¿Es para tanto «Bodyguard»?

PLATA O PLOMO

Des Willie

Hay un chico de ojos azules y una inteligentísima trama a remolque que han roto todos los audímetros del Reino Unido. El «hype» está justificado: la serie de Jed Mercurio ha sido el mejor estreno de la BBC en la última década, lo más visto este año por los ingleses. Arrasará también aquí: desde este miércoles ya se puede ver en Netflix

24 oct 2018 . Actualizado a las 11:23 h.

Unos 11 millones de espectadores. Hasta seis años hay que rebobinar para encontrar un dato mínimamente parecido en los audímetros del Reino Unido, cuna de Bodyguard; casi diez para hacerlo en los registros de su cadena, la BBC. Lo más visto en los hogares ingleses este año, superado únicamente por el Mundial de Fútbol de Rusia, ha debutado en España, vía Netflix, este miércoles 24 de octubre. Tiene todas las de ganar, potencial suficiente el suyo para aniquilar récords: porque sí, hemos visto el nuevo drama trazado por Jed Mercurio - ya apuntaba buenísimas maneras en Line of Duty- y sí, es para tanto. Para no levantarse del sofá en todo el fin de semana, para parpadear veces contadas, para constatar, complacidos, que todavía no está todo contado. No hay aquí decepción alguna que quepa.

Son casi las nueve, noche cerrada. Un tren se acerca a la estación de Euston, en Candem, al norte de Londres. En uno de sus vagones, un hombre joven arropa a sus dos hijos; todavía no han llegado a su destino. Los pequeños, en asientos de cuatro enfrentados, se acurrucan y siguen durmiendo mientras su padre mira por la ventanilla: en el andén, un hombre hace movimientos extraños que llaman su atención. Sube al compartimento, entra en el baño. Al cabo de un rato, la revisora llama a la puerta, pero nadie contesta. El sospechoso está atrincherado. Y así, en exactamente cinco minutos de reloj, ya está el cronómetro en marcha, la quinta metida; el pasajero curioso, tomando cartas en el asunto; el espectador, con la adrenalina completamente desbordada. Seguramente les suene su cara. Richard Madden, aquí David Budd, excombatiente reciclado en experto en proteger a personas fue un día Robb Stark, aspirante al Trono de Hierro. Tras este piloto -pura angustia en vena- pasa a ser, además, escolta de la ministra de Interior del Reino Unido.

Sin dar muchas más pistas, esto es Bodyguard, un frenético thriller desgajado en seis episodios, eléctrico, sí, y entretenido, pero además inteligente y muy exigente, lo que es de agradecer. Curtidos como estamos en intrigas del estilo -rematadamente aburridos de predecibles giros de guión-, sus volantazos inesperados funcionan como un soplo de aire fresco; reside su mérito en saber desconcertarnos, desorientación de la buena, de la que deja la boca bien seca, y en la brillantez de lo complejo que por fin se impone sobre lo facilón, tan insípido. Mirando esta producción inglesa uno se descubre sorprendiéndose de su aún intacta capacidad de asombro. Quién sabe aquí quién es el malo.

Es Mercurio un maestro del libreto, a lo que se suman unos impecables diálogos -muy lúcidos y austeros- y la solvente labor interpretativa de Madden -estricto y avispado gorila, pero calamidad humana de espíritu lastimado- y Keeley Hawes, en la piel de Julia Montague, empoderada titular de la cartera de Interior británica. El producto se completa, muy al hilo de ello, con un interesante (y necesario, ya de paso) peso de las mujeres en esta crónica tan paralela a la actualidad que tan vigilantes nos mantiene. El terreno es conocido, asistimos diariamente a él: terrorismo, corrupción del poder, atracción sexual.

Pero no vamos a ser absolutamente complacientes. Si hubiese que ponerle pegas, diremos que Bodyguard contiene algunos resbalones de los de hacer la vista gorda y que, además, perpetúa el estereotipo, los estereotipos, siendo severos. Quienes no la hayan visto pueden imaginar al menos uno, al que ya apunta, por antecedentes, su propio título. Los que lleguen hasta el final -con la cabeza volada, ¿quién iba a imaginárselo?- identificarán como mínimo incluso dos. Pero cuenta con los golpes de efecto suficientes como para olvidar todo lo anterior: la emoción de la primera escena que dura 21 minutos, la tensión erótica, la diversión y la velocidad, una maldita montaña rusa. Y, sobre todo, no saber en ningún momento quién está utilizando a quién.