Julia Phillips: «Nadie sale ileso de la vida»

FUGAS

Nina Subin

«La desaparición» es un desconcertante rompecabezas ambientado en la remota península rusa de Kamchatka. Fue finalista del National Book Award en Estados Unidos y del National Book Critics Circle Award, y «The New York Times» lo escogió en el 2020 como uno de los cinco mejores libros del año. Acaba de aterrizar en España d ela mano de Sexto Piso

25 jun 2021 . Actualizado a las 09:38 h.

En la violencia que se ejerce contra las mujeres, incluso en el daño autoinfligido sin la más mínima intención, hay una amplísima variedad de grises que van desde el ataque más obvio, ruidoso y tipificado, hasta los gestos cotidianos, apenas inapreciables, minúsculos e insignificantes para unos, luxaciones permanentes para otros -ya nada vuelve a ser lo mismo-. Con la intención de adentrarse en esta gama de crueldad, en todo su espectro de variantes, la debutante estadounidense Julia Phillips (Montclair, 1989) puso rumbo a la remota y exótica península rusa de Kamchatka y escribió La desaparición (finalista de los prestigiosos National Book Award y National Book Critics Circle), una historia que arranca con ganas de ser un thriller -el secuestro de dos hermanas de once y ocho años- y acaba convirtiéndose en una potente e inesperada reflexión sobre la vulnerabilidad. Querer a quienes tienes cerca, eso es lo difícil.

­-Siendo de Nueva Jersey (EE.UU.) ¿Por qué Rusia, por qué un escenario tan distinto?

-Siempre había querido ser escritora y, al mismo tiempo, sentía mucho interés por el idioma ruso, así que acabé estudiando ambas cosas. Tras graduarme, decidí que una novela sería la excusa perfecta para irme y perfeccionar el manejo del lenguaje. Y fue la experiencia con la que más he aprendido nunca. Pasé toda mi vida en el mismo sitio, con la misma gente. Nunca había vivido en un lugar sin una red de apoyo, en el que no hablase de forma nativa el idioma. Y no tenía ni idea de cómo funcionaba nada allí. Encontrarme en esa situación me hizo pensar en la vulnerabilidad e inspiró esta historia.

-¿Qué fue lo que aprendiste escribiendo «La desaparición»?

-Muchísimas cosas. Pude conocer Kamchatka y su historia, pero también adentrarme en los mecanismos de la violencia, en la naturaleza humana. Pero aunque de alguna manera mi vida ha cambiado mucho desde que salió publicado el libro, ahora tengo muchas más oportunidades gracias a la repercusión que está teniendo, en muchos sentidos las cosas son exactamente iguales. Sigo viviendo en el mismo apartamento, pienso muy similar. Todavía tengo mucho que aprender.

­-¿Sabías algo previamente de los pueblos indígenas que aún viven en el norte?

-En la universidad no abordamos estas cultura, así que fue al empezar a leer por mi cuenta sobre Kamchatka, con la esperanza de ir allí algún día, cuando comencé a descubrir la tradición indígena de la región. Como estadounidense, me parece interesante comprender la historia de invasión de un lugar, así como la relación actual entre los pueblos indígenas y los colonizadores. Quería saber más sobre cómo pasó allí, sobre cómo era ahora, para entender mejor de dónde vengo.

­-¿Qué es lo que querías contar aquí?

-Quería hacer llegar al lector que la violencia no es algo aislado, que hasta cierto punto todos somos culpables de algo que sucede en nuestro entorno. Y que, así como nos unimos para hacer daño, también podemos juntarnos con los demás para ayudarnos. No tenemos que esperar a que una figura de autoridad nos salve, podemos salvarnos a nosotros mismos.

-¿Qué tiene la violencia que (como lectores, como espectadores, como seres humanos) tanto nos atrae?

-Quizás la violencia nos atrae porque la tememos. A veces nos asusta admitir que, de una forma u otra, es una presencia constante para todos: nadie sale ileso de la vida. Y, sin embargo, estamos convencidos de que podemos mantenernos a salvo, controlar el daño que nos hacen. Creo que esa tensión, ese tira y afloja entre el instinto de supervivencia, el reflejo por protegernos a nosotros mismos, y la certeza de que en realidad no podemos protegernos puede ser lo que impulse nuestra fascinación.

-¿Nos hacemos daño a nosotros mismos para no hacérselo al otro y viceversa?

-Sí, hay mucho de cierto ahí. Lo que creo es que lastimamos a alguien, a nosotros mismos o a otros, para mantener una estructura de poder, una jerarquía. Si queremos sentirnos por encima de otra persona o elevar a alguien por encima de nosotros, hacemos daño.

-La novela se divide en 13 capítulos, 13 voces femeninas distintas, pero entrelazadas. ¿Por qué esta estructura?

-Elegí esa cantidad de capítulos porque quería que el libro cubriera todos los meses (¡más las vacaciones de Año Nuevo!), todo un año. Mi intención era que esa línea temporal agregase tensión a la historia, una especie de sensación de tic-tac del reloj. Y la estructuré de forma polifónica, con cada capítulo centrado en el punto de vista de una mujer diferente, porque quería explorar todo el espectro del daño que pueden darse en la vida de las mujeres, en universos femeninos, desde lo raro y de lo que todo el mundo habla (el secuestro de dos niñas por parte de un hombre extraño) hasta lo más puramente cotidiano (una cita médica difícil, una relación tóxica, un desaire social). Escribí La desaparición para analizar toda esa gama de violencia relacionada con la feminidad contemporánea, porque me fascina cómo esas heridas se hacen eco entre sí, se superponen, nos conectan.