Cuaderno de estampas ferrolanas

José Picado DE GUARISNAIS

FERROL CIUDAD

01 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlos Sánchez Leira escribió un cuaderno de estampas ferrolanas. Lo escribió para él y los suyos, con el único afán de vencer a la memoria frágil y selectiva. Retrató personajes, a su familia, los oficios, las costumbres, las creencias y los dichos y canciones que aprendió desde su niñez. Escribió, igualmente, la huella que le dejaron sus estudios, las incontables lecturas, los pensamientos políticos y las creencias de su Ferrol. Trazó en el papel toda su andadura, como si de una autobiografía o unas memorias se tratase, aunque el resultado no es ni una cosa ni la otra. Carlos Sánchez Leira no se consideraba el protagonista pagado de sí mismo, sino una simple pieza en el engranaje vital de una ciudad bipolar, jerarquizada, sin identidad y con múltiples identidades a la vez que no acababan de conformarse con su papel en la historia.

En las páginas de ¡Repinaldos dulces! Memorias de un ferrolano 1917-2007, editadas por sus herederos -capitaneados por Margarita Sánchez, la historiadora conocedora de todos los intríngulis de la ciudad-, aparecen retratados los mundos de Esteiro, Serantes y Ferrol, lugares donde vivió; figuran dibujadas las costumbres imperantes en el reinado de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la segunda República, el alzamiento militar, la guerra civil, la dictadura de Franco y la monarquía parlamentaria nacida en democracia. Todo el siglo XX, para resumir. Y todo retratado en un meticuloso orden cronológico, que comenzó cuando su abuela Carola le «cortó el cordón umbilical con la tijera del pescado y lo ató con presteza valiéndose de bramante de paquetería».

En aquel Esteiro que despertaba temprano con los pregones de los vendedores de leche, cerezas, pescado -parrochitas de Caranza-, churros y repinaldos dulces, manzanas de forma alargada, mucho olor y sabor exquisito, nos aclara Sánchez Leira. En el que en las fiestas de las Angustias se comía siempre pollo estofado y arroz con leche. El Esteiro sórdido que bullía al recibir a los marineros de la escuadra inglesa y el alegre que veía a sus niños jugar a la peonza (ganaba el que tenía una pinacha de júcaro, claro), las canicas, la billarda, el aro y las lombas.

Y en el posterior Ferrol que medía el tiempo a disparo de cañón, orto, meridiano y ocaso, complementado por los pitos de sirena de la Constructora. Las fiestas de agosto, los viajes en lancha, la Escuela Obrera y la de Artes y Oficios, las tertulias en el Café Sporting, los desayunos de cascarilla de cacao, como los de los coruñeses pero mejores, la vida con cartilla de racionamiento y su trabajo como funcionario municipal. Así llenó quinientas páginas de un auténtico tratado de la historia ferrolana, sea lo que sea eso.