Javier Cercas: «La literatura es un placer y una fuente de conocimiento, como el sexo»

FUGAS

El escritor Javier Cercas cierra su trilogía de la Terra Alta.
El escritor Javier Cercas cierra su trilogía de la Terra Alta. Ivan Giménez

El autor, premio nacional de narrativa, reflexiona sobre el giro que ha dado a su obra con la trilogía de la Terra Alta, la literatura, el poder del lenguaje, Ucrania, el «procés» o el auge de la ultraderecha

01 jul 2022 . Actualizado a las 09:26 h.

Con El castillo de Barbazul, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ha completado la trilogía de Terra Alta, aunque en esta entrevista no descarta una cuarta entrega de la serie protagonizada por Melchor Marín, el inspector de policía reconvertido en bibliotecario que se toma la justicia por su mano. El autor extremeño residente en Barcelona reflexiona sobre la utilidad de la literatura y opina sobre cuestiones como la guerra de Ucrania, el procés o el auge de la ultraderecha. Cercas ha participado en la Cidade do Libro en Vilagarcía de Arousa. «El protagonista de la literatura no es el autor, es el lector; una novela es una partitura y es el lector el que la interpreta, cada uno a su manera, y en eso consiste gran parte de la magia de la literatura», asegura el autor a Fugas.

—¿Qué es la literatura para usted?

—La literatura es antes que nada un placer, como el sexo, pero también una forma de conocimiento, como el sexo. Por eso cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo único que se me ocurre es darle el pésame y acompañarle en el sentimiento. Yo estoy contra ese gran cliché, esa gran superstición, esa gran mentira, que dice que la literatura no es útil. ¿Hay algo más útil que el placer y el conocimiento? Si lo hay, yo no lo conozco. La literatura es una forma de vivir más, de una manera más rica, más intensa y más compleja. A mí me da pena la gente que no lo ha descubierto, porque el placer y el conocimiento unidos, como el sexo, son una forma de liberación personal. Lo que construye la literatura son hombres y mujeres libres, ciudadanos insumisos, capaces de decir no cuando todo el mundo a su alrededor dice sí.

—En su trilogía hay una denuncia de la corrupción, los abusos, los poderosos... ¿Cree que la literatura tiene una función política y social?

—Es una pregunta muy compleja. Yo no creo en la literatura abiertamente política. Pero es verdad que la literatura contiene siempre una incitación a la rebelión. Leemos y escribimos novelas porque la realidad no nos gusta y aspiramos a una vida más plena. Esa incitación a la rebelión ya es política, no en el sentido de politiqueo, sino en un sentido profundo, moral. Estas novelas contienen una especie de alegato contra el poder. Lo que hace la literatura es rebelarse contra el poder, sea cual sea su signo. El poder lo que quiere es controlar a los ciudadanos, quiere ciudadanos dóciles, que digan sí a todo. Y, para empezar, lo que quiere es controlar el lenguaje, quien controla el lenguaje controla la realidad. El deber de los ciudadanos, empezando por los escritores, es rebelarse contra las mentiras del poder. En ese sentido, toda literatura auténtica es política. Y en el caso de estas novelas hay una denuncia contra estos abusos que los poderosos perpetran con impunidad, desde que el mundo es mundo. Por eso creo de nuevo que la literatura es útil, porque siempre es una incitación a la rebelión contra el poder, a la autonomía de los ciudadanos. Un lector con un buen libro en la mano es siempre un peligro público para el poder. Los lectores son gente peligrosa capaz de decir no. En estas novelas hay corruptos, poderosos que abusan del poder, un poder cínico y sin escrúpulos y gente que lucha contra eso, sobre todo un justiciero que hace cosas que en la realidad no se pueden hacer, pero en la ficción celebramos que alguien haga, porque las reglas de la ficción no son las de la realidad. Por eso también necesitamos la literatura.

—Melchor Marín tiene un pasado muy turbio y se toma la justicia por su mano.

—Ese es el corazón de estos tres libros. Para mí, escribir una novela consiste en formular una pregunta compleja de la manera más compleja posible y en no contestarla, al menos de una manera clara, unívoca, taxativa. Las respuestas de las novelas son siempre ambiguas, contradictorias, poliédricas. Y la pregunta central de estas novelas es: ¿Es legítima la venganza cuando la justicia no nos hace justicia?, ¿es legítimo tomarse la justicia por tu mano? La respuesta en la realidad es no, por supuesto, en una sociedad democrática eso es inaceptable. Pero eso no vale para la ficción. Lo que hace la literatura es poner en cuestión nuestras certezas más arraigadas, sacarnos de nuestras casillas, obligarnos a empatizar, a ponernos del lado de gente, ideologías, actos de los que en la vida cotidiana nos sentimos muy alejados o de los que, simplemente, abominamos. Tú lees Crimen y castigo de Dostoyevski y te pones del lado de Raskólnikov, que es un criminal. Ves El padrino y te pones del lado de Michael Corleone, que es un mafioso. Pues cuando lees estas novelas simpatizas con Melchor Marín, que hace cosas que en la realidad no se pueden hacer. Así se vuelve útil la literatura, porque nos cuestiona a nosotros mismos, porque, además del placer que nos entrega, nos obliga a hacernos preguntas incómodas acerca de nosotros mismos y sobre cómo reaccionaríamos en determinadas circunstancias. Ahora bien, la literatura es útil siempre que no se proponga ser útil. Si se lo propone, se convierte en propaganda o pedagogía.

