El día más feliz de Agatha Christie

FUGAS

Su autobiografía no deja indiferente. La reina del crimen se desnuda, con sus éxitos y sus fracasos, pero hay misterios que se los lleva a la tumba

07 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Agatha nunca decepciona. Ni siquiera su autobiografía, aunque se recree demasiado en su infancia y su educación victoriana pueda resultar prescindible, pero esto también te permite adentrarse en su mundo más íntimo. En la inocencia de Ashfield (Torquay), su hogar familiar y en sus primeros amores de juventud. Este libro te permite formar parte de su fracaso matrimonial con Archie (Archibald Christie). La manera en la que le dijo que quería divorciarse y de cómo se culpó a sí misma de que él se fuera con otra: «Si hubiera sido más inteligente [...] Si no me hubiera marchado a Ashfield dejándolo solo en Londres, quizá no se habría interesado en esa chica. Lo de menos era la chica concreta; [...] yo no colmaba totalmente su vida», dice en su libro.

Luego llegaron sus viajes a Oriente Medio y con ellos Max Mallowan, con quien conoció ese sensacional mundo exótico que tanto le fascinaba y que se acabó convirtiendo en su segundo marido, a pesar de las reticencias de su entorno más cercano. Con él llegaría a encontrar la verdadera felicidad: «Si la primera vez que me encontré con Max lo hubiera considerado como un posible marido, me habría puesto en guardia. Nunca me habría dejado arrastrar a esta relación tan fácil, tan maravillosa».

Tras la aparición de Max, también llegó su consagración literaria, a pesar de que nunca se sintió una escritora, más bien todo lo contrario: «Albergo aún el sentimiento de culpa de ser una impostora», reconoce en 1965 cuando ya era mucho más que una autora de éxito. Pero, sin duda, uno de los mejores episodios del libro es cuando narra cómo creó a su detective más famoso, Hércules Poirot: «Así que me decidí por un detective belga [...] Sería un inspector, para que tuviera ciertos conocimientos sobre el crimen. Debía ser meticuloso, muy ordenado, que clasificara siempre sus cosas, emperejándolas, y al que le gustaran más los objetos cuadrados que los redondos. Además, sería muy cerebral, con la cabeza llena de pequeñas células grises».

Los momentos más emocionantes 

Pero a pesar de todos estos triunfos y un fracaso matrimonial, hay solo dos momentos —o quizás tres— en los que ella misma reconoce haber sentido la mayor ilusión de su vida: «Debo confesar, aquí y ahora, que de las dos cosas que más me han emocionado en mi vida, la primera fue mi coche: Mi Morris Cowley gris, con morro en forma de botella. La segunda fue cenar con la reina en el palacio de Buckingham». Sí, esas dos cosas. Ni siquiera el nacimiento de su hija Rosalind. Quizás porque todavía en esa época no estaba aún bien visto describir con detalle un momento tan especial como ese: «Archie y yo nos mostrábamos un poco tímidos y bastante nerviosos [...]. Estábamos asustados y trastornados. Archie, según me dijo después, estaba convencido de que si me moría, sería por su culpa. Yo también pensé que quizá moriría, y aquello me apesadumbraba mucho, pues me esperaban tantas cosas buenas en adelante... Pero lo que más me asustaba era lo desconocido del parto, aunque al mismo tiempo me llenaba de excitación. La primera vez que haces una cosa siempre es excitante». Y ya, no escribe nada sobre el momento en que vio por primera vez a su hija ni las noches en vela o los miedos de los primeros días. Pasa muy de puntillas por su maternidad, aunque siempre ha estado en los momentos realmente importantes y se sentía muy orgullosa de su hija. En cambio, un motivo de preocupación recurrente en todo el libro era encontrar una buena cocinera y una buena niñera. El tercer gran momento de su vida fue el estreno de la obra Testigo de cargo: «¡Aquella fue mi noche!», reconoce tras haber disfrutado del estreno desde el primer momento y descubrir que acababa de hacer historia con un final totalmente imprevisible.

Sobre ese segundo episodio «más emocionante», su cena en Buckingham, que bien merecía un capítulo aparte, y en el que pasas las páginas intentando saber si volverá a este episodio, se limita a contar una simple anécdota y hacer una breve descripción de su impresión sobre Isabel II: «Disfruté mucho de aquella noche. Tan pequeña y delgada, con su sencillo vestido de terciopelo rojo con una sola y hermosa joya, y su amabilidad y su facilidad de conversación. Recuerdo que nos contó que una vez, en medio de una velada, mientras estaban en un pequeño salón, cayó una terrible polvareda de hollín por la chimenea que los obligó a salir corriendo hacia otra habitación. Resulta reconfortante saber que los desastres domésticos suceden hasta en los círculos más elevados». Así describe Agatha uno de los momentos más fascinantes de su vida en los que te deja muchas incógnitas y las ganas de saber mucho más sobre ese asunto, mientras en el libro se recrea en su infancia, hasta el punto de te hace sentir que le sobran cien páginas. Quizás, la mejor autora de suspense de todos los tiempos se vea incapaz de abrir la ventana de las emociones a su público.

Tampoco esperes que te desvele el episodio más enigmático de su vida y que tuvo en vilo a todo el Reino Unido. De su desaparición en extrañas circunstancias después de que su coche apareciera abandonado al borde de la carretera no dice de mu, como tampoco de que la encontraron once días más tarde alojada en un hotel. Se había registrado con el nombre de la amante de su marido. La reina del crimen se lleva el misterio a la tumba.