Raso y fino

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL

15 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Imagínense una escena parecida a esta. Hagan el esfuerzo -nada fácil a la vista de la estatuita de colorines que lo representa en los jardines de San Francisco-, de considerar a Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, como un hombre serio, un político de los catalogados como hombres de Estado. En una sala del Palacio Real se encuentran Carlos III, distraído, pensando en la temporada de caza que se avecina y tomando su inseparable taza de chocolate, junto al marqués de la Ensenada y el marino Jorge Juan -a este sí ya le hicimos una estatua un poco más decente y le nombramos insigne y esclarecido, que no está nada mal-.

El marqués toma la palabra. Jorge Juan, machote, que la Armada quiere disponer de un buque raso y fino y no tenemos los planos ni las habilidades para su construcción. Esto lo saben hacer los ingleses. Así que si no te importa, mi joven amigo aventurero, te vas a ir a Londres unos meses, te haces pasar por un librero con el nombre de Mr. Sublevant y te dedicas al espionaje. Ya sabes, planos de barcos, libros, instrumentos náuticos, documentación sobre organización de arsenales y cosas así. Puedes llevarte a un par de guardiamarinas como ayudantes, pero adiéstralos bien para escapar de las zarpas del duque de Bedford. Este tipo, si se entera que estáis espiando a la corona inglesa, os meterá en prisión y colocará una soga al cuello. Menudencias. Todo sea por España.

A principios de 1749 Jorge Juan estaba ya enviando correspondencia cifrada desde Inglaterra. No olvidemos que era un experto marino, matemático y científico ilustrado, conocedor del idioma inglés. Permaneció en Londres dieciocho meses y espió todo lo espiable en los astilleros del Támesis. Se hizo con los planos del Culloden, un buen navío inglés, documentos sobre las máquinas para blanquear cera, limpiar puertos, sobre fabricación de paños, etcétera. Y lo más importante, consiguió contratar a muchos maestros constructores, carpinteros, ebanistas, armadores, herreros y aserradores para que vinieran a trabajar en los astilleros españoles.

El maestro Richard Rooth y una buena nómina de técnicos ingleses se asentaron, junto con sus familias, en Ferrol. Jorge Juan había cumplido su misión pero el duque de Bedford había sido advertido y al sabio marino español no le quedó más remedio que vestirse de mujer y embarcar hacia Francia, si quería mantener su nombre en el escalafón. Le fue mucha hora, que decimos por aquí.

Llegó a Ferrol, escribió el Examen Marítimo teórico-práctico, los barcos comenzaron a construirse a la inglesa y nuestro Real Astillero de Esteiro se convirtió en uno de los más importantes del mundo y, por supuesto, la cuna de las fragatas. Y así sigue, 270 años después.