Decoro

José Varela FAÍSCAS

FERROL

17 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el fin, la utopía, al que uno dedica su vida lo que le da sentido. Y aun cuando hay propósitos que se saben sin recompensa, ni siquiera metafórica, en el interior de algunas personas germina un imperativo ético que las conmina a echarse al camino en pos de la quimera, y ensancharlo para otros, para todos. Fernando Miramontes fue un primun inter pares en la tarea de rescatar la dignidad cívica que la guerra civil y la dictadura que siguió expoliaron a la sociedad. Recordándolo, avergüenza escuchar afirmaciones hipócritas como que el rey trajo la democracia a España -una ofensa intolerable a la vida y obra de personas admirables como Miramontes-, y estremece imaginar que el embuste pueda quedar como historia. Todavía es posible apelar a la memoria viva para desmontar el trampantojo. Pero ¿y después, cuando ya no queden testigos y los aprendices de demiurgo se apresten a reescribir la crónica para provecho de la impostura? ¿Qué se hará de la vida ejemplar de estos apóstoles laicos? Siempre me asombró que un hombre recio y de principios irrompibles, capaz del silencio en la tortura para salvar a sus camaradas, almacenase tanta ternura como para quebrarse ante la travesura de un niño. Porque el que ama es el más fuerte. A Fernando el sueño de una sociedad más igualitaria no le solapó un agudo sentido de la realidad, y fruto de ello fue la fructífera y leal colaboración de comunistas y socialistas en la etapa más fecunda del ayuntamiento en los últimos años. Valle-Inclán, en La corte de los milagros, incluye un diálogo en el que una atildada noble pregunta a un poeta -¿Y usted por qué es revolucionario? -Por decoro, responde. Y yo recuerdo a Miramontes.