Monfero, en los ojos de Fernández de Rota y de Lisón Tolosana

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

Ramón Loureiro

18 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Por un instante llegué a creer que había perdido un libro que siempre me gusta tener cerca: mi ejemplar de Gallegos ante un espejo, del recordado —y tan admirado y tan querido— José Antonio Fernández de Rota y Monter. Pero, por fortuna, me equivoqué: no lo había extraviado. El libro estaba, en realidad, aquí. No en su lugar habitual, pero casi a mi lado. Entre una edición de Galaxia Gutenberg de la Armonía celestial del Príncipe Esterházy y un ejemplar del Crematorio de Rafael Chirbes, este último editado por Anagrama.

Chirbes, a quien por cierto tuve la suerte de conocer en persona, fue un magnífico escritor al que conviene volver una y otra vez. Su muerte dejó en la literatura española un vacío que será muy difícil llenar. Su prosa es fascinante, sus páginas son a menudo de un altísimo vuelo. Y él era, además, un gran conversador. Lo entrevisté en una ocasión. Decía que «toda literatura, incluso a su pesar, refleja la sociedad de su tiempo», y que «las novelas son fruto de su época», como también lo somos nosotros, «para bien y para mal». Chirbes estaba convencido de que «cada generación asiste a su propia construcción del paraíso», aunque también acabe siendo testigo de su «destrucción», y yo pienso exactamente lo mismo. En cuanto a Péter Esterházy, matemático de formación y miembro de una familia que hunde sus raíces en lo más profundo de la historia del imperio austrohúngaro, me parece que su obra es una de las grandes columnas que sustentan la literatura europea de nuestros días.

Pero yo quería hablarles hoy, sobre todo, de Gallegos ante un espejo, obra a la que José Antonio puso por subtítulo Imaginación antropológica en la historia. Fernández de Rota, que nació en Madrid en 1940 y que falleció en A Coruña en el 2010, hizo de Galicia el centro de su vida, tanto desde el punto de vista más personal y afectivo como en el ámbito académico e intelectual. Su obra magna, que tuvo su origen en su propia tesis doctoral, convirtió las tierras de Monfero no solo en ese espejo en el que se refleja el alma de Galicia, sino en una metáfora que abarca, en su conjunto, al espíritu de la humanidad entera. Creo poder decir —y no es la primera vez que lo digo— que, tras haber sido alumno suyo, también fui, en sus últimos años, su amigo. Él es otro de esos amigos a los que tanto echo de menos siempre. Cuando releo Gallegos ante un espejo me parece estar oyendo su voz de nuevo.

Monfero es, además de una tierra de subyugante belleza, un lugar en el que sigue latiendo con fuerza el corazón de un mundo que nos permite —o que al menos me permite a mí, disculpen la generalización— entender mejor quiénes somos. Carmelo Lisón Tolosana, uno de los más grandes antropólogos del siglo XX, a quien pude conocer precisamente gracias a Fernández de Rota, también dirigió su mirada a Monfero en más de una ocasión, y es muy hermoso leer en su Antropología cultural de Galicia fragmentos como el que hace referencia al viejo marco que señala el punto de encuentro entre las parroquias de Vilachá, Taboada y Grandal, así como a las cualidades mágicas que se le atribuían a esa piedra.

(El calor de estas últimas semanas ha dejado paso hoy a un orballo que desdibuja el horizonte, envolviéndolo todo en una luz que parece venir del fondo de las edades. Tal vez vuelva a Monfero esta tarde).