El secreto de una «fondue»

SABE BIEN

El invierno es la mejor época para degustar esta especialidad nacida en Suiza y que admite tantas variantes como nuestra imaginación: carne, queso, chocolate, frutas... La marca gala Le Creuset fabrica algunos de los mejores recipientes.

23 ene 2018 . Actualizado a las 09:08 h.

Se juntan dos belgas, montan una fábrica en Francia y luego llega un sudafricano y la convierte en una multinacional de los utensilios de cocina. Parece un chiste, aunque entre la fundación de Le Creuset en 1925 por Armand Desaegher (experto en moldes) y Octave Aubecq (especialista en esmaltes) y su adquisición por Paul Van Zuydam en 1987 median más de seis décadas en las que esta compañía se asentó como marca premium de recipientes de hierro colado, cacerolas de cerámica de gres y otros productos. Entre ellos no podían faltar las fondues, como el modelo Savoyarde, que se distingue por su mango de agarre para un fácil manejo y sus pies de fundición, que le dan mayor estabilidad.

«La base y las paredes tienen el mismo grosor, lo cual garantiza la absorción y distribución uniforme del calor, sin puntos de sobrecalentamiento», explican desde Le Creuset. El resultado es que la comida no se quema ni se queda cruda en el centro, además de hacer que los alimentos no pierdan su jugo durante la cocción, conservando así todos sus nutrientes y vitaminas.

Valiéndose de un pincho metálico, los comensales meten trozos de carne en el aceite o de frutas en la variante de chocolate. En el caso de la fondue de queso se acostumbra a derretir una mezcla de varios tipos (gruyère, comté, emmental, tomme de Savoie) y vino blanco aromatizado con kirsch (aguardiente de cerezas). Después se introducen trozos de pan.

La superficie interior y exterior esmaltada utilizada por Le Creuset no absorbe la humedad, el sabor, ni el olor de los alimentos. Es un material higiénico, fácil de limpiar y que tiene una durabilidad excepcional, y de hecho la casa gala la garantiza de por vida. Esta empresa casi centenaria vende actualmente en más de 60 países de todo el mundo y ha ampliado su gama con utensilios de acero inoxidable de múltiples capas, ollas de aluminio antiadherente, herramientas de pâtisserie, moldes de silicona y accesorios de para el vino.

El negocio mantiene su sede original en Fresnoy-Le-Grand, una urbe del norte de Francia, en la provincia de Aisne. Una ubicación estratégica que a principios del siglo XX era un cruce de rutas de transporte de carbón, hierro y arena.

Aparte de su calidad de fabricación y sus diseños, la originalidad de la marca se hace perceptible en la creación de colores esmaltados, desde el original naranja volcánico a las más de 45 tonalidades que existen actualmente. La innovación es otro de los puntos fuertes, ya sea revitalizando utensilios milenarios como la cocotte o pota de gruesas paredes de hierro; como apostando por nuevas formas como la coquelle, ideada por diseñador francoalemán Raymond Loewy. En los 60 lanzó las primeras fondues y barbacoas, y, a partir de los 90, woks, tajines y otros moldes de cocina internacional con los que hace honor al nombre de la compañía: El Crisol.