Gilberto Gil: «El tropicalismo propició que la diversidad hoy sea algo natural»

FUGAS

Ha sido un personaje fundamental en la cultura brasileña en el último medio siglo. Inquieto, lúcido, siempre activo. Comprometido con sus raíces y atento a las vanguardias, Gilberto Gil actúa el martes actúa en Vigo

12 jul 2019 . Actualizado a las 10:43 h.

Decir que la música brasileña hoy no se entendería como tal sin la fundamental aportación de Gilberto Gil (Salvador de Bahía, 1942) no es ninguna boutade. De su aperturista, que no rupturista, concepción de las modernas manifestaciones musicales surgió el movimiento que más ha influido en la música de Brasil tras la bossa nova: el tropicalismo. Casi una ideología. Que más allá de lo conceptual tuvo como soporte físico el disco Tropicália ou Panis et Circencis, editado en 1968 y en el que, además de Gilberto Gil, participaban Caetano Veloso, Tom Zé, Os Mutantes y Gal Costa.

Seducido por los ritmos de las comunidades africanas, poseído por la templada pasión bahiana y atento a los devaneos contemporáneos del rock y del jazz, Gilberto Gil ha sustentado un doctorado musical que trasciende géneros y generaciones. Sin olvidar nunca la poesía. Su otra gran piedra angular. De hecho, casi nunca habla de él como músico sino como músico y poeta.

En el 2003, y a pesar de que su buen amigo Caetano Veloso se lo desaconsejó, sorprendió a propios y extraños aceptando el ofrecimiento del expresidente Lula da Silva para ocupar el cargo de ministro de Cultura de Brasil. «Era la respuesta natural al compromiso político y social que venía manifestando desde muchos años atrás», contesta desde el otro lado de la línea telefónica, aún en Brasil, y días antes de que se conociese la noticia de la muerte del otro gran Gilberto de la música brasileña, João Gilberto. Precisamente el considerado como padre de la bossa nova.

-Usted defiende que el tropicalismo no fue una ruptura con la bossa nova, sino una manera de hacerla avanzar en una dirección diferente. ¿Se consiguió ese propósito?

-Sin duda. La bossa nova ya significaba por sí misma una tentativa de establecer una evolución en la música brasileña, de complementar los avances alcanzados en nuestra música popular en los años 30 y 40, cuando surgieron las formas de comunicación musical modernas, como el disco o la radio, que provocaron la aparición de una cultura de masas en la sociedad. En ese momento se creó un establishment en la música popular de Brasil que la bossa nova quiso al mismo tiempo contestar y hacer evolucionar. Es decir, que la bossa nova ya había hecho antes el papel que luego desempeñó el tropicalismo. En realidad, el tropicalismo fue un tercer estadio, un tercer movimiento del mismo proceso evolutivo.

-¿Y ese proceso ha tenido continuidad en el siglo XXI? ¿Hay algún otro movimiento, posterior al tropicalismo, que pueda suponer un cuarto estadio en esa evolución?

-Como movimiento no. Lo que caracteriza el presente en las manifestaciones musicales es una pluralidad muy grande. Hoy tenemos músicas basadas en la tradición, músicas basadas en esos movimientos de renovación como la bossa nova o el tropicalismo, músicas que nos llegan desde fuera como el rock and roll, el pop o el reggae... La fragmentación es enorme. Seguramente por eso, por lo menos hasta ahora, no ha aparecido ningún gran movimiento con una cierta unidad que pueda ser asumido como una tentativa hegemónica. No, no hay nada de eso.

-De algún modo, el tropicalismo era mucho más que un estilo musical. Era una nueva forma de entender el mundo.

-Exactamente. A través de la música planteábamos un acercamiento a la modernidad y a la posmodernidad, que por entonces empezaba a aparecer. Pero efectivamente no era solo música. Era una interpretación de toda una nueva configuración del mundo político, del económico, de la sociedad, de las costumbres... Entendida desde todos los ámbitos de la cultura.

-Con la perspectiva del medio siglo transcurrido, ¿qué ha sido lo más importante que ha aportado el tropicalismo?

-La mayor contribución que el tropicalismo dejó fue la naturalización, la comprensión desde la naturalidad, de la idea de diversidad. Después del tropicalismo pasamos a ver con naturalidad la diversificación de los fenómenos culturales. Hasta el tropicalismo vivíamos en un modo dicotómico de evaluación. Por eso se pensó que el tropicalismo era un movimiento musical y estético que venía a sustituir a otro que ya era considerado anacrónico. Pero no, el tropicalismo surgió para juntar todas las posibilidades, desde lo más pretérito a lo más contemporáneo. E incluso con perspectivas futuristas. Gracias a eso la vida cultural brasileña pasó a ser más naturalmente extensiva. Pasado, presente y futuro conviven sin mucho conflicto.

-¿Dónde ve hoy en día la huella que dejó el tropicalismo?

-En muchas y muchas manifestaciones. En la nueva música de Bahía; en las nuevas músicas de Río de Janeiro, que vienen de las favelas; en el sertanejo, una música que nace en las comunidades rurales del interior; en el rock and roll brasileño; en las músicas que tienen su origen en la diáspora negra, como el reggae. Todas esas músicas crearon subestilos propios en Brasil. Y el tropicalismo ayudó a unir toda esa diversidad de un modo natural.

