Pedro Simón, premio Primavera de Novela: «Somos una sociedad blandiblú, llena de peligros sutiles»

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Pedro Simón, autor de «Los ingratos», premio Primavera de Novela 2021
Pedro Simón, autor de «Los ingratos», premio Primavera de Novela 2021 ALBERTO DI LOLLI

Si eres hijo de los 70, te vas a reconocer en la crónica que ha ganado el Primavera de Novela y sabe a viejos veranos. Te llena el jersey de espigas

26 jul 2021 . Actualizado a las 10:17 h.

Sale un poco a Delibes -en el paisaje, la voz de los niños y esa clase de ternura que es toda hueso- la novela con la que el periodista y escritor Pedro Simón (Madrid, 1971) ha ganado el Premio Primavera. Los ingratos es un viaje en 127 al corazón de la infancia de los hijos de los setenta, muerto ya Franco, cuando la libertad empezó a ir con el culo y las ganas al aire y todo eran descampados para hacer el futuro. «Viendo la película Roma, de Cuarón, me di cuenta de que en mis pueblos de los 70 había mujeres de esas, mujeres que hicieron posible el viaje de las otras», sitúa Simón, que ve escribir como «bajar al trastero» para rescatar papeles y «pasarlos a limpio».

­-A una España «bajo cero donde la infancia era el único deshielo» nos lleva esta novela. El primer capítulo es sobrecogedor, ¿es un suceso real?

-Conocí una historia parecida, la de una mujer que amanece con su hijo muerto en la cama, una cuidadora que tenía ese pasado, y por eso cuidaba a los niños como si fueran suyos. Hay una ingratitud hacia esa gente, sobre todo a esas mujeres que tenían las manos ásperas, olían a lejía, hacían muchas cosas y no habían podido estudiar pero tenían una curiosidad muy viva. La esencia de un país también se mide por cómo trata a sus mayores, y ahí hemos sido un poco indecentes.

­-Hay dos figuras femeninas muy poderosas, la madre y Emérita, la cuidadora. Grandezas de mujer opuestas.

-Hay una reflexión del protagonista que dice que siempre hablamos de las mujeres urbanas que rompen moldes, pero no de las mujeres que se quedaron a recoger los pedazos rotos. Hay que hablar más de ellas. No todo lo viejo es caduco ni todo lo joven moderno. Hoy puede ser más moderno un señor de pueblo en Ourense con una garrota que pasa de todo que cualquier modernito gafapasta, porque a este el que dirán le importa mucho más. Ríete tú del que dirán en los pueblos... No, ríete tú del que dirán de las redes.

­-Pero el pueblo del que escribe no es ideal.

-Claro. La vida en el pueblo era muy dura. Los perros y los gatos se mataban. La persona con discapacidad era el tonto del pueblo. Había una crudeza de lo edénico, lo primitivo, lo salvaje.

-Esa España que viaja sin cinturón en un 127 queda lejos.

-Sí. Tiene algo de Salvaje Oeste, de pionero, de Steinbeck, de película en la que vas a un sitio que tienes que colonizar y da igual cómo llegues, pero hay que llegar. Cuando llegamos de vuelta a nuestros pueblos, nos infantilizamos un poco, y salen viejos códigos. Aquel lugar en el que diste un primer beso ya no existe, porque hay un Carrefour. Reivindico el pueblo como patria de la felicidad en la adolescencia en verano. De la misma manera que hay santuarios de ballenas, debería haber santuarios de felicidad. Serían los pueblos. Hablamos de los bares de las ciudades, pero muy poco de los bares de los pueblos, cuando en un pueblo un bar es más importante que la iglesia y el ayuntamiento. Un bar es el Twitter del pueblo.

-¿Esta España es peor que aquella?

-No. Hay cosas maravillosas en relación con el ocio, con la oferta y con la accesibilidad a ello. Pero el modo de relacionarnos ha cambiado tanto que no sé si ha habido una involución. Estamos muy pendientes de qué dicen los demás de nosotros. Esto es cansado. Pienso en el chaval de 16 años que puede creer que es lo que los demás piensan que es.

-Los niños antes se caían más y pensaban menos, ¿no?

-Somos una sociedad un poco Blandiblú. Hoy los padres mantenemos a los hijos en líquido amniótico hasta los 25 años. El hombre de las cavernas evolucionó porque metió una mano en la hoguera y se quemó. Hoy no dejamos que los chavales se quemen. Antes, en los pueblos los padres te soltaban a los 5 y allá a la hora de la cena, lleno de mocos, de barro y sangre, llegabas con espigas en el jersey. Era maravilloso y salvaje. Ahora los peligros son más complicados, menos obvios, sutiles. Creo que hoy es más difícil ser hijo que ser padre.

-¿Jugó mucho en el cementerio?

-Ir al cementerio era como meterte en un libro. Era lo más parecido a un scape room de terror de los de ahora.

-¿Es de los que piensan que «cuanto más gastado está un libro más vivo está»?

-Sí. Los buenos libros son los que arañan, los que hacen que se te pasen las paradas de los autobuses, los que no te dejan dormir o te joden un desayuno... Es maravilloso viajar con los libros.

-¿Le acompañan desde muy niño?

-Sí. A la gente que le debo más la lectura es a mi tío, que era esquizofrénico y testigo de Jehová. Me sentaba con él a leer La atalaya y El despertar, las revistas de los testigos de Jehová. Y a mi abuela, que era semianalfabeta, pero leía las Selecciones del Reader's Digest. Y a algún maestro que tuve... Yo los libros los relaciono con el pueblo y los voy pastoreando, como las ovejas. Es fascinante, sobre todo, el momento en que empiezas un libro. No hay nada parecido.

-¿Hubo una Emérita en su vida que se pareciese a la de la novela?

-Sí. Hubo una mujer que me cuidaba y no era mi madre. Hubo una cuidadora y hubo un ingrato, que soy yo.

-¿Para quién escribió la novela?

-Para un fantasma, seguramente. La escribí para decirle a ese fantasma que le quiero.

-¿Se escribe mejor en el pueblo?

-¡Se escribe mejor donde no hay alcohol Te tomas media botella de vino, te pones a escribir y crees que has hecho una maravilla. Y pasan los efluvios del vino, lo lees al día siguiente y dices: «Ay, Dios mío...».

-¿Llenaremos o no la España vacía?

-Querría decir que los pueblos no están heridos de muerte, que hay futuro para los pueblos, pero no sé si se corresponde con la realidad. Pero, si hay una esperanza de futuro, tiene que ver con que repensemos los pueblos con los ojos de sus gentes, no con los del señorito que va el fin de semana como si fuera a un parque temático. Un país moderno es un país con un medio rural potente. Tanto en Alemania como en Francia el PIB rural pesa mucho más que en España.