Desafección

Nona Inés Vilariño MI BITÁCORA

FERROL

16 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Pasaron 20 años desde el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, diseñado por ETA y ejecutado pos sus pistoleros del modo más cruel e inmisericorde: someter a tortura psicológica a un ser humano hasta la extenuación, ponerlo de rodillas y ejecutarlo con las manos atadas y por la espalda… Pero no es el odio el que inspira mis palabras. Porque estos asesinos no merecen el daño que el odio provoca en quien lo alberga. Y porque su familia y los millones de ciudadanos que lo lloramos, limpiamos el alma con esas lágrimas por alguien, casi un niño, cuya muerte fue como una descarga eléctrica, que despertó y movilizó a todo un país para fundirse en un abrazo, llamar asesinos a los asesinos y levantar sus manos, pintadas de blanco, contra la barbarie. Somos millones los que creemos que allí se inició el último tramo de la vida de ETA… Y se visualizó la capacidad de España, como país democrático (ya había ocurrido tras el 23 F) de defender casi al unísono los valores esenciales de nuestra convivencia.

Han pasado 20 años. Ha habido momentos difíciles; crisis insoportables, especialmente para quienes menos tienen; cambios políticos; un intento de secesión en Cataluña; un insoportable crecimiento de la violencia machista, ejercida individualmente y en grupo. El deterioro institucional es evidente y el desprestigio de la política y los políticos un gravísimo problema que ha provocado la más grave enfermedad de una sociedad: la desafección.

Y estamos en riesgo de que una inmensa mayoría de españoles elijan el peligroso sendero de la indiferencia política, garantía de que una minoría de exaltados radicales, que expulsan de las manifestaciones a sus adversarios, tome la calle para imponer su derrota como triunfo… La memoria tiene que rescatar el coraje de un pueblo que ha demostrado, me refiero especialmente a los últimos cuarenta años, que puede recuperar y mantener su lealtad a aquellos valores e instituciones que constituyen la esencia de un país que muchos quieren liquidar. Y como símbolo levantan un puño cerrado, con gestualidad de violencia, en sustitución de las manos pintadas de blanco que simbolizan la fuerza infinita de la unión.