Reyes Calderón, la gran dama irónica del «noir»: «Tengo que hacérmelo mirar, duermo con un cuchillo en la mesilla de noche»

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Reyes Calderón, autora de «El juego de los crímenes perfectos».
Reyes Calderón, autora de «El juego de los crímenes perfectos».

«Cuando mi madre me lee, me dice: 'No puedo entender de dónde sacas esos tacos'», confiesa la autora de «El juego de los crímenes perfectos», una «hija terrible» de la pandemia

09 jun 2022 . Actualizado a las 15:57 h.

A las puertas del verano, se van a quedar de hielo. A un Palacio de Hielo de Madrid habilitado como morgue en la pandemia, donde espera un ataúd no reclamado, nos lleva Reyes Calderón (Valladolid, 1961) en El juego de los crímenes perfectos. La novelista, premio Azorín por Dispara a la luna, soñaba desde niña con hacer novela negra (desatendiendo los deseos maternos) y ahora les invita a asistir a un macabro juego: una cadena de muertos que comparten firma en el certificado de defunción, la de la doctora Paloma Padierna, internista en el Gregorio Marañón. Operemos. «Me decían los editores: «¿Pero cómo te atreves a hablar de pandemia?», confiesa Reyes Calderón, que es de secano pero «amante del mar y las costas gallegas». «Creo que debemos hablar de las cosas que nos suceden. Los dolores son más pequeños si se comparten y las alegrías compartidas se multiplican», afirma la gran dama del crimen, madre de nueve hijos, creadora de la saga de Lola MacHor.

­—El caso arranca en el Palacio de Hielo de Madrid, en el que queda un único cadáver. ¿Cómo nació esta imagen?

—Me marcó la imagen del Palacio con filas y columnas, tiras verdes en el suelo para colocar los ataúdes y poder ponerlos en un Excel... Todos los ataúdes iguales. Ya ni en la muerte eras único, moríamos de mil en mil... Esas imágenes, de hecho, se prohibieron. Me pareció que cuando volviéramos a ver el hielo en el Palacio de Hielo volveríamos la esperanza. El hielo, por una vez en la vida, nos daría la calidez de la esperanza.

—Hay varios horrores encadenados y un punzante sentido del humor en el libro. ¿Es una coraza o una manera de aliviar el dolor y el horror?

—Quizá es a veces un humor nervioso. Ese humor que nos sale al enfrentarnos a temas que nos superan. Cuando voy a los hospitales y estoy un tiempo dentro, me doy cuenta de lo extraño que es ese lugar... Te ponen una bata que no te abrocha bien y se te ve todo por detrás. Ese nervio genera situaciones risibles, aunque uno vaya malito. Hay mucha gente que dice que la novela negra tiene que ser tétrica. Yo estoy completamente en desacuerdo. El ser humano tiene siempre esa faceta de humor, de esperanza, y a mí me gusta transmitirlo en la novela. Yo no soy nada sangrienta, digamos que cambio esos cromos por un humor.

—Se percibe una familiaridad con el hospital. ¿Ha habido mucho trabajo de campo, sobre el terreno, para la novela?

—Llevo tiempo estudiando los hospitales como ecosistemas. Son sitios fantásticos que no se han trasladado como yo los veo a la literatura. Yo tengo un marido médico y dos hijos médicos a los que no he visto en toda la pandemia por exigencias del guion. Estaban al pie del cañón, muertos del miedo. He hablado con una médica a la que se le acababa de morir su primer paciente por no tener respirador. Y era un paciente joven...

—Hay una alusión Putin y la novela fue anterior a la guerra de Ucrania...

—Putin era una bomba de relojería. Ahora, simplemente, ha estallado.

—Su espejo del mundo en el que vivimos es visual, cotidiano, irónico: el estilo Instagram, las reuniones por Zoom, verse «Vikingos» de una tacada...

—El otro día estaba en la radio hablando de lo que hablo yo con la Guardia Civil, de crímenes y cosas de estas, y el agente me dijo: «Reyes, te tengo que dejar porque voy a llevar a mi hija a gimnasia rítmica». Este guardia civil tiene a su mujer recién dada a luz, lleva a su hija a gimnasia rítmica... Somos así, a mí me gusta ver también esa parte doméstica, familiar.

