Estruendo

José Varela FAÍSCAS

FERROL

18 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El verano, y todo lo que conlleva, induce a la pereza, incluso a la mental: he ahí las reiteradas recomendaciones editoriales para lecturas estivales «frescas» (?). Ignoro si estas sugerencias son útiles también para los jubilados, que por lo visto ocian todo el año. En fin, el estío es el tiempo del reposo, del abandono, del dolce far niente. Pero, eso sí, nunca en silencio, desde luego. Este que se cierra hoy debió de ser uno de los fines de semana más estruendosos del año, sino el más,. No me quiero calzar una camisa antropológica de once varas, pero sospecho que el hábito de festejar los patronos locales con cerradas descargas de artillería pirotécnica tiene su raíz en la voluntad de una comunidad de hacer saber a todos sus vecinos que llegó el momento de la fiesta, en un tiempo y en una sociedad carente de medios de comunicación silentes y rápidos. Vamos, que hoy en día el petardeo se ha consolidado como tradición en su estado más puro, no necesidad. Pues hay tradiciones que tienen la virtud de desvelar a uno a medianoche -solo unas horas antes de la sesión de fuegos mañanera, para que espabile- y, ya puestos en vigilia, para hacerse la pregunta de si no sería posible disfrutar de las alegrías de la fiesta sin señales tan estentóreas. No hablo ya de las alternativas que podrían hallarse al considerable gasto que supone la instalación de palenques de cohetería en los prados aledaños al palco de la verbena. Ya sabemos que el peaje que se cobra la retribución emocional del sentido de pertenencia a una tribu es inevitable, pues nada sale gratis en esta vida, pero este acústico tal vez sea superfluo. Olvídenlo: rarezas de un pejiguero.