Memoria de un descanso cuando no había pantallas

FUGAS

cedida

El catalán Jordi Lafebre y el belga Zidrou prosiguen su divertida vuelta a agostos de hace cincuenta años. Melancolía a todo color

10 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Mirar atrás en tiempos de cierta confusión como los actuales puede ser un ejercicio frustrante. Por aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y si uno atiende a la serie Los buenos veranos, no podrá pensar otra cosa. Solo en la luz. En el calor. En el color. En la ausencia de pantallas de mensajes instantáneos, en lo lejos que quedaba el siglo XXI, esta vida líquida. El peso de aquellos años sesenta y setenta que rescatan Jordi Lafebre (al dibujo) y Zidrou (al guion) se advierte en coches como aquel célebre Citroën 2 Caballos que servirá de hilo conductor en toda esta serie. Son ya cuatro álbumes con el que acaba de publicar Norma y que vuelve a situarnos en la casa de la familia Faldérault, unos belgas con fuerte antipatía hacia el franquismo -¡con lo que a ellos les apetecía visitar la Costa del Sol!-, y que viven pendientes todo el año de empezar sus vacaciones. Un descanso que solo podrán arrancar cuando el padre, dibujante, acabe la última viñeta y pueda mandarlo todo a tomar viento durante unas cuantas semanas.

Así, con ese preciso momento, arrancan -casi invariablemente- los cuatro álbumes de un trabajo fresco, brillante, divertido... Dibujado con un nivel de mimo y precisión envidiables, y que nos devuelve una imagen bucólica de los veranos en el centro de Europa, una escapada en coche que no se diferenciará mucho de lo que, unos años después, también se verá por las carreteras españolas.

Lo que vendrá en cada libro es una sucesión de anécdotas narradas de forma magistral, un aparente entretenimiento que esconde un retrato de un tiempo y una sociedad, y a la vez un juego entre tiempos (a medida que se desarrolla la serie vemos algunos saltos temporales). También el desarrollo vital de una familia, desde la noticia de un embarazo hasta la adopción de una mascota, los primeros besos furtivos, los pequeños terrores nocturnos, la tienda de campaña plantada en cualquier lugar, los amigos inesperados, la improvisación, el pescado fresco, las playas que entonces eran vírgenes...

Todo ello con un dibujo magnífico (los que pasaron por Viñetas desde o Atlántico hace unos años pudieron ver las planchas originales, con qué nivel de detalle), sin grandes fiestas en las páginas, pero con un juego de secuencias perfectamente ejecutado.

El primer álbum del catalán y el belga dejó un sabor a medias, porque sabíamos demasiado poco de esa familia. Y ha resultado ser un aperitivo muy interesante. En este último trabajo, tras el súbito salto al siglo XXI que se vio en el tercero, regresamos a la Bélgica de los años sesenta y setenta para advertir el eco de las últimas revoluciones, para comprobar cómo se vivían entonces las playas, para comprobar que reservar un establecimiento era una rareza, o para ratificar que, pase el tiempo que pase, al final hay situaciones que se seguirán repitiendo generación tras generación.

Eso sí, sin teléfonos que interrumpieran conversaciones, sin pantallas que distrajeran, sin otro atractivo más que ver el paisaje o cantar durante una ruta sin autovías ni peajes. O pararse a recoger autoestopistas. Sí, recuerden: unos señores que ponían el dedo para que se les recogiera en el coche cuando los de Blablacar aún no sabían hablar.

«LOS BUENOS VERANOS» 4 ÁLBUMES

Zidrou, J. Lafebre 

??? EDITORIAL NORMA PÁGINAS 56, color PRECIO 16 euros