Las cabrias que curaban las redes, en Redes

José Picado FERROL

FERROL

18 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Alas puertas de las casas, escribía Castillo Puche en los años cincuenta -lo reproducen en un soberbio trabajo Freire Camaniel y López Naveiras en la revista A Tenencia de 2019-, están sentadas las mujeres, que tienen en las manos largas, interminables y tostadas ristras de redes. «Las redes que no están en las manos de las mujeres están en la playa colgando de las cabrias, dando a los diminutos y breves acantilados un aspecto como de decoración de teatro». Para Castillo Puche la red era el escudo de armas de Redes. El pueblo entero, decía, estaba «guarnecido, protegido y cubierto por tupidas murallas de redes».

Cada barco llevaba unas 6 piezas de 60 brazas (aprox. 100 metros) de largo por 9 de alto. Estaban reforzadas por un rapé en la línea de flotación y aplomadas en el borde inferior. Eran débiles, hechas de fibras naturales. Cada mes y medio, más o menos, había que «cocerlas en las bodegas de la casca». Se introducían en agua con cáscara de pino hervida durante seis horas, se escurrían en grandes cajones de madera y después se llevaban a secar a las cabrias. En las cabrias, esas extraordinarias construcciones arquitectónicas, se colgaban diariamente las redes que hubiesen trabajado en esa marea. La de Celia, la de Vicente O Valeiro, la del Tío Justo, la de O vello Pío, la de Manolo O Meiriño, las de Paco Bello, la del molinero de Limodre, y así hasta las más de treinta que delineaban la costa desde la playa de la Plateira hasta la punta del Castillo. Redes era un pueblo que mostraba sus redes, aparejos imprescindibles para la pesca de la sardina, bien enmallada al xeito o embolsada al cerco. Muchos de sus vecinos vivían de la pesca desde tan antiguo como acredita el censo de Ensenada del siglo XVIII. Tal vez de esa época sean ya las cabrias, artefactos tan simples y a la vez tan eficaces que no necesitaron modificar su diseño mientras fueron utilizadas.

Para dentro de unos días, a finales de este extraño y atrofiado mes de julio, los afanados miembros de la Agrupación Instructiva de Redes y Caamouco anuncian una nueva edición de la Festa da Cabria en la ribera del Pedregal. Los mayores enseñarán a los cativos a subir a las cabrias, andar por ellas, sujetarse y sujetar las redes para dejarlas tendidas al sol. Les hablarán de la importancia de cuidar barcos y redes, herramientas de las que dependía la durísima vida de entonces. Se hará una pequeña fiesta acompañando a las cesteiras y redeiras que se niegan a ver cómo desaparecen sus oficios. Redes, ese lugar mágico acostado al fondo de la ría de Ares, volverá a lucir su esencia marinera de gentes orgullosas que se han mantenido en pie, erguidas como sus cabrias.