Desajustes

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

09 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces tenemos una idea de cómo es una persona, que no se corresponde con la realidad. Se producen desajustes entre cómo la vemos y cómo es realmente. Suele ocurrir con personajes notables y a mí me ha pasado más de una vez con artistas y escritores. En algunos casos, la idea prefigurada y la constatación real llegan a entrar hasta en contradicciones. Ocurre, por ejemplo, si uno se deja influir por el currículo profesional de esa persona sin conocerla o tratarla personalmente. Algo así me pasó con Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), con quien compartí un día de esta semana en que se acercó a Ferrol para intervenir en el curso de verano Carlos Gurméndez, que organiza cada año el Club de Prensa local y la Universidad de A Coruña.

 Quien sólo conozca a Luis Alberto de Cuenca por su denso currículo profesional, fruto del trabajo y del talento, se encuentra con un hombre que iba para abogado, pero acabó doctorándose en Filología Clásica; que es profesor de Investigación del CSIC, que fue Director de la Biblioteca Nacional y presidente actual de su Patronato; que vivió, como gestor cultural, docenas de aventuras y proyectos de gran calado que dirigió desde su puesto de Secretario de Estado de Cultura; que es uno de los traductores más fecundos de nuestras letras, pues no solo ha traducido a los clásicos griegos y latinos, sino que ha vertido al castellano textos alemanes, franceses, ingleses, provenzales, italianos, en un dominio de lenguas muertas y vivas impropio de los españoles de su generación (este capítulo de traductor se ha visto reconocido con el Premio Nacional de Traducción en 1989); que ha publicado más de medio centenar de libros de poesía y es hoy uno de los poetas de mayor relevancia de las letras españolas: el Premio Nacional de Poesía que le fue concedido en 2015 por su libro Cuaderno de vacaciones confirma de forma fehaciente esta afirmación. Por todo ello (y por otros datos que se pudieran aportar) cualquiera podría pensar que estamos ante un hombre que ha vivido (y sigue viviendo) en un mundo cultural muy cerrado al bullicio de la vida, siempre ante una mesa trabajando con la monótona luz de un flexo, y al que se le va poniendo cara de ratón de biblioteca…

Pues, en este caso, no. Estamos ante uno de esos desajustes de los que hablaba al principio, que yo comprobé cuando conocí personalmente a Luis Alberto de Cuenca, hace más de veinte años, como lo acaban de comprobar ahora los amigos que lo han conocido esta semana. Porque nos encontramos con una persona muy próxima y sencilla, culta y educada, con una fina ironía y excelente sentido del humor. Con los dos pies en la tierra y al que, todo lo que ocurre a su alrededor y tiene que ver con lo humano, le interesa. De todas formas, esta dimensión de Luis Alberto no cogerá de sorpresa a quien conozca un poco su poesía. Ha ido, desde 1971, año de su primer libro, evolucionando desde un oscurantismo culturalista, propio de los llamados Novísimos en aquellos años, hacia una poesía que tiene que ver con la vida y con los problemas humanos, en la que convive lo culto con lo popular, lo cotidiano con lo trascendental, y siempre entreverada con una elegante ironía, con un jovial desenfado. Con el mismo con que escribió letras para canciones de la Orquesta Mondragón y para Loquillo. Esto también merece figurar en tan singular currículo para evitar equivocaciones.