Un gran hermano tecnológico vigila toda la cordillera volcánica de Cumbre Vieja para salvar vidas

Jose Antonio González COLPISA / MADRID

ESPAÑA

Erupción del volcán de La Palma
Erupción del volcán de La Palma Borja Suárez | Reuters

Las estaciones sismológicas llevan semanas observando el volcán con ayuda de la inteligencia artificial y los satélites

28 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Las crónicas y los libros de Historia contarán durante los próximos años que el 19 de septiembre a las 15.12, hora insular canaria, la tierra se abrió y tras una fuerte explosión emergió el último volcán español en Cumbre Vieja, en la isla de La Palma. Una aparición sorprendente, pero no por ello inesperada. Desde principios del mes de septiembre, la tierra ya avisaba de que algo fuera de lo normal estaba ocurriendo en su interior.

Los palmeros llevaban semanas notando y sintiendo cómo el suelo crujía bajo sus pies casi a diario con pequeños temblores. Terremotos que eran registrados al instante por las doce estaciones sísmicas que están repartidas por toda la isla.

Esta instalación forma parte de una red sísmica que permite conocer la dirección desde la que proviene el temblor. Gracias a una masa sujeta a una estructura fijada al suelo, los sismólogos y sus equipos informáticos 'escuchan' las voces de la tierra que llegan desde sus profundidades.

Y los sensores revelaron un enjambre sísmico que barruntaba lo que vino después. Como un puzle, los expertos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan) seguían encajando piezas y prestando atención a la naturaleza. La siguiente pista del rompecabezas llegó desde el cielo.

Imperceptible al ojo humano, pero no a la tecnología satelital. La Palma iba creciendo hora a hora, concretamente se estaba deformando. Durante los días previos a la erupción, Cumbre Vieja iba tomando altura. Las cinco estaciones permanentes de GPS avanzado del IGN registraban cómo el terreno crecía centímetro a centímetro. Insar, así es el nombre científico de esta novedosa tecnología, permitió detectar este abombamiento.

El satélite Sentinel-1 de la Agencia Espacial Europea captó cómo la tierra de la isla en la zona suroeste se abombaba seis centímetros, una hora antes de abrirse la primera boca del volcán. Las deformaciones en la isla han seguido registrándose tras la erupción, principalmente en la zona más cercana a esta, alcanzando una deformación acumulada máxima de 20 centímetros.

Desatada la furia y sin víctimas mortales a pesar de su cercanía a lugares habitados, el Cumbre Vieja tiene cientos de ojos posados en sus bocas activas, desde tierra, desde el aire y desde el espacio. Un gran hermano que controla cada paso y cada rugido del nuevo volcán. Gracias a la red de satélites Sentinel, Copernicus, una de las grandes misiones de la ESA europea, es capaz de monitorizar Cumbre Vieja y ver cómo avanzan las coladas de lava. «Nos hemos puesto al nivel de Estados Unidos, si no más», comenta Antonio Tabasco, jefe de la división de Observación de la Tierra y Análisis Geoespacial de Espacio de GMV y embajador de Copernicus en España.

Para monitorizar el desarrollo de la erupción de Cumbre Vieja, el programa emplea satélites ópticos, satélites radar y satélites de vigilancia atmosférica para controlar la nube de deposiciones que hay alrededor del volcán.

Desde Barcelona

Copernicus mira del cielo a la Tierra y «España tiene un papel importante en su desarrollo», apunta Tabasco. Y en Barcelona, a 2.679 kilómetros de La Palma, una startup española se centra en vigilar a través de inteligencia artificial la evolución de las cenizas.

«Los volcanes pueden emitir partículas finas de ceniza y grandes cantidades de dióxido de azufre a la atmósfera, lo que puede provocar cierres temporales del espacio aéreo y aeropuertos debido a la amenaza que representan para los aviones y la seguridad de sus pasajeros», relata Alejandro Martí, doctor en Geofísica aplicada, experto en vulcanología y CEO de Mitiga Solutions. Esta spin-off catalana ha desarrollado un sistema de alertas para predecir la trayectoria de una nube de ceniza minutos después de una erupción. Otro avance tecnológico más, sin el cual los efectos habrían sido aún más devastadores.

Los drones, los ojos de los científicos para ver lo que ocurre en la cima

Acercarse a las faldas del nuevo volcán es un peligro para la salud y la seguridad, asomarse a la boca, una temeridad. Sin embargo, sí es posible posar la mirada sobre la gran abertura del volcán de Cumbre Vieja. Los drones se han convertido en los ojos de los investigadores y científicos para observar y monitorizar a diario lo que ocurre en esa boca gigante.

Gracias a las cámaras de estas pequeñas aeronaves, los miembros del Involcan, del Instituto Geológico y Minero de España y del Grupo de Emergencias y Salvamento han observado cada cambio y movimiento en Cumbre Vieja. Esta tecnología permite acercarse a 200 metros de la zona de emisión sin riesgo para los científicos. Imágenes que llegan directamente a los ordenadores y quedan almacenadas para su estudio y para el deleite de los telespectadores.

Pero estos dispositivos no han sido los únicos que han sobrevolado Cumbre Vieja. Vecinos de La Palma y aficionados han hecho volar sus naves por la orografía de la isla canaria para captar el avance de la lava.

Vuelos a los que han cortado las alas, ya que Enaire, a petición de la Delegación del Gobierno, creó dos zonas restringidas en el espacio aéreo de la isla, donde solo pueden operar fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, servicios de emergencia, aeronaves de Estado y las debidamente autorizadas.

Desde este año, el uso de drones en España obliga al cumplimiento de una serie de requisitos mínimos. Esta norma establece que los vuelos se realizarán en base a tres categorías operacionales: 'abierta', 'específica' y 'certificada', sujetas cada una de ellas a limitaciones condicionadas por el peso del dron, la presencia de personas y la cercanía a edificios.