El miedo al rencor cubre el Raval

María Cedrón LA VOZ EN BARCELONA

ESPAÑA

En el Raval, barrio con una numerosa comunidad musulmana, hay menos turistas y menos bullicio del habitual en estas fechas
En el Raval, barrio con una numerosa comunidad musulmana, hay menos turistas y menos bullicio del habitual en estas fechas María Cedrón

Evitar que aflore la islamofobia es una de las prioridades de las autoridades, que temen que un clima de enfrentamiento pueda convertirse en un caldo de cultivo que favorezca nuevos ataques

21 ago 2017 . Actualizado a las 10:05 h.

«¡Mamá!, ¿puedo darles también mis muñecos?». Neil tiene cinco años. Ha venido a Barcelona de vacaciones con sus padres desde Marruecos. Al llegar a las Ramblas y ver los altares repletos de mensajes, peluches, flores, velas y caramelos, pregunta qué es todo eso. Su madre trata de explicárselo, pero cuando el pequeño insiste en el por qué, no sabe responder. En realidad nadie lo sabe. Fátima, otra marroquí del norte que lleva 26 años en Barcelona, tampoco encuentra explicación a que adolescentes que han nacido en España puedan llegar a odiar de tal modo este país como para hacer lo que hicieron. Ese pensamiento lleva rondando su cabeza desde el jueves. Tiene miedo y rabia «Soy marroquí. Estoy orgullosa de serlo. Voy por la calle con la cabeza bien alta porque esos niñatos [refiriéndose a los terroristas que perpetraron los atentados del jueves] no van a conseguir que ensucien nuestro nombre, ni el del Islam. Solo tengo miedo de que a mi madre, que lleva chilaba y hiyab, la miren mal o que alguien se meta con ella.

«Vivimos en la calle Hospital. Nuestros vecinos del edificio nos conocen bien, igual que los que fueron nuestros jefes. Un familiar nuestro tuvo un jefe gallego. Se llamaba José, tenía una empresa de construcción y contrataba a muchos marroquíes para trabajar. Ellos saben bien cómo somos. Pero nunca sabes con quien te vas a encontrar por la calle», dice, mientras aprieta con fuerza la mano de su madre.

Velar por la convivencia

El mismo temor que tiene Fátima al aumento del racismo es el que tienen las autoridades locales. Miedo a que falle la convivencia y que actos como el del jueves disparen la islamofobia, convirtiendo ese rechazo en un caldo de cultivo para las células de captación de soldados del Estado Islámico, al potenciar entre los adolescentes musulmanes nacidos en España el peligroso sentimiento de falta de identidad. «Nuestra prioridad, después de atender a las víctimas, es tratar de que la buena convivencia continúe», explica Jaume Collboni, teniente de alcalde de la ciudad. El político del PSC pasa por el Carrer Sant Pau cuando, a la puerta de la Fundación IBN Battuta, dedicada a prestar apoyo social, laboral y educativo a inmigrantes, se encuentra con Fátima.

La mujer está con su madre en esa parte del Raval, el barrio que concentra uno de los porcentajes de población musulmana más elevados de la capital. Inmigrantes de Marruecos, Pakistán y Bangladés conviven con jubilados o jóvenes obligados a compartir piso. El creciente aumento del tráfico de drogas o la presencia de rateros, como denuncian los vecinos, son otros de los grandes problemas que afrontan en su día a día.

Fátima no logra consolar a su madre Gema que, entre sollozos, repite una y otra vez: «¡Esos niños! ¡Esa gente! ¿Qué culpa tenía esa gente?». Las dos tienen miedo. Todo ese temor se respira entre los que llevan años viviendo en el Raval.

