Balaídos fue reformado para el Mundial de 1982, pero poco tiempo después quedó en evidencia que era necesario intervenir de nuevo en el estadio. Ocurría a mediados de los noventa y ya en el año 2000, con el nacionalista Lois Castrillo en la alcaldía y Santiago Domínguez como concejal de Deportes, apareció el primer plan concreto, que no sería ni mucho menos el último pues en 2014 el asunto sigue pendiente. Por tanto, si en el futuro se hace historia de una remodelación todavía pendientes alguien podría pensar que siempre ha estado en obras.
En aquella ocasión se planteó la mejora de tres de sus cuatro gradas con la intención de que las obras finalizara la obra a comienzos del 2004. Su objetivo era ganar 5.000 asientos para llegar a un Balaídos de 35.000 espectadores; la eliminación de las pistas de atletismo y un cambio general que costaría 4.000 millones de pesetas de entonces, traducido a euros, unos 24 millones. Lo más polémico era que se pretendía construir un centro comercial en la parcela que hoy ocupan las pistas de atletismo, iniciativa que Citroën rechazó.
Obviamente, no hubo tal y en los siguientes años el conselleiro Xosé Cuíña planteó llevar el estadio a Navia y el expresidente céltico Horacio Gómez negoció también su instalación con los comuneros de Cabral.
Como el proyecto no pasó del papel, hubo otro intento unos años después cuando era teniente de alcalde José Manuel Figueroa. De aquella se barajó la opción de derribarlo Balaídos y construirlo de nueva planta en Valladares enmarcado en la Ciudad del Deporte. Su precio se estimaba en unos 60 millones de euros.
Pese a este elevado coste, en pocos años se duplicaba ya que el nacionalista Xabier Alonso presentó en 2009 un proyecto valorado en 123 millones de euros en la Federación Española de Fútbol, con el objetivo de que fuera sede de un hipotético mundial en 2018 o 2022 que pedirían España y Portugal. Tampoco tuvo el menor éxito y ahora se apuesta por una reforma modesta para ver si esta vez va adelante.