El cielo dibujando cumbres de oro rojo

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

26 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Venía el jueves de donde el mundo se llama Goiriz y Lanzós y Santaballa y Corbelle: de la Terra Chá de los poetas y de las cruces de piedra. Y al pasar por A Capela, mientras se terminaba el día, me impresionó tanto la belleza del crepúsculo —que dibujaba montañas nuevas, cumbres de oro rojo, sobre las copas de los árboles, mientras la música la ponía el viento—, que tuve que detenerme un rato, disfrazado de lluvia, para contemplar el espectáculo, y ganas me dieron de aplaudirle a la naturaleza. Hay caminos que, al viajar a través de mí mismo, me han permitido siempre, estando cerca, ir muy lejos; y a la Terra Chá, como ya alguna vez les he contado, nunca voy, sino que siempre vuelvo. Allí están las raíces de muchos de los míos. Tengo el alto honor de descender, por esa parte, de uno de los más altos y nobles linajes de Galicia: el de los «campesiños pobres da Terra Chá de Lugo», como decía Darío Xohán Cabana, inmenso poeta y maravilloso amigo. Para todos cuantos, de alguna manera, están unidos a ella, la Terra Chá no solo tiene cualidades mágicas, sino virtudes verdaderamente curativas, entre otras extraordinarias propiedades. A mí, de hecho, me recompone el alma andar por ella, preferentemente cuando las nubes están tan bajas que a uno le da la impresión de que casi puede tocarlas con las manos.

Por alguna extraña razón que jamás he sido capaz de explicarme, cuando en la Terra Chá te envuelve el silencio de la tarde —un silencio que nunca lo es del todo, porque allí suelen cantar mucho los pájaros—, la raya del horizonte, como en un milagro, tiende a descender, a echarse a dormir, como si quisiera soñar con el mar lejano.

(Bueno, lejano el mar, sí, aunque quizás no tanto: tengo unos cuantos amigos que dicen haber visto, desde la Terra Chá, la luz de la Torre de Hércules, y cuando ellos lo dicen será por algo. Y es más: desde el monte Marraxón, que es uno de los centinelas de piedra brava que vigilan la ría de Ferrol, tampoco falta quien diga ver la Terra Chá. No hay por qué renegar de lo extraordinario).

Cuanto más tiempo pasa, más le quiero a esta Galicia do Norte nuestra a la que, por haber sido cristianizada, en los siglos V y VI, por los navegantes celtas britanos, o bretones, que venían huyendo de la persecución tras la caída de Roma, nadie podrá discutirle que es, también, y entre tantas otras cosas, una Última Bretaña. Un Norte del Norte que tiene sus capitales en Ferrol y en Mondoñedo, y cuyo corazón espiritual está en esa Terra Chá en la que resuenan, para siempre, los versos de Manuel María: «Galicia é unha nai / velliña, soñadora:/ na voz da gaita rise,/ na voz da gaita chora!». Habitamos los recuerdos del futuro y las nostalgias del pasado. Por suerte, todavía soñamos.