Quien nunca haya estado ahí podría pensar que nada ocurre, pero algo extraño envuelve el ambiente. Hay turistas, pero no son multitud para ser agosto. Hay gente, pero no el bullicio que normalmente emana del interior de las tiendas de pakis. Tampoco había tantas tertulias a la entrada de las viviendas con puertas abiertas de par en par que se esconden en las callejuelas que conectan las calles que parten en cuadrantes el barrio. De una de esas casas sale Mohamed. Va cargado con una bolsa en la que lleva dos termos grandes.

«La gente está triste, tiene miedo. No hay movimiento en las tiendas», dice Mohamed en un inglés deconstruido. Lleva cinco años en Barcelona, pero no habla catalán, ni español. Para trabajar no le hace falta. Recorre el barrio en bicicleta, ofreciendo tazas de té a domicilio. «Este es mi jefe», dice señalando a otro hombre que descansa sentado a la puerta de una casa.

En esa calle solo hay una panadería. La mayor concentración de comercios está en las arterias que desembocan directamente en las Ramblas. En una de ellas tiene Mdbilal su carnicería halal. Llegó a Barcelona desde Bangladés hace 17 años. Tiene residencia, familia y dos negocios. La carnicería y una tienda de ultramarinos. «Todo estaba bien. Los turistas venían y estaba todo bien. El turismo permitió que creciera nuestra economía. Y ahora ocurre esto. Es malo, muy malo», repite desde detrás del mostrador. Despacha a una mujer, pero hace una pausa: «¿Por qué molestan? ¡Por qué vienen a arruinarnos la vida a los que hemos venido a trabajar aquí. Qué culpa tenía toda la gente que ha muerto, los heridos. Estamos enfadados, muy enfadados. Tendrían que encarcelarlos, expulsarlos», advierte.

Hay quien no sale a la calle

El miedo es latente. La mujer de Alí, otro joven de Bangladés que lleva trece años en España, no se ha atrevido todavía a salir a la calle. «Tenía que ir a comprar leche para el pequeño, pero ya fui yo», cuenta. No quiere fotos.

Después de las detenciones de dos presuntos yihadistas en abril, de las quejas de los vecinos que denuncian un aumento del tráfico de droga en el barrio, de los robos, el dueño de una pastelería de repostería musulmana dice estar cansado de estigmas. Pero ahora esto.

A Said no le gustaría que los malos ganaran la batalla «de enfrentarnos». Es de Tánger, pero hace años que vive en Sant Andreu, se casó con una española y tiene familia. Ha bajado a las Ramblas para rendir homenaje a las víctimas. Le acompañan su cuñado, su hermana y sus sobrinas. «No estamos bien desde el jueves. Porque aunque la convivencia en general es buena, no deja de haber gente que te mira de forma extraña. Es raro, muy raro». Su hermana Fátima escribe un mensaje en una hoja de papel cuadriculado. Said la traduce: «El Islam es una religión de paz, que está contra el terrorismo y por la fraternidad de vivir juntos». Fátima se agacha para apoyar la nota entre unas velas. Neus Canellas, una barcelonesa de toda la vida que pasaba por allí, se acerca y la abraza: «Seguiremos acogiéndoos. Sabemos que lo que han hecho no es el Islam».

«Unos neonazis querían hacer una protesta, pero los pararon los vecinos»

Marcos tiene nombre árabe, pero quiere dar el que usa desde hace doce años, los que lleva en Barcelona. Es de Tánger, vive en el Raval. Conoce bien a todo el mundo. El viernes un grupo de chicos que conoce venía hacia él. Cree que para hacerle algo, para amedrentarle. Pero confiesa que no tuvo miedo. «Fui hacia ellos, se fueron. Pero son solo una excepción, porque los conozco bien. La mayor parte de los que viven en el barrio están con los musulmanes», explica. Y recuerda que el viernes por la tarde «un grupo de neonazis quiso hacer una protesta en plaza Catalunya, pero fueron los propios vecinos los que lo pararon. Puede que de esto saquemos muchas lecciones». Habrá que esperar, pero no hay que bajar la guardia. Educar, coinciden muchos, es la clave.