¿Es posible vivir con 380 euros al mes?

Lucía Vidal REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Lucía Vidal / Álex López-Benito

En plena ola de frío polar son muchos los que tiran de calefacción para sobrellevar las bajas temperaturas. Hay quien ni siquiera tiene esa posibilidad

05 abr 2019 . Actualizado a las 18:24 h.

A duras penas llegan a fin de mes, como para permitirse el lujo de calentarse. El día que probaron a poner un calefactor eléctrico, la factura les dio un susto de muerte. Las mantas son sus únicas aliadas. Se duchan menos de lo que querrían y ponen dos lavadoras al mes. Cenan lo mismo que comen para no cocinar dos veces, no se permiten un café en el bar, y menos aún, un filete.

«Con la luz de la tele me apaño. No enciendo nada más»

Juan ronda los 70, siete décadas de azarosa vida que darían para un drama por capítulos. De esos que cuando se escuchan, dan un baño de realidad a cualquiera. Se jubiló de forma anticipada, tras sufrir un accidente en la rodilla. Un autónomo del sector de las telecomunicaciones que lo tuvo todo -«llegué a cobrar un millón de pesetas instalando televisores en hoteles de lujo de México»- y se quedó sin nada «por mi mala cabeza».

Cobra una pensión no contributiva: 380 euros mensuales con los que hace ejercicios de equilibrismo que serían la envidia del mejor circo de acróbatas. Reparte esa cantidad entre el alquiler del piso en el que vive, que se come la mayor parte (unos 350), la factura de la luz, el teléfono y la comida, claro. Nada de caprichos, por supuesto. Y aquí los lujos equivalen simplemente a hablar de tomarse un café en el bar de abajo: «Me invita mi exmujer, con la que me llevo muy bien. Ella me ayuda mucho. También me prepara tápers». Solo se concede, cuando el dinero le alcanza, unos puritos de 45 céntimos que suele alargar partiéndolos en dos. El televisor del salón puede invitar a engaños, pero ya nos advierte de que «es un regalo de un amigo de la infancia, que vive en Valladolid. El otro día vino a verme y me lo trajo. ¡Me hizo una ilusión!».

«Me acuesto muy pronto, a las siete y media u ocho de la tarde, para no gastar luz»

El sofá está forrado de mantas, indispensables en una casa sin calefacción. «Una vez se me ocurrió poner un calefactor eléctrico y me tuvieron que ayudar a pagar la factura». Sobre la mesa, la última. Viene de hacer el pago en Correos: 14 euros. Y eso que tiene un descuento de seis euros por el bono social. «A las siete y media, ocho, me voy para cama. Así no sigo gastando. Y tiro de la luz que emite el televisor para no encender la lámpara». Mus, un cruce de mastín y perro alemán heredado de su hija, es una fuente inagotable de calor, y de cariño. Combate el frío con duchas calientes, pero solo tres cada semana. Y dos lavadoras al mes. Todo está calculado al milímetro para poder llegar a fin de mes.

«Vivo el día a día»

Garbanzo a garbanzo, va sumando ayudas: la bolsa de alimentos no perecederos que recoge cada treinta días en la parroquia , tres meses de alquiler que abona el Ayuntamiento, además de un cheque de 150 euros anuales para luz y agua, y una tarjeta cargada con otros 150 para alimentación. «Antes tenía cochazos. Ahora me muevo en bus, que me sale gratis porque soy jubilado». Juan no puede optar a una vivienda social «porque tengo deudas sin pagar». Reconoce que le costó mucho encontrar piso, que pasó por «chamizos compartidos inmundos, que eran como dormir al raso». Y a pesar de todo, se siente afortunado: «Veo las calamidades de los que están aún peor, y me digo que hay que vivir el presente y no pensar en lo que tuve en el pasado y ya no tengo».

«Todos los inviernos acabo en el hospital por culpa del frío»

Clara y Santi, en el salón de su casa, un piso social de la Xunta
Clara y Santi, en el salón de su casa, un piso social de la Xunta XOAN CARLOS GIL

La estufa de butano que le acaba de regalar su hija se ha convertido en la estrella de la casa. «Y porque me ha comprado la bombona. Si no, estaría apagada», cuenta esta vecina del barrio vigués de O Calvario, pegada a su nueva e inseparable compañera de piso, con permiso de su pareja Santi y su pequeño perro Nen, que hace las veces de cojín.

Motivos para abrigarse no le faltan. Si el común de los mortales tirita estos días en una Galicia barrida por una ola de frío polar, personas como Clara, que tiene 49 años, deben hacer frente a vicisitudes añadidas, como una insuficiencia pulmonar que la obliga a estar bien pertrechada para no acabar en el hospital: «Ya me ingresaron tres veces. Es raro el invierno que no termino allí». Esta semana, apenas sale de la cama. «Tengo tres mantas y un edredón. Me pienso dos veces lo de ducharme porque en el baño me congelo. Es una vivienda muy fría. Interior. No le da el sol en todo el día». También probaron en su día con un calefactor eléctrico, pero les llegó una factura de 250 euros y «nunca más». Cuando en las noticias escucha que la luz subirá otro 7%, jura en hebreo: «Me acuerdo de todo el mundo. ¿No dice el Gobierno que lo importante son los servicios sociales? ¿Dónde está el bienestar de la gente?

«En cama tengo tres mantas y un edredón y en el baño, me congelo. Al piso no le da el sol»

Llevan tres años en este piso social, concedido por la Xunta, y les acaban de comunicar que les dan una prórroga de un año más. Pagan cien euros mensuales por él. «Pero a eso hay que añadir setenta euros de luz, otros sesenta de gas, un préstamo...». Clara padece diabetes, una enfermedad que la ha dejado sin visión en los dos ojos. Debería llevar una dieta estricta, pero «con 150 euros para comer, no da. ¿Comer o cenar fuera? Lo más lejos que hemos ido es al balcón». Estas pasadas Navidades no hubo marisco en su mesa sino «unos mejillones, y porque nos los regalaron».

Ni para una silla de ruedas

Cobra una pensión no contributiva de 550 euros, con un suplemento de 200 por segunda persona, y es que Clara es totalmente dependiente de Santi, su pareja desde hace doce años, y su cuidador. Sobre todo, desde que perdió movilidad en las piernas. Cuando Santi tiene ensayo -es percusionista-, antes se ocupa de dejarla en cama, porque ella sola no se podría desplazar de una habitación a otra «Doy dos pasos y me muero de cansancio. Estoy atrapada en casa. Solo salgo para ir al médico». No le vendría mal una silla de ruedas: «No tengo ni para pagar una de segundo culo», admite tomándoselo con humor, por no llorar. Santi es músico de profesión pero lleva más de un año en paro. «No le sale nada», se lamenta Clara. «Por algún bolo le pagan veinte euros, pero también ha limpiado fincas o ha pintado casas». Cuando Santi no está, Nen es su desahogo: «Cuando ya no puedo más, mi peludo enjuga mis lágrimas. No quiero estar quejándome de mis penas a todo el mundo todo el rato. Luego le río un poco y a seguir».

Más información