—He leído que duerme con un cuchillo en la mesilla de noche, por la realidad que cobran sus personajes.

—Sí, sé que tengo que hacérmelo mirar. Escribo de noche, no hay nadie alrededor, está todo oscuro, cruje la madera, el viento golpea en el cristal... Es absurdo, pero duermo con un cuchillito en la mesilla.

—De niña ya quería escribir novela negra, y eso que su madre la quería poeta...

—Sí, pero, más que la novela negra, lo que me dice mi madre cuando lee mis novelas es: «No puedo entender de dónde sacas esos tacos...». Siempre me recuerda que fui a un colegio de monjas, pero yo me expreso así.

—Se toma tiempo en vestir cuidadosamente a sus personajes. ¿Por qué?

—Me lleva mucho describir el alma de los personajes, pero creo que la clave de una buena novela está ahí, en sus personajes. Las buenas novelas son novelas de personajes, por eso dedico mucho tiempo a hacerlos, hasta que cobran esa vida que me puede hacer compartirlos y «co-sentirlos» con los lectores. La clave psicológica es muy importante para mí.

—¿Tiene lector o lectora de cabecera?

—Sí, aparte de los lectores profesionales (el juez, el forense...), tengo a una de mis hijas que es una lectora empedernida, ¡tanto que le decimos que lea más despacio! Ella es la que me lee más y con la que comento las tramas. Yo escucho mucho y luego hago lo que me parece.

—El Monopoly sale entre estos crímenes. ¿Por qué lo escogió, se le da bien?

—Porque la pandemia nos devolvió el tiempo de juego en familia, y todo el mundo tiene el Monopoly. Yo siempre pierdo, pero soy afortunada en amores. No me quejo. Quería recuperar ese juego, al Homo ludens. Nos gusta jugar, pero vamos tan deprisa que lo habíamos olvidado.

—¿Cómo se siente a sus 50 años «más IVA»?

—Masivamente viva. Me siento cada vez más joven, porque cada vez me importa menos lo que dicen los demás sobre mí, no sobre mis novelas... No me importa que me juzguen. Hago lo que me hace feliz y eso me hace mucho más joven. No me corto para hacer cosas que quiero hacer o creo que debo hacer por lo que los demás opinen. 

—Igual es que a partir de una edad lo que uno desea y lo que uno siente que debe hacer se van pareciendo...

—Es posible, sí, pero también creo que hay un poder liberarte de esas tonterías que nos encorsetan. Las normas sociales tienen un gran papel en nuestra vida, un papel extraordinario, pero a veces se convierten en insoportable. Cuando esos códigos sociales te anulan como persona o te unifican, y no te dejan ser tú, hay que pasar un poco de ellos. La clave está en la coherencia entre lo que haces, dices y piensas. Cuanto mayor es esa coherencia, más libre te sientes.

-¿Cómo se comprende la mente de un criminal?

-Difícilmente. Solemos decir «qué inhumanidad la de este asesino». En buena parte de los casos, hay una base patológica. Yo leo mucha patología criminal. Un asesino en serie es una persona que no es capaz de empatizar con nadie. El ser humano no es así naturalmente. Piensas: ¿Qué ha ocurrido en esa mente, ha nacido así o se hizo así con el tiempo? A mí siempre me ha interesado intentar entenderlo. Por supuesto, no empatizar, no escribir una carta de amor a un asesino, pero sí intentar entender qué hay detrás de estas mentes. 

—¿Qué hay en la cabeza de un novelista, en la mente de la narradora que es?

—Sobre todo, curiosidad, muchas ganas de aprender. Aprendo porque soy curiosa. Eso decía Einstein. Le preguntaban qué tenía él de especial y era esto, la curiosidad. Para crecer como personas y como sociedad hay que buscar soluciones distintas a los mismos problemas. Porque siempre tenemos los mismos. Me interesa todo lo que me rodea, este es el problema, ¡me interesa todo!

—Es de secano, pero confiesa que no perdona sus veranos en la costa gallega. Cuéntenos.

—Tenemos una casita en el monte Lourido y vamos todos los veranos desde que tengo uso de razón. Me baño en Galicia, y en general en el Norte, durante todo el año. Ahora me ponen una boya para que no me pierda... No me gusta bañarme en las piscinas. Para mí el mar es especial. He sido muy pescadora, muy mariñeira.