Juan Gómez Bárcena: «Los que fueron mayoría no dejaron ningún testimonio»

FUGAS

Isabel Wagemann

De los conquistadores españoles al imperialismo de Trump, el escritor cántabro revela qué poco hemos cambiamos en estos seis siglos

31 jul 2020 . Actualizado a las 12:23 h.

Empieza siendo una novela de aventuras que va moviéndose entre géneros para romper las expectativas del lector. Ni siquiera los muertos (Sexto Piso) es un homenaje a Apocalypse Now y a las tesis de Walter Benjamin sobre la necesidad de rescatar la memoria apagada de los vencidos. Un viaje del México del XVI al actual. De la «sucursal» administrativa española al colonialismo económico de Estados Unidos. Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), Premio Cálamo y Tigre Juan 2017 por Kanada, nos presenta al soldado sin gloria Juan de Toñanes —nombre inspirado en un antepasado de su familia cántabra—, en su caza al indio apodado el Padre. Una persecución que habla de cómo somos en el presente.

­—¿Por qué México y en el siglo XVI?

—Fue leyendo las Crónicas de Indias cuando di con una anécdota que me sirvió de pretexto y, por otro lado, viví allí un tiempo con una beca literaria. Pero la cuestión es por qué puede atraer México a los lectores. Solo es un pretexto para hablar de algo universal: la repetición de los patrones que están en la historia y, al mismo tiempo, una reflexión sobre el capitalismo.

­—La popularidad de la huella española está por los suelos.

—Es llamativo que la colonización española siempre sea recordada como un paradigma de crueldad cuando, estando muy lejos de ser humanitaria y con todos sus actos de brutalidad, podemos decir que, en cierto sentido, fue mucho más racista la anglosajona en EE.?UU. o Canadá. Me entristece que haya una visión tan simplificadora, que el colonialismo que nos preocupe sea el español del siglo XVI y no tanto el norteamericano del siglo XXI. Pero en esto también ha influido mucho la propia respuesta española. Hemos tenido malos diplomáticos en los últimos siglos y en ciertos momentos se miró a ese pasado imperial con muchísimo fanatismo.

—¿Qué callan los manuales de Historia?

—Se conforman con las fechas y la repetición un poco de papagayo de determinadas biografías y episodios de grandes hombres, casi siempre varones. Me interesan mucho más la historias de la gente menuda. Los hombres y mujeres que han sido mayoría y, al mismo tiempo, no han dejado ningún testimonio. Qué pensaban, cómo experimentaban y se relacionaban con el mundo. Por ejemplo, parece que había una moral sexual intachable en el Antiguo Régimen, pero cuando vas al libro parroquial o a las actas de juicios locales encuentras otra realidad muy distinta. Me siento muchísimo más identificado con la gente minúscula que con los típicos personajes de alta alcurnia.

­—El conquistador español, pero el indio norteamericano. ¿Triunfaron los tópicos?

—Al conquistador generalmente lo imaginamos como un hombre cruel y rico que hace las Indias y consigue un enorme botín. Sin embargo, casi todos eran pobres e iletrados y acabaron volviendo a sus antiguos oficios, como criadores de cerdos. Mientras, los estadounidenses han construido todo un imaginario cultural en torno a sus indios, que por cierto, eran una minoría, el actual EE.UU. estaba poco densamente poblado. Esto revela también un desinterés por parte de la historiografía española.

—¿Había hueco para soñar en el siglo XVI?

—A veces encontramos ciertos diarios cuyos testimonios nos abren un mundo insospechado. En el rural es muy interesante la tradición oral. Coplas, chistes, leyendas que cifran esas expectativas que jamás interesaron a la élite.

—La novela cuenta una persecución.

—Es un viaje de peregrinación, un Juan que sigue a otro Juan, el indio desertor. En la búsqueda, se va sintiendo identificado con sus ideas, lo ve casi como un profeta. Pero descubre toda la oscuridad y el terror que subyace en esas tesis aparentemente positivas. Se acerca para luego alejarse y acuñar su propia visión del mundo.

—Cite un elemento común del colonialismo pasado y presente.

—Convencer a las víctimas de la opresión de que en el fondo son culpables de su desgracia. Es algo muy habitual en la sociedad neoliberal. Son los vencedores los que escriben y los que son conscientes de que deben escribir su versión. Cuantísima crueldad soterrada no existe en el discurso de los ingleses o los belgas en África en el siglo XIX: les damos una tutela porque son incapaces de gobernarse. Trump tiene discursos que, con pequeñas variaciones, entroncan con los de los españoles en el XVI. Ahora hay una violencia invisibilizada, más difícil de detectar.

­—¿No hemos progresado?

—Hubo un progreso material y la gente vive mejor en este sentido, pero no estoy seguro de que sean más felices ni que tengan más razones para sentirse orgullosos que las culturas anteriores al siglo XVI.

—¿Dónde está la Nueva Galicia del libro?

—Quedaba en torno a la actual Zacatecas, donde comenzaba Chichinica. La periferia de lo que consideraban que era el mundo civilizado [sonríe].