«La alegría de las pequeñas cosas»: El mundo se desmorona y nosotros... miramos el móvil

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Círculo de Tiza reúne las columnas en «The Guardian» de la periodista Hannah Jane Parkinson, un compendio de textos en los que la británica nos invita a levantar la mirada y a fijarnos en los placeres cotidianos

11 nov 2022 . Actualizado a las 10:43 h.

Propone la periodista británica Hannah Jane Parkinson (Liverpool, Inglaterra, 1989) levantar la mirada, del suelo y, sobre todo, del teléfono móvil. Aflojar