Mi ciudad

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

05 jul 2020 . Actualizado a las 15:19 h.

Observo flaca presencia de Ferrol en las letras, si exceptuamos aquellos rasgos reconocibles de la ciudad que inevitablemente permanecen adheridos a las biografías que tiñen, franca u oblicuamente, las páginas creadas por ferrolanos. No me refiero, pues, tanto al microcosmos urbano específico que osmotizan del ambiente sus criaturas y que entrañan para siempre, cuanto a la ciudad como sujeto autónomo; más que como escenario de tramas, como ente con vida propia y diferenciada, como personaje. Tal vez esta ciudad sea una suerte de Bernarda Alba, una presencia tutorial áspera y castrense, un ámbito inhóspito, una intemperie marcial y cortante; y por eso no tiene quien le escriba, o casi. A saber si carece del hálito de ternura que atraería hacia si, como una madre, a sus hijos, y estos la tienen presente, sí, pero más como un Padre padrone que como un regazo acogedor, un colo decimos, y ahí radique su extrañamiento de toda creación literaria de cierto fuste. Quizá esta relación particular de los ferrolanos con su ciudad sea un ajuste de cuentas, precisamente, por ese Ferrol me fecit torrentiano. Otras urbes, no digo ya grandes capitales, tienen sus intérpretes, oráculos cuando menos, que aspiran su alma y la exhalan transformada en fabulación literaria. Aun sea de manera compleja, como Lawrence Durrell con Alejandría. Y quién sabe si sea esa la causa que nos impide expiar el dolor, matar al padre freudiano y liberarse, para no seguir encadenados irremediablemente, para sublimar esta relación singular de ciudadanos con su ciudad: para eso está el auxilio de la literatura (para qué, si no para negociar con los fantasmas). Y nos ha dejado huérfanos.