-¿Por qué en 1993 publicó «Tropicália 2»? ¿Era solo un homenaje por los 25 años de la edición de «Tropicália» o había una intención de reactivar el tropicalismo?

-No, era solo un disco de conmemoración. Era un disco para remarcar la presencia histórica de ese movimiento y la herencia que dejó en la cultura brasileña. Remitirlo a sus inicios y corroborar su vigencia en el tiempo. No había ninguna intención de reactivación del sueño de una nueva hegemonía tropicalista. No.

-En 1968, en «Miserere Nobis» usted cantaba: «Tomara que um dia de um dia seja / para todos e sempre a mesma cerveja. Tomara que um dia de um dia não / para todos e sempre metade do pão». ¿Ese día aún está por llegar?

-No, aún está por llegar. Esa letra denotaba una visión utópica de un momento en el que las desigualdades humanas desaparecerían. Pero no, está claro que no han desaparecido. Y probablemente no van a desaparecer nunca.

-¿Fue eso lo que le llevó a participar activamente en política?

-Yo entré política, primero, porque la llegada de un presidente como Lula me parecía una novedad estimulante para Brasil. Y, segundo, porque entendí que debía responder a la confianza de quien pensó que alguien como yo podía suponer una colaboración importante para el desarrollo de una nueva perspectiva de Gobierno en Brasil. Más allá de eso, yo me coloqué como representante de una visión fantasiosa de la vida cultural.

-¿Qué fue lo más gratificante de su paso por el Ministerio de Cultura?

-Poder establecer una nueva agenda de la responsabilidad cultural del Estado junto a la sociedad brasileña, con procesos de articulación bien fundados y consolidados entre esa sociedad y sus representantes en las administraciones federales, regionales y locales. Y poder crear ayudas para el desarrollo de políticas culturales que tuviesen en cuenta todas las vertientes de las artes, los conocimientos tradicionales ligados a las culturas indígenas y a las culturas de origen africano. Creamos un nuevo discurso cultural que creo que fue lo que marcó aquel período.

-¿Y la parte más desagradable? Que seguro que la tuvo...

-Las dificultades tradicionales de la vida política. La necesidad de administrar de forma muy sutil los conflictos de intereses entre la sociedad y el Estado e incluso dentro del propio Gobierno. Las dificultades para la obtención de los recursos para la financiación de las actividades culturales. La baja asignación que tenía Cultura en el presupuesto brasileño... Hasta cierto punto era frustrante. Pero aun así, con lo muy poco que teníamos, pudimos realizar algunas grandes cosas.

-En «Ok», una canción de su último disco, habla de «penúria, fúria, clamor e desencanto». ¿Ese es el retrato del Brasil de hoy?

-De Brasil y de muchas otras partes. Mire las dificultades que tienen en Europa para mantener esa conquista importante que fue la unidad europea. O para ejercer el sentido de la fraternidad respecto a los inmigrantes y refugiados. Mire a Venezuela. Mire a Oriente Medio... Claro que Brasil tiene problemas. Los que derivan del actual estadio de la condición humana.

-Y ante esa situación, el poeta y el músico ¿qué tiene que hacer, «quedarse mudo ou encarnar o mito»?

-El sitio del poeta y del músico, como detectores de una relación directa con la espiritualidad y la trascendencia, está encima del muro. Ni de un lado ni del otro, sino encima. Ese es el lugar en el que queda inmunizado de los venenos que llevan las propuestas de la derecha y de la izquierda. El poeta y el músico tienen que tener autonomía espiritual.

-Sea como sea, yo creo que Gilberto Gil nunca va a quedar mudo.

-[Se ríe] Sí, yo también lo pienso.

-¿La revolución más importante es la que empieza por la cultura?

-Sin duda. La cultura es siempre la manifestación del mejor espíritu de la expresividad humana, es su elixir. No lo es la religión, ni la ciencia, ni el conocimiento. La instancia más elegante de la expresividad humana es el arte.

-¿Qué le interesa de la música que se está haciendo actualmente?

-Me intereso principalmente por aquello que está en la base, en la esencia de mi formación. Más que las urgencias provocadas por el consumo y por la capacidad de producción de la vida cultural me interesa la esencia, aquello que forma mi personalidad musical. El samba, el baião, las manifestaciones folklóricas de las varias regiones de Brasil. Y evidentemente siempre abierto a las influencias que vienen de fuera. Del jazz, del pop, de la música ibérica, de la africana... Pero básicamente atento a mis raíces.

-¿Que hay «debaixo do barro do chão da pista onde se dança»?

-Ahí está la esencia del pueblo brasileño. Ese barro simboliza ese ritual a través del cual la música, el canto y la danza se convierten en Brasil en una permanente celebración.

-¿Hoy se siente por fin sereno?

-Sí, en la medida de lo posible, sí. La vida aún nos depara frecuentes sacudidas. Emocionales, intelectuales... Pero sí, intento mantener una vida serena.

-¿Tiene «saudade» de sí mismo?

-No, no. Porque ese mí de mí mismo continúa conmigo. Es más, se ha ido configurando a través de la infancia, la adolescencia, la vida adulta... . Quien no muere, envejece. Así que es solo ahora cuando se ha convertido en ese «mí mismo». Pero yo soy la misma persona aunque sea una persona diferente cada día.

Vigo, Mar de Vigo,

martes 16, 21:30 (desde 22,20 euros)