—La trilogía de Terra Alta ha supuesto un punto de inflexión en su carrera. ¿A qué se debió ese giro?

—Estas novelas surgen, principalmente, de una voluntad de renovarme, reinventarme, rebelarme contra el escritor que era, de encontrar en mí mismo un escritor distinto. Cuando terminé El monarca de las sombras, sentí que ahí terminaba algo, que era el final de un camino que había empezado veinte años atrás, y no debía continuar por ahí, porque corría el peor de los peligros para un escritor, sobre todo a cierta atura de su trayectoria y si las cosas le han ido razonablemente bien como a mí, repetirte, convertirte en un imitador de ti mismo. En el momento en que un escritor hace eso está muerto, porque ya no puede decir nada nuevo.

—¿Habrá cuarta entrega de Terra Alta?

—Esa pregunta es muy complicada. En principio, está cerrada, es una trilogía. Es verdad que inicialmente la planeé como una tetralogía, pero ahora mismo mi idea es cerrarla, aunque el final es abierto. Mucha gente me ha pedido que siga, adoro a Melchor Marín. Es un personaje emocionante, como todos los que le rodean. Ahí estoy. Las novelas son como las guerras, se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban.

—Hablando de guerras, ¿cómo valora la invasión rusa de Ucrania?

—Esta no es una guerra solo entre Rusia y Ucrania, sino una guerra europea y entre nacionalpopulismo y democracia. En esta guerra estamos todos involucrados. Ahora todo es incertidumbre, nadie sabe hacia dónde puede ir. A diferencia de lo que pasó en 1936, cuando las democracias europeas abandonaron a la República, o sea a la democracia española, hoy la Unión Europea apoya a la precaria democracia ucraniana. Es un pequeño signo de esperanza.

Javier Cercas con Ángela Banzas y Emma Pedreira en la feria del libro de Vilagarcía.
Javier Cercas con Ángela Banzas y Emma Pedreira en la feria del libro de Vilagarcía. Martina Miser

—¿Zelenski podría ser un héroe novelesco?

—Todo el mundo es un personaje novelesco, depende del novelista. No hay nadie más gris que Madame Bovary, pero, sin embargo, es una de las heroínas más perdurables de la historia de la literatura universal. Y no hay alguien más aparentemente nimio que un loco perdido en medio de la Mancha y sin embargo es el gran héroe de la literatura universal. Admiro a Zelenski. Los ucranianos, con él como símbolo, están actuando de una manera extraordinaria, jugándose la vida y perdiéndola por defender algo que nosotros damos por descontado, la democracia, la vida en paz. Esto deberíamos pensarlo cada día. Zelenski encarna con sorprendente dignidad la resistencia de los ucranianos a ser aplastados por un poder despiadado y brutal. Quizá porque era actor y es consciente de la importancia de la representación.

—¿El «procés» catalán está muerto?

—El procés como tal acabó en el otoño del 2017 cuando topó con el Estado de derecho español, sostenido por el muro de la Unión Europea. Eso no quiere decir que el problema haya terminado ni esté resuelto. Más bien, está anestesiado, estamos anestesiados. ¿Es mejor la situación actual que en el 2017? Sin duda. ¿Se ha solucionado el problema? En absoluto, y no parece que haya interés por solucionarlo.

—Usted afirmó que los independentistas se apropiaron del lenguaje. ¿Está pasando lo mismo con la ultraderecha de Vox?

—Lo que intenta el poder es imponer su lenguaje. Quien controla el lenguaje controla la realidad. Ese ha sido el gran triunfo de los secesionistas y, por supuesto, Vox está intentándolo, como la ultraderecha en toda Europa. ¿Está ganando Vox? Yo creo que no, espero que no. ¿Puede ganar? Por supuesto, puede imponer su lenguaje, su marco mental; si eso ocurre, muy mal asunto. Las mentiras más tóxicas son las que contienen un gramo de verdad, en Cataluña lo hemos vivido y Vox lo intenta. Estamos hablando de extremos, Vox es una forma extrema de nacionalismo español, tóxica, como el procés. Vox es una reacción brutal frente al nacionalismo brutal del procés. El gran instrumento del nacionalpopulismo es la mentira.