Los alegres días oscuros

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

Xoán A. Soler

25 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Por un momento breve, brevísimo, ha salido el sol. Me he quedado quietecita en la cama sintiendo la luz reverberar en mi cuerpo, la vitamina D penetrándome como la sal en un filete de ternera gallega, que está más rica que la de Kobe, que es vaca y chic porque es japonesa y porque tiene en su carne vetas marmóreas, que es algo que queda muy bien en un alicatado y en un plato de comida, al parecer, pero yo de pequeña le quitaba de las orillas la grasa a los filetes que me hacía mi madre, así que el mármol lo prefiero en la encimera de la cocina y en las esculturas de Antonio Corradini.

La imagen de La Verdad Velada en la capilla de San Severo ha durado poco en mi mente, lo suficiente para estimular las ganas de volver a Nápoles, en mi caso siempre a flor de piel, como la lluvia en el cielo de la ría. Un suspiro después de mi momento de placer solar, ya está todo en sus sempiternas variaciones de gris.

Qué clima tan poco apacible tenemos, pero qué importa. Una vez me dijo Pilar Eyre que los gallegos nos pasamos la vida hablando del tiempo, que cuando ella llega a Galicia el taxista, la periodista, el librero, la recepcionista y hasta las gaviotas, todos, le hablan de los días magníficos de verano que hubo justo antes de su llegada.

Tiene razón, qué necesidad hay de justificarse. Quizás deberíamos aceptarlo y dejar de mirar al cielo con esperanza o desilusión. Salir a la calle o asomarnos a la ventana y mostrarnos impertérritos ante la obcecación de las nubes a concentrarse siempre sobre nuestras cabezas marcando un hecho diferencial innegable. Abrir el paraguas con flema inglesa y arrojarlo unos metros más allá al contenedor con la misma indiferencia. Seguir adelante erguidos y sin dar explicaciones a los turistas que nos miran con misericordia enfundados en sus horribles chubasqueros de colores. Sonreír por los inviernos en junio, enorgullecernos por nuestra temporada anual de temporales, entristecernos con elegancia y sin ostentación.

Disfrutar de los alegres días oscuros.