Elisa Victoria: «Crecí con los cómics del 'Víbora', que traían lo prohibido»

FUGAS

Cecilia Díaz Betz

La Expo 92, Felipe González, los primeros cómics adultos, las muñecas Chabel y los veranos empanados han vuelto. La novela que ha enamorado a los libreros tiene «Vozdevieja». Su autora visitará Galicia en agosto. Fugas la entrevista

04 jul 2019 . Actualizado a las 16:58 h.

Es ver una placita de pueblo o Los vigilantes de la playa o pensar en blusas de palmeras y filetes empanados y sentir el verano. Un verano, el primero después de la Expo del 92, que trajo tanta cola -el primero también tras el crimen de Alcácer-, nos habla de tú a tú, como un viejo colega, en Vozdevieja (Blackie Books), una novela de una frescura vestida con las combinaciones de la abuela. Las muñecas Chabel y las Barbies coinciden con Felipe González en la primera novela de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), que visitará la Feria del Libro de A Coruña en agosto. El libro es peculiar por dentro y por fuera. Su cubierta tiene una historia

-Cuénteme algo sobre ese vestido que lleva la novela por fuera, en portada.

-Se nos ocurrió que para la portada podía ser bonito usar una de las telas con las que mi abuela Matilde me hacía vestidos. Mi madre y yo nos pusimos a buscar en el trastero y apareció este, que era uno de mis preferidos. Era fresquito, veraniego.

-¿Cuánto hay de su infancia y su pubertad en «Vozdevieja»?

-Hay mucho de mí en la voz, en la psicología del personaje, en las preocupaciones que tenía, buscando cierta universalidad de cosas que suelen aparecer en la mente infantil, cosas comunes. Hay también mucho de mi abuela y de nuestra relación.

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-Abraza el nido y una época rompiendo clichés. La abuela de esta historia cose y hace filetes empanados, pero dice «coño» y fuma desnuda sentada en el váter.

-Sí, es algo natural, y quizá una estampa más frecuente pero que no suele mostrarse tanto. Y es tan digna como otras.

-¿Creció entre mujeres como esas, naturales y poderosas, que conducen la novela?

-Un poco sí... Mi madre y mi abuela siempre han sido el estandarte de la familia.

-¿Separa lo literario de lo real, los hechos de la imaginación?

-Es muy difícil. Para mí es todo como una masa informe, la verdad [risas].

-¿Cómo hace para combinar la ternura y la crudeza, lo implacable y lo compasivo en la mirada que guía esta novela?

-Buscando un anticlímax en las dos fronteras de ternura y suciedad. Cuando está a punto de explotar la máxima ternura o la máxima rudeza meto algo de lo contrario, para compensar. Es un ir todo el tiempo surfeando... algo que creo que representa ese momento de la pubertad.

-Abre un baúl de los recuerdos del que salen la Expo 92, Xuxa, la Chabel Lluvia, la Barbie St. Tropez o el «Telecupón» de Carmen Sevilla... «Souvenirs» emocionales de la España noventera.

-No es que lo haya querido plasmar como souvenirs, sino como parte de la vida natural de ese momento. Sin esas cosas cotidianas no se profundiza en la realidad.

-Felipe González es una figura clave en las páginas de esta novela. ¿El PSOE de hoy tiene el «punch» erótico, político y social del de Felipe?

-Felipe González tenía un carisma que enamoraba mucho a las señoras. Es lo que quería retratar, como un fenómeno social bastante cómico. Mi abuela estaba bastante enamorada de él y también las abuelas de muchos amigos míos. Había varias generaciones de señoras devotas de Felipe González. Todavía no he podido observar si el fenómeno se repite a la misma escala con Pedro Sánchez. Pero también recuerdo que Aznar tuvo su momento.

-¿Cómo recuerda su adolescencia?

-Recuerdo sufrimiento, desconcierto, ganas de que se acabara ya, de verme saliendo del cascarón. La curiosidad me mataba... Recuerdo frustración por que los niños tuviesen tanta prisa por ser grandes. Lo infantil se desprestigiaba... Es la sociedad que empuja. Lo recuerdo como un período oscuro, en el que de vez en cuando podían darse situaciones de complicidad muy bonitas.

-¿La palabra «madre» le resulta obscena?

-No, no, pero recuerdo ciertos problemas con el salto de terminología de la palabra mamá, que era dulce y casera, a madre, pesada y compleja, más social.

-¿Aprendió precozmente de los cómics para adultos, de esas cosas que veía en la underground «Víbora»?

-Sí, eran cómics bonitos y traían mensajes prohibidos. Ahora está en Barcelona la exposición de homenaje a los 40 años del Víbora, que me influyó en apertura de miras, en saber eso que nadie te estaba contando. Era muy inspirador y también traicionero. A veces veíamos cosas impactantes, violentas, monstruosas.

-¿Más que los niños de hoy, que se inician en el consumo del porno a los 9 años?

-El control sobre la expresión sexual me parece ingenuo. De una forma u otra siempre va a haber un acceso a la pornografía. El problema no es la pornografía, sino el abandono en educación sexual. No deberías usar tu cuerpo sin saber lo que haces.

-Los veranos de la infancia duraban más y eran más apasionantes y calurosos, ¿no? Por más que estemos en plena ola de calor...

-Sí. Por el tiempo libre que tenías. Debería ser por ley que siempre tuviésemos tres meses de vacaciones [risas]. Un mes al año es estar mendigando un descansito.

-¿Creció rodeada de «Chabeles»?

-¡Mi apasionamiento por la Chabel supera con creces el que muestra el libro!

-¿Se ha sentido algunas veces como un fantasma?

-Claro, hay muchos niños que se sienten así, y gente mayor también. Pero a los niños se les trata a veces como personas de segunda, y se sienten desplazados. Es una sensación, esa dificultad de encajar, que a mí me ha acompañado siempre.

-«Hay momentos que se olvidan y otros que se recuerdan. Esa distinción me inquieta. Nunca sé lo que va a permanecer», escribe. ¿La memoria va por libre, decide sola eso con lo que se queda?

-A veces es caprichosa. Hay cosas que me empeño en recordar, algunas permanecen y otras se van. Y cosas que se quedan aunque no quieras. Pero hay una obsesión sobre la infancia, que es el tiempo más remoto de la vida. Todo el mundo desde la adultez suele contarte: «Cuando yo era niño...». Hay cierto empeño por conservar las cosas que creemos valiosas de la infancia.

-Aunque esa percepción de lo valioso cambia con los años. Lo  que parecía anecdótico o insulso puede volverse crucial con el paso de un tiempo, ¿no?

-A veces recuerdas solo ambientes, que en aquel momento te parecían rutinarios y con el tiempo ves cargados de significado.

-Su voz recuerda un poco, temperada por la dulzura, a la de «Diario de una adolescente», de Phoebe Gloeckner. ¿Se reconoce en el tono?

-Claro, es una de mis referencias. Vida de una niña es para mí una gran influencia.

-¿Aún hay pocos libros y películas que retraten lo que es la adolescencia con naturalidad, sin el velo del pudor, sin edulcorantes ni censura?

-Desde los ochenta se van viendo cada vez más. Me encantan las películas de adolescentes, hay algunas muy bonitas, como Fucking Åmål. Yo creo que en esto hemos ido avanzando.