el que fusiona «dos tradiciones de la historiografía, la analítica, cómo y por qué pudo suceder esto, y la emocional, cómo fue ser realmente una víctima o un perpetrador». En esta obra recoge sus experiencias de un cuarto de siglo investigando un genocidio único en la historia. Rees es probablemente la persona viva que ha entrevistado a más supervivientes y verdugos del genocidio.

-¿El exterminio judío formaba parte de un plan de Hitler pensado desde los años veinte o se improvisó?

-No hubo una planificación, sino que los nazis fueron improvisando a partir de lo que dijo Hitler en 1921, que la cuestión judía era el asunto central del nacionalsocialismo y solo se podía solucionar mediante la fuerza bruta. Pero eso no quiere decir que en su hoja de ruta estuvieran los campos de exterminio, sino que el problema judío debía solucionarse de una manera o de otra, por ejemplo expulsándolos. La forma de hacerlo fue cambiando según una variedad de factores, pero siempre iba a ser brutal. Al final, la solución final se convirtió en la guerra que los nazis creían que podían ganar y Hitler, que odiaba con todas sus fuerzas a los judíos, murió pensando que había hecho un favor al mundo.

-La pregunta que todavía hoy cabe hacerse es cómo Alemania fue capaz de llevar a cabo un genocidio sin precedentes.

-Por una serie de razones, incluido Hitler. Pero el factor crucial fue la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, de la que muchos alemanes buscaron un culpable: y convirtieron a los judíos en los chivos expiatorios. Era falso, claro, pero no importaba. Hitler y los suyos, apoyados por muchos alemanes, no estaban dispuestos a que pasara lo mismo en la Segunda Guerra Mundial. También influyó el miedo al comunismo, que los nazis identificaron con los judíos. Hitler personificó y aprovechó esos dos factores.

-Auschwitz es el gran terrible símbolo del Holocausto, pero argumenta usted que Treblinka no le fue a la zaga.

-En Treblinka fueron asesinadas 800.000 personas, en Auschwitz, 1,1 millones. Aunque en Auschwitz murieron más que en cualquier otro lugar del mundo, nunca fue solo un campo de exterminio; Treblinka sí, los que llegaban allí tenían un 99% de posibilidades de morir. Creo que nunca ha existido un sitio así en la historia. Es terrible que en un sitio pequeño y con un número reducido de personal se asesinara a tanta gente.

-Los judíos opusieron muy poca resistencia a sus asesinos. ¿Qué opina cuando oye esto?

-Me parece muy injusto. Y lo más increíble es que esa idea la tienen en Israel. He conocido a muchos judíos israelíes que me han dicho: ‘‘no nos confundas con esos judíos polacos, nosotros luchamos, no somos como ovejas que llevan al matadero’’. Me parece terrible porque lo primero que hay que decir es que sí hubo resistencia, como demuestran las revueltas en los campos de exterminio de Sobibor y Treblinka, en las que algunos judíos lograron escapar. Y para alzarse se requería muchísimo valor. También lo hicieron los sonderkommandos (judíos forzados a trabajar con los nazis) en Auschwitz o en el levantamiento del gueto de Varsovia. Las personas que llegaban a los campos no tenían ninguna opción a resistirse.

-Una de las características que pone los pelos de punta es que los nazis que ha entrevistado justifican los crímenes cometidos.

-Eso es muy interesante para mí, porque si alguien te apunta con una pistola y te dice que si no matas a alguien te pega un tiro se puede comprender que lo hagas. Pero la mayoría de los ex nazis con los que hablé decían que hicieron lo que debían, lo correcto. Es terrorífico.

«Conocer a víctimas y verdugos ha cambiado mi vida»

«Conocer a víctimas y verdugos ha cambiado mi vida», señala Rees. «Me ha servido para darme cuenta de lo increíblemente frágil que es todo: nuestra vida puede cambiar en un segundo. Por ejemplo, si eras judío en Budapest en marzo de 1944 podías pasar en un día de vivir en una casa preciosa a experimentar el terror», explica. «También he aprendido a preguntarme si sabemos quiénes somos realmente; echando la vista atrás nos decimos: ‘‘yo jamás hubiera hecho algo así’’, pero qué habría pasado si estuviéramos en su lugar», añade. «Pregunté qué había aprendido a unas de las personas más importantes que he conocido, Toivi Blatt, sonderkommando en el campo de Sobibor, y me dijo que solo una cosa, que nadie se conoce a sí mismo porque nadie sabe de lo que es capaz de hacer en una situación límite», relata.

-¿Qué dos testimonios, uno de víctima y otro de verdugo, le impresionaron especialmente?

-El de Toivi Blatt y el de Oskar Groening, un SS que trabajó en Auschwitz, alguien malvado al que te podías imaginar con cuernos. Pero parecía un director de banco. Yo me preguntaba qué podía haber peor en el mundo que trabajar en Auschwitz, pero él me dijo que no tenía ni idea de las maravillosas amistades que se podían hacer en un lugar como ese.

-Además, justificaba el asesinato de los niños judíos.

-Yo me obsesioné pensando cómo era posible que mataran a niños. La justificación la dio Himmler en 1943, cuando dijo que si realmente amabas a tus hijos tenías que matar a los niños judíos porque si no cuando crecieran matarían a los tuyos. Es como una diabólica declaración de amor.

-¿Qué piensa cuando oye decir a Trump: «Los americanos primero», una idea que guarda ecos de la Alemania nazi?

-La historia no se repite nunca igual y no puede decirse que nadie es un segundo Hitler. Dicho esto, una advertencia: antes de la guerra Hitler era la misma persona, un pesado del que hubieras huido al conocerlo. Pero tras la Primera Guerra Mundial a muchos les parecía maravilloso porque decía cosas que conectaban con ellos. El peligro que entraña cualquier líder carismático es por qué tantas personas creen que se identifican con él. Y eso es algo que dice tanto de quienes piensan así como del propio líder.