Isabel Muñoz: «Creo en el cambio, y la pandemia nos ha demostrado que estamos a tiempo»

montse carneiro A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

CESAR QUIAN

Premio Nacional de Fotografía, trae a Galicia una serie sobre el mar suspendida por el covid

25 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Los reconocimientos motivan mucho [tiene el premio nacional y dos World Press Photo] pero lo más importante siempre es la pasión que te sostiene», afirma la fotógrafa Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), invitada por el festival Mar de Mares a exponer su última obra, enfocada en los océanos y la emergencia climática. Hace tres años un cámara de TVE le descubrió la catástrofe de los plásticos a la deriva y así como hace dos décadas aprendió waterpolo y natación sincronizada para fotografiar a los olímpicos de Sídney esta vez con el mismo nervio se puso a bucear. Tenía por delante uno de los trabajos más desafiantes de su carrera, interrumpido por la pandemia.

-Bucear es uno de los pocos momentos en que mi cuerpo entra en meditación. Es un placer que hay que explicar a la gente. Pero yo ya tengo mis años y no sabía si iba a poder aguantar a -6° para fotografiar la parte oculta de los icebergs que llegan a la isla de Hokkaido, al norte de Japón, desde Rusia, antes enormes y ahora muy resquebrajados, pequeños. Yo quería contar lo que está pasando con los mares.

-Y conoció a Ai Futaki.

-Ai tiene dos récord Guinness de apnea y tiene una forma maravillosa de relacionarse con el mundo marino. Yo he visto cómo la reconocen debajo del agua, la forma que tiene de interactuar, la he visto jugar con una tortuga. Quería acercar al espectador ese mundo mágico y hablar de lo que tenemos y lo que ocurrirá si no ponemos remedio. Yo creo en el cambio. La pandemia nos ha demostrado que estamos a tiempo. Y muchas voces hacen una.

-¿Por eso describió la pandemia con una foto de una escalera ascendente hacia la luz?

-La vida es eso. La vida es oscuridad y luz. Y hasta en el momento más duro esa luz existe. Siempre me ha gustado buscarla y compartirla.

CESAR QUIAN

-El premio nacional reconoció su combinación de compromiso social y búsqueda de la belleza. ¿La belleza a secas no da premios?

-No me gusta juzgar. Cada uno tiene una forma de ver la vida y a mí la belleza me ayuda a vivir. Es la esperanza, de alguna manera. Muchas veces piensas que lo que estás haciendo es para que alguien lo termine, porque si esa historia no se comparte tu trabajo no vale la pena. Las personas con bagajes duros bastante tienen con su propia vida. Yo siempre me pregunté cómo contar eso. Y a través del respeto y de esa luz, encontré mi manera, que es la que sé. No puedo fotografiar nada que no ame o sin pedir permiso para hacerlo. Y he dejado de hacer muchas fotos por respeto y amor al otro.

-El cuerpo es una constante en su trabajo.

-Es un pretexto para contar historias. El cuerpo es como un libro de cada uno de nosotros. Si observas la forma que tiene de moverse te das cuenta de que está hablando de la persona. Ahí está su historia.

«Nunca pensé hacer naturaleza, el ser humano me ha llevado a ella»

Está ocupada «con una cosa de caballos muy bonita que no puedo explicar»; tiene un proyecto sobre la prehistoria, otro sobre el mar cementerio de inocentes; últimamente le da vueltas a una idea sobre el Líbano y siempre el sueño de viajar a la Antártida, el Ártico y a las ballenas beluga. «Yo necesito soñar. A medida que cumples años te das cuenta de que Cronos va hacia atrás y que tu cuerpo no será igual. Tengo muchísima prisa, espero no parar. Es mi forma de vida», dice.

-Su descubrimiento de la naturaleza es tardío.

-Es cierto. Nunca pensé que iba a hacer naturaleza, pero el ser humano me ha llevado a ella. Es una evolución en la forma. Siempre me ha preocupado de dónde venimos, qué les vamos a dejar a las generaciones que vienen detrás, a mis nietos. Es en esa búsqueda cuando yo me encuentro con la naturaleza. Y es una historia bonita. Siempre buscando tribus que viviesen de espaldas al progreso y un día en Nueva Guinea, en un lugar perdido, tumbada, no tenía ni cama, mirando las estrellas entre los árboles pienso que tanta búsqueda... y al final resulta que el eslabón más cercano son los primates. Y ahí nace un enganche muy especial. Lo que yo pude descubrir con los grandes simios... te puedes morir.