Silvia Pérez Cruz: «Toda la vida he jugado con la música»

FUGAS

MARTINA MISER

Artista con ángel, Silvia Pérez Cruz convierte en oro todo lo que toda y solo toca donde hay un poco de oro. Llega a Galicia con su última aventura: a dúo con el pianista Marcos Mezquida

07 dic 2018 . Actualizado a las 09:46 h.

Llevaba ya tiempo Silvia Pérez Cruz queriendo juntarse con el pianista Marcos Mezquida en directo. «Nunca había tiempo para ello, pero en cuanto lo hubo se lo propuse y dijo que sí», explica la artista, que estará mañana con esta propuesta en A Coruña (Palacio de la Ópera, 21.30 horas, entradas desde 20 euros).

-Llegan con un planteamiento totalmente minimalista.

-Sí, la idea principal es conversar, jugar y compartir la música y nuestra manera de entenderla con valentía. Para ello hemos escogido diferentes canciones, algunas versiones y algunas canciones mías. Tiene mucho de improvisación. Y todo ello con lo delicado y especial que es el dúo, donde se hace una relación muy íntima, en donde se nota muy bien cómo habla cada uno y cómo responde cada uno. Pero, a la vez, se nota más el vértigo porque está todo más vacío.

-En su última vez en A Coruña vino con un cuarteto de cuerda sin partitura, también abierta a lo que pudiera pasar. ¿Le gusta sentir que la música está viva y que puede tomar caminos imprevisibles?

-Me apasiona. Una de las cosas que más me gustan del jazz, aparte de su riqueza armónica, es la improvisación. En cualquier formato en el que participe intento que la improvisación sea un elemento y un recurso para comunicarse. En el caso de Marco es muy natural, ya que los dos tendemos a ello. Con el quinteto de cuerda fue un camino más lento y mucho más sorprendente. Los clásicos no improvisan. Llevarlos a la improvisación colectiva fue uno de los grandes triunfos.

-Hay un componente lúdico en su música, que se aprecia muy bien en directo. En este caso además, existe un video donde hacen el “No Surprises” de Radiohead y lo convierten casi en un juguete. ¿Cómo surgió? 

-Siempre hay que sonreír y reírse de uno mismo. Es cierto que en mi caso se nota más en las presentaciones, porque musicalmente las canciones que me hacen viajar más profundamente y más lejos a la vez, suelen ser muy intensas. Pero para mí el humor es supernecesario para respirar. Con Marco vamos haciendo canciones nuevas constantemente. El otro día quedamos para sacar un coro de Monteverdi los dos. Ese vídeo que dices viene de una sesión de fotos que tenía que ser en el comedor, pero yo entré en el baño vi mucha luz y dije “¿Por qué no hacemos las fotos aquí?”. De repente nos vimos allí en la bañera, llevamos un piano pequeñito y la tocamos improvisando. Luego quedó en el repertorio [risas].

-En aquel concierto de A Coruña que le mencionaba se puso a cantar muchos temas populares, entre ellos «Lambada» de Kaoma. Ahora la vemos en un disco: una canción festiva llevada a un terreno casi lírico. ¿Por qué?

-Siempre había pensado que tenía una melodía muy emocionante. Me gusta mucho la versión brasileña que conocemos, siempre estaba con ella en la cabeza. Le preguntaba a la gente de mi entorno, ¿pero tú has escuchado esta melodía cuando dice eso Chorando estará ao lembrar de um amor / Que um dia não soube cuidar? [la canta] ¡Eso es precioso¡ Hice una versión con la guitarra, pero cuando empezamos con el quinteto pensé que podía ser precioso. Me tomaban por loca al principio. Supongo que es una declaración de intenciones con la música y la manera de encontrar la belleza y los puntos de unión en cosas que, a priori, pueden parecer lejanas.

-Es todo un hallazgo. Tratada con esa velocidad y ese tono sale a resurgir su espíritu melancólico.

-Total. Y la letra habla de un desamor. Una vez que ya tenía la versión hecha escuché la original, que no es la brasileña, sino una boliviana, creo. Esa tiene mucha más melancolía. La mía es una versión de la versión y, curiosamente, sin saber la original, la letra misma y la melodía me llevó a una melancolía que de inicio ya estaba ahí. Pertenecía a su ADN.

-¿Eso es algo espontáneo o es algo cerebral?

-Me gusta reivindicar la interpretación como algo creativo. Te encuentras canciones que te apasionan. Son como historias de amor. Escuchas una canción, te vuelve loca y necesitas cantarla. Aunque la hayan cantado grandes genios, no me importa. No la quiero hacer mejor, sino que necesito cantarla. Desde ese momento es como un instrumento para encontrarme a mí misma. Le doy vueltas y la mastico hasta que salgo yo ahí dentro. Sumado a mi manera de entender la música, que es muy emocional y simple, sin atender a estilos, todo va saliendo de manera natural, sin forzarlo.

-En vivo da la sensación de que se embriaga cantando. ¿Se siente así?

-Buff… no sé. Ese sitio es para hacer un documental desde dentro. Me refiero a lo que le pasa a un ser humano encima del escenario a lo largo de los años. Hay muchos estados. Hay momentos de desconexión con tu cuerpo, donde vives el presente y eres una especie de canal. Hay la libertad total de poder expresar y sentir de la manera más sincera. Hay los valores de siempre. Hay días en los que estás en varios sitios a la vez. Otras veces hay una soledad tremenda. Otras veces, la compañía total. Son sentimientos muy oníricos. Pasan muchas cosas y hay estados muy parecidos a la embriaguez. De todos, el momento que más me gusta es cuando no sé lo que ha pasado, cuando no lo estoy apretando ni controlando, sino que he conseguido estar y pasó lo que tenía que pasar.

