El jurado del galardón reconoce «una voz de notable elegancia y hondura reflexiva» que ha erigido una narrativa que explora «la identidad, la educación sentimental y la pérdida»
04 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.A los trece años, después de leer el Sandokán de Emilio Salgari, decidió que quería ser escritor. Este lunes, Gonzalo Edmundo Celorio y Blasco (Ciudad de México, 1948), a sus 77 años, director de la Academia Mexicana de la Lengua y exdirector de la prestigiosa editorial Fondo de Cultura Económica, fue bendecido con el premio Cervantes 2025, que otorga el Ministerio de Cultura y está dotado económicamente con 125.000 euros. Con el cronista, ensayista, editor, catedrático, crítico literario y narrador norteamericano, la 50.ª edición devuelve el galardón a América Latina después de que las dos anteriores hayan recaído en sendos escritores y académicos españoles: Álvaro Pombo (2024) y Luis Mateo Díez (2023). Su obra ha sido publicada fiel y muy cuidadosamente por el sello Tusquets.
El fallo —anunciado por el ministro Ernest Urtasun— distingue al autor de El metal y la escoria por «la excepcional obra literaria y labor intelectual con la que ha contribuido de manera profunda y sostenida al enriquecimiento del idioma y de la cultura hispánica». Según recordó el ministro, a lo largo de más de cinco décadas, Celorio ha consolidado «una voz literaria de notable elegancia y hondura reflexiva en la que conjuga la lucidez crítica con una sensibilidad narrativa que explora los matices de la identidad, la educación sentimental y la pérdida». Una obra que, remarcó el fallo, es a un tiempo «una memoria del México moderno y un espejo de la condición humana».
El jurado —que tenía entre sus miembros al editor lugués Constantino Bértolo— quiso destacar finalmente que en los libros de Celorio «resuenan la ironía, la ternura y la erudición, trazando un mapa emocional y cultural que ha influido en generaciones de lectores y escritores». En tal sentido, concluye su dictamen, el galardonado representa «la figura del escritor integral: creador, maestro y lector apasionado; constructor de un legado invaluable que honra la lengua española y la mantiene viva en su forma más alta: la de la palabra que piensa, siente y perdura».
Salgari fraguó su primer sueño, pero fue Cortázar quien cambió su forma de ver la escritura. Lo ha contado en varias ocasiones en que admitió que su vida se dividía en dos, «antes de J.C. y después de J.C.», nada que ver con un mesías, sino con Julio Cortázar, a quien admiró con fervor y conoció al final de su trayectoria: «No creo que haya habido un escritor que haya modificado de manera tan significativa mi vida y mi concepción de la literatura», confesaba al hilo de la publicación de Mentideros de la memoria, un libro entre el testimonio, la evocación, la ficción y el ensayo personal, en que da cuenta de sus encuentros con grandes figuras del siglo XX como Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Augusto Monterroso y el propio Cortázar. «Imposible no ver a La Maga, con su gusto por el mirlo, por el color amarillo, por el Pont des Arts, en la mujer que amamos», anotaba en alusión al popular personaje de Rayuela.
«Mi devoción cervantina»
Celorio, en conversación telefónica con la agencia Efe tras conocer el fallo, confesó sentirse «muy honrado y muy emocionado» por la obtención del Cervantes, ya que, arguyó: «Honra mi vocación literaria, mi amor por la lengua española y mi devoción cervantina». En tal sentido, destacó además el «orgullo» que le supone situarse al lado de otros mexicanos a los que aprecia y que también han obtenido el galardón como Octavio Paz y Elena Poniatowska. «Es un reconocimiento a esta prodigiosa lengua que hablan más de quinientos millones de personas, de una vastísima riqueza», proclamó. Y es que, subrayó quien fue profesor de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México durante casi medio siglo, su obra trata sobre la identidad mexicana con todas sus influencias, especialmente la española.
«Hombre polifacético que aúna como pocos la erudición y el humor —apuntaba ayer su editor, Juan Cerezo—, Celorio siempre dice que le debe la vida al exilio español en México porque quien asistió a su madre en el parto fue un médico español exiliado que luego se convertiría en el doctor de la familia». Ha escrito páginas bellísimas, prosigue, sobre lo que supuso la aportación de la mejor generación de intelectuales, escritores, profesionales, médicos, editores, en la vida mexicana. Y, de esa experiencia, de su visión de lo que han sido las últimas décadas en México, escribió su último libro, Ese montón de espejos rotos [aparecido en octubre], «una crónica repleta de anécdotas en que refleja como pocos su vida íntima y también la vida social y la memoria de todo un país como es el México contemporáneo».
Apuntes para una operación de deshielo España-México
En estas 50 ediciones del Cervantes —que dieron 51 premiados, ya que en 1979 se les concedió ex aequo a Borges y a Gerardo Diego; qué gran torpeza diluir la fuerza del reconocimiento a Borges—, ha habido unos cuantos mexicanos entre los laureados, más de los que Gonzalo Celorio recordaba en su respuesta. Además de Paz (1981) y Poniatowska (2013), emergen nombres como Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005), José Emilio Pacheco (2009) y Fernando del Paso (2015). Nadie que no merezca ser celebrado y, sobre todo, leído hoy. Sin embargo, este año México parece estar en el pensamiento de todos en España. A la distinción de Celorio hay que añadir los recientes reconocimientos en los Princesa de Asturias —entregados unos días atrás en Oviedo— a los también mexicanos la fotógrafa Gabriela Iturbide y el Museo Nacional de Antropología en los respectivos apartados de las artes y de la concordia. Esto podría entenderse —algunos analistas lo han hecho ya— dentro de la operación de deshielo y reconciliación que emprendió el Gobierno de Pedro Sánchez con México aprovechando que la presidenta Claudia Sheinbaum es menos beligerante que su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, que llegaba a la negación de hechos históricos y demonizaba el legado español. Hace apenas unos días el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, reconoció —y lamentó— que se causó «dolor e injusticia» a los pueblos originarios de México durante el proceso de colonización española. Curiosamente, las raíces cántabras de Obrador en Ampuero son vecinas de las asturianas de Llanes de Celorio, por cierto, gran conocedor del exilio español en México.