Lo que Almudena Grandes dejó en Galicia, y lo que se llevó

FUGAS

Los escritores Arantza Portabales y Manuel Rivas, la librera Esther Gómez y el gestor cultural Javier Pintor recuerdan a Almudena Grandes,  fallecida el pasado 27 de noviembre.
Los escritores Arantza Portabales y Manuel Rivas, la librera Esther Gómez y el gestor cultural Javier Pintor recuerdan a Almudena Grandes, fallecida el pasado 27 de noviembre. Fugas

Su última novela publicada recupera la historia de la ferrolana Aurora Rodríguez, que quiso crear una hija perfecta, a la que finalmente mató. Así recuerdan a la escritora Manuel Rivas, Arantza Portabales, la librera Esther Gómez y el gestor cultural Javier Pintor

31 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hablar de Almudena Grandes en pasado resulta difícil», admite Javier Pintor, docente y gestor cultural. Porque sus obras, argumenta, están llenas de vida, pero también porque se fue dejándonos con la miel en los labios, con el último de sus Episodios de una guerra interminableMariano en el Bidasoa— en el horno, en la línea de salida, lamenta. Llegará a las librerías pronto, póstumamente, para darle el revelo a la historia de la gallega Aurora Rodríguez Carballeira y cerrar así su saga-homenaje a Pérez Galdós, seis novelas independientes que narran momentos significativos de la resistencia antifranquista a través de personajes de ficción que interactúan con figuras reales.

La parte verídica de La madre de Frankenstein, último texto publicado en vida por la autora madrileña fallecida el pasado 27 de noviembre, era un hormigueo que permanecía estanco en su infinita sesera desde 1989, un zumbido constante que se instaló en su banquillo de ideas tras dar con un volumen con pinta de novelita gótica que resultó ser un riguroso análisis de una historia clínica psiquiátrica. La fascinación que le inspiraron la figura y la historia de la parricida nacida en el barrio ferrolano de La Magdalena no hizo más que crecer a lo largo de 30 años, tanto que Grandes no pudo resistirse a terminar construyendo su particular ficción sobre la «alucinante», incluso «delirante» vida y muerte de Aurora, quien rápida y asépticamente había engendrado con un sacerdote de la Marina a una niña a la que crio y modeló su imagen y semejanza con vocación de hacer de ella una mujer perfecta. La llamó Hildegart ('Jardín de Sabiduría') y la educó exhaustivamente con una didáctica estricta, cuidando al milímetro la psicomotricidad, la alimentación, los modales y, especialmente, su cableado cerebral, su lógica, sus ideales.

No dejó que nadie la tocase y apenas le permitió cruzar palabra. Leía con dos años, escribía con tres y a los cuatro tocaba el piano. Con 14 se matriculó en Derecho y, precoz militante política, terminó abanderando en la Segunda República el feminismo español. Y, entonces, la política y la atracción por un hombre desplazaron a la madre. Incapaz de gestionar el segundo plano, de sostener la situación sin las riendas en las manos, una mañana entró en la habitación de su hija y vació sobre ella un revólver. Con cuatro tiros limpios acabó con la que ya nunca sería su gran obra, convencida de que, al igual que un escultor destruye un boceto que no le satisface, podía acabar con algo que ella misma había creado.

De lo que fue luego de esa ambiciosa mujer se encargó Grandes: del impacto de la asfixiante moral nacionalcatólica sobre la vida privada de las pacientes de los psiquiátricos de la España de posguerra, del destino de aquella señora «rica, de buena familia, muy culta, muy inteligente, muy progresista, muy feminista, muy bien relacionada» que acabó derivando en una madre de Frankenstein. «Almudena volcó en sus criaturas de ficción huellas de su propia personalidad y su particular manera de entender el mundo —apunta Pintor—. Cuando uno se acerca a alguna de las protagonistas de sus novelas, es fácil identificar en ellas la fuerza vital, el compromiso y el entusiasmo con el que se enfrentaba a la vida». La conocía bien; a menudo coincidían en ferias. Recuerda con cariño su última visita a la ciudad herculina para presentar Los pacientes del doctor García, «libro del que están rodando una serie de televisión», comenta. «Me pidió que la llevase a visitar el mercado de la plaza de Lugo —cuenta—. Estuvimos más de una hora recorriendo los puestos de pescado y marisco. Almudena conversaba familiarmente con las vendedoras como si las conociese de toda la vida, fue un espectáculo ver cómo le brillaban los ojos viendo lo que allí había; era una estupenda anfitriona que disfrutaba cocinando para sus amigos. Creo que aquella mañana se imaginó la comida que podría preparar con tan buen material y luego, durante la comida, continuó repitiendo la suerte que teníamos por contar con una gastronomía tan genuina y variada. Su conversación siempre amena, atenta con los demás e inteligente animaba cualquier sobremesa».

También compartió mesa y charla con ella en aquella ocasión Esther Gómez, dueña de la librería Moito Conto. Se unió durante la cena. «Su mirada inteligente me analizaba con curiosidad —recuerda—. Habló sin parar, de la vida en Cádiz, de noches de amistad y anécdotas increíbles con famosos escritores y cantantes; también de política y literatura. Un torbellino de ideas y palabras. Yo no dejaba de ver a Lulú, a Malena, a Inés y a tantas mujeres que son parte de mi atlas de geografía literaria. No olvidaré su voz, sus expresivas y preciosas manos, su pasión que contagiaba ganas de reírlo todo con esa carcajada de personalidad arrolladora».

Almudena Grandes se llevó de Galicia —entre muchas otras cosas, seguramente— esa materia prima literaria a la que llegó a través de El manuscrito encontrado en Ciempozuelos, pero lo que dejó aquí compensa con creces el desfalco de ideas. Evoca la escritora Arantza Portabales lo que sintió la pasada primavera cuando le comunicaron que había ganado el premio a la mejor novela europea traducida junto a la autora madrileña: «Volví a ser la adolescente que descubrió el sexo con culpabilidad e inocencia en Las edades de Lulú. Después de ese libro vinieron muchos más de Almudena: Malena, Te llamaré viernes... Aguardaba con impaciencia esa entrega de premios, sabía que mi verdadera recompensa era ir a esa entrega junto a ella. Ya no sucederá. Nos quedan sus letras». «Todos os anos, dende 1995, coincidía con ela na Feira do Libro de Madrid, no parque do Retiro —menciona Manuel Rivas. Con amigos comúns, faciamos tertulia de anécdotas e rexoubas. Almudena era unha persoa moi espontánea, moi libre no falar, simpática e seria a un tempo. Lembro que nunha ocasión lle botei un ferrete pola súa condición de seareira do Atlético de Madrid e ela respondeume cunha longa argumentación sentimental e histórica. Para ela a escrita era un oficio tan esixente que mesmo se apostaba a cabeza. E aí, non no fútbol, si que estabamos moi de acordo».