-Y, de pronto, llegan los aplausos.

-Sí, a veces el aplauso es como si te devolviera a la tierra. Te da como vergüenza. Yo he tenido que aprender a que la gente también quiere agradecer. No es un acto de yo, yo y yo. Es una cosa en la que tú les estás dando y tienes que aprender a recibir. A mí me gusta mucho dar regalos pero me cuesta a veces recibirlos. En un concierto son necesarias las dos partes, siendo algo circular y muy bonito. El concierto es una especie de ritual maravilloso. Gente distinta emocionándose por lo mismo. Eso me ubica mucho: encontrar los puntos de unión entre las personas y la música.

-Es mítica la historia de que empezó a cantar en una taberna. Luego se puso a estudiar. Esa dualidad se manifiesta en su música: un equilibro entre lo popular y lo académico. ¿Lo ve así?

-Es que escuchar tu historia así es extraño. Mi madre siempre se ríe y dice: «Parece que ibas a cantar descalza y con una cesta en la cabeza con sardinas» [risas]. En mi familia se cantaba y mi padre iba a las tabernas. Pero toda la vida en mi casa he jugado con la música. Siempre distingo tres partes. La familiar, de comunicación, tanto en casa como en la taberna. La académica, que son todos los años que he ido y sigo. Y la vocación, que es la necesidad de la música, el descubrimiento de una puerta que te lleva a un sitio secreto, que es lo que te pasa a los 12 años. Aunque esté en un teatro muy grande, para mí siempre hay la madera de esa mesa de la taberna. Sé que es bueno tener conocimientos musicales. Para mí han sido importantes para aprender cosas nuevas, para poder leer música y cosas así. Pero el haber jugado con mi padre y con mi madre tocando en casa la guitarra, me da una sensación que le da una naturalidad que creo es algo característico. Para mí, la música es casa.

-Vaya, ¡qué frase más bonita!

-¿Sí? Pues así es como la siento.

-Otra idea preciosa que ha dicho varias veces en la entrevista es la de «jugar con la música».

-Claro. Eso me lo enseñó un profesor de saxo que tuve buenísimo, Manel Mañogil Lucas. Daba clase en una escuela de música clásica. En el clásico hay cosas maravillosas, pero existe el contrapunto del sufrimiento a la hora de estudiarlo, de algo que no es especialmente libre. Este profesor me dijo: «Silvia, no te olvides de que la música es para disfrutar». La verdad es que la combinación de eso y de jugar con mi madre es algo que me ha calado mucho. Con mi hija a mí es algo que ya me sale natural. Estás haciendo un puzle y con el gesto de la mano se crea un ritmo. De ese ritmo sale algo y, al final, con el cachondeo… eso es supernatural. ¡Alucino! Es como si pasase toda la información de generaciones y generaciones.

-Hay músicos que dicen que el hecho de ser padres les ha obligado a redescubrir la música. ¿Le ha pasado?

-Creo que, en ese sentido, yo soy muy niña. Mi hija cumplirá ya 11 años. En la parte de la carrera en la que crecí más yo ya era madre. A mí la maternidad y ver la muerte de cerca me han dado mucha conciencia de que esto se acaba en cualquier momento y de quitarme tonterías. Tener una hija me ha ayudado mucho a poner los pies en la tierra. Vienes de cantar en un gran teatro, vale. Pero hay que levantarse al día siguiente para hacer el desayuno y llevar a la niña al cole. Eso te da una toma de tierra que es muy necesaria, porque la música a veces es peligrosa y te puede endiosar. Entender la importancia de las cosas y darle a cada una la que se merece es importante. Creo que esta realidad, que es ser madre y la música, es lo que sobrevive de este mundo loco. A mí me ha ayudado para saber lo que es importante, tener los pies en la tierra y aprovechar el tiempo.

-Tocó una vez en un psiquiátrico. ¿Puede contar esa experiencia?

-Tenía un familiar allí y lo iba a visitar. Me obsesioné bastante con el tema de la cabeza, qué era la locura y qué no lo era. Llegabas y te decían: «¿Tú eres nueva, verdad?». Me apetecía compartir un poco de música. Un día fui con el saxo y a cantar. Al terminar, me vino un hombre. Fumaba un cigarro casi en la boquilla, con mucha ansiedad. Pero me dijo: «Muchas gracias, hoy has hecho algo muy importante». Y se fue. Al rato, vino una enfermera y me dijo que esa persona había como dos meses que no hablaba. ¡Guau! Fue muy significativo para ver que la música no te deja nunca de sorprender. Por eso creo que me atrae tanto, porque no la puedes poseer. Se va sola, se cuela por las emociones de la gente y llega a sitios que nadie saber cómo llegar. Me parece brutal el poder que puede llegar a tener un sonido, más allá de quién lo genera. Que, de repente, ese sonido y esas palabras encuentren esa puerta para activar algo, para hacerte llorar, para hacerte reír, para transportarte, para quitarte el dolor, para hacerte sentir libre… Me parece muy fuerte.