«Un océano entre nosotros», crónica de un fracaso anunciado

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

James March no consigue elevar la temperatura emocional, como ya ocurría en recientes dramas marinos por el estilo

20 sep 2018 . Actualizado a las 07:41 h.

El biopic es lo que tiene, sacrifica la novedad de la trama para optar por rebuscar en los matices y reinterpretar lo sucedido. Aquí con el caso real de Donald Crowhurst, un tipo que en 1968 se apuntó a la Golden Globe Race, promovida por el Sunday Times, y que consiste en dar la vuelta al mundo en barco y en solitario para embolsarse unas entonces suculentas 5.000 libras esterlinas. Aquello acabó como acabó (y ahorrémonos spoiler). El personaje vestido por Colin Firth -en un muy convincente registro, que no acierta a redondear el documentalista James March y después autor, entre otras, de la exitosa La teoría del todo (2014)- es un veterano de la fuerza aérea y un emprendedor entre visionario y extravagante, que necesita la pasta para salvar a la empresa y a su familia. Esos detalles refuerzan la idea de que se sienta capaz de hacerse durante semanas a la mar, aunque el espectador intuya que predicar no es lo mismo que dar trigo.

Poner al lado de Firth a una también convincente Rachel Weisz, empaqueta a Un océano entre nosotros como un filme de apariencia formal cuidada, incluso académico, que solo duda en su estructura narrativa, dividida en dos partes bien diferenciadas. Hasta que el bueno de Crowhurst se echa al agua, asistimos a una inteligente disección de cómo la vorágine mediática y de intereses espurios lo cercan y seducen hasta el extremo de que desde nuestra butaca lo intuimos como un fracaso anunciado. En el momento en que, navegante aficionado pero no experto, se mete al océano en su trimarán, un velero de tres cascos con sus ventajas y sus desventajas, March no consigue elevar la temperatura emocional, como ya ocurría en recientes dramas marinos por el estilo, Cuando todo está perdido (2013) y A la deriva (2018), que optaron por recurrir al CGI (imágenes generadas por ordenador) y al estruendo para taponar las vías de agua, y nunca mejor dicho. Pero Firth se lo toma a pecho, se cree su personaje y eso hace que la sensación de frustración de la película se diluya a niveles razonables. Eso sí, los apasionados del mar pasen a verla; quizá saquen otras conclusiones.