Buen momento para recordarlo

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

24 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

He leído con mucho interés la última novela de Lorenzo Silva, Recordarán tu nombre, por ser de un buen escritor, y porque en ella el asunto se centra en la figura real de un ferrolano, el general Aranguren. La novela reivindica la memoria de un hombre perdido en el anonimato de la historia, y se propone que sus lectores no olviden su nombre y su ejemplo. Creo que este buen propósito del escritor no se va a cumplir, porque este país olvida con demasiada facilidad la identidad, y no digamos la ejemplaridad, de la gente de bien, honrada y con honor.

 Así que al general Aranguren, que estaría en este grupo, le ha pasado lo normal. La novela, además, nos va a situar ante un problema político actual que, de forma periódica, se repite en la historia de España: el problema de la falta de respeto a la legalidad vigente en el Estado de Derecho, que siempre contó con fieles adeptos.

El general Aranguren nació en Ferrol en 1875, hijo, nieto y biznieto de marinos ferrolanos, aunque la ascendencia familiar fuese vasca. Después de su preparación académica como militar, estuvo destinado en África, presente en el desembarco de Alhucemas y en otros puntos calientes del Protectorado, lo que le sirvió para ir ascendiendo en el escalafón profesional. Durante esa dura etapa militar, estuvo a las órdenes de jefes que habrían de tener gran importancia en y después del Golpe de Estado de 1936, como los generales Sanjurjo, Mola y Franco. Con este último, aunque más joven que él y también ferrolano, llegó a tener mucho trato con el paso de los años, especialmente cuando desde febrero a noviembre de 1932, coinciden los dos en A Coruña, destinados allí por Azaña, jefe del Gobierno republicano: Franco, al mando de la 15ª Brigada de Infantería de Galicia, y Aranguren como coronel jefe de la Guardia Civil en la región. En esta época reforzaron su amistad ampliándola a ambas familias, y cada semana se reunían a tomar café en sus domicilios, que iban alternando. Pero ni su origen ferrolano ni la supuesta amistad que se fue fraguando entre los matrimonios y sus respectivos hijos le hicieron dudar o temblar la mano al general Franco cuando en 1939, acabada ya la guerra, firmó la sentencia de muerte del general Aranguren, que murió fusilado por haber permanecido fiel, al frente de la Guardia Civil en Barcelona, a la legalidad constitucional de la República.

Interesante es el diálogo real, reproducido en la novela, que mantuvieron el 19 de julio de 1936, día siguiente de la insurrección militar, el general Aranguren, que tiene a su mando la Guardia Civil en Cataluña, y el general Godet, que ya ha ocupado la Capitanía General de Barcelona y ostenta la representación de los militares rebeldes. Que se sume Aranguren al Golpe es determinante para que caiga la ciudad condal. Este se resiste. Godet le amenaza con fusilarle al día siguiente, cuando haya triunfado el levantamiento. Aranguren le replica: «Si mañana me fusilan, fusilarán a un general que ha hecho honor a su palabra y a sus juramentos. Pero si mañana le fusilan a usted, fusilarán a un general que ha faltado a su palabra y a su honor». El Estado de Derecho y la legalidad son sagrados, así lo entendía Aranguren.

La sublevación fracasa, y pocos días más tarde fusilan a Godet. Quien salvaguardó la legalidad republicana, será fusilado tres años más tarde por quienes decidieron saltársela. Y ahí estamos.