La gran catedral del mundo

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

XOAN A. SOLER

26 jul 2021 . Actualizado a las 16:51 h.

La geografía de los sueños no siempre está de acuerdo con lo que afirman los mapas. Así, por ejemplo, cada vez que te diriges, desde Escandoi, a la Terra Chá -que es tan fértil en poetas-, tienes la sensación de que, conforme te alejas de la costa, caminas hacia el norte. A un norte de grandes prodigios y de caminos sin luz y de hermosas iglesias y de largos silencios: un país de tejados de losa y de caballos bravos y de ríos mansos y de dulces nieves, fuertemente asido a las raíces del mundo. Pero la verdad es que uno, cuando vuelve a la Chaira de sus mayores, en la que siempre se le recompone el alma, se dirige al este. Y ocurre, además, que cuando, también desde Escandoi, vas a Santiago, sientes que avanzas en dirección contraria al curso del sol, aunque en realidad te estás dirigiendo al sur (para ser más precisos, al sudoeste). Los ojos del corazón, que son tan proclives a dejarse guiar por las estrellas, poseen su propia manera de mirar. Y aunque esas estrellas no tengan por costumbre discrepar en exceso de lo que afirman los cartógrafos, la verdad es que uno, cuando se queda contemplando, absorto, en medio de la noche, la Vía Láctea, el Río Blanco del Firmamento, siente que la bóveda celeste no solo señala los caminos de este mundo, sino también los que atraviesan el inmenso misterio que nos rodea. De niño estaba convencido de que desde nuestra casa de Pedre, en Sillobre, la víspera del Día del Apóstol, se veían las luces de Santiago. Y de que el 25 de julio se escuchaban, con ayuda del viento, las campanas de Compostela. Después, conforme fueron pasando la vida y los años, me dio por pensar que no, que solo eran sueños de infancia. Pero ahora, gracias a Dios, sé que no estaba equivocado. Y aunque a estas alturas ya no sea capaz de ver todas aquellas magias, al menos soy consciente de que existen. De hecho, sé que estarán ahí siempre, porque la eternidad también es eso. Como sé que en la basílica compostelana descansan los restos del Apóstol Santiago, que fue amigo de Jesús. Él es quien hace posible que hoy, cuando la catedral -felizmente restaurada gracias a la fe y el empeño del arzobispo Julián Barrio, del canónigo Segundo Leonardo Pérez López y de todo el cabildo compostelano- resplandece como nunca, también nosotros, estemos donde estemos, seamos parte de ella. ¡Viva o Noso Señor Santiago, meus queridos amigos! ¡E que Galicia viva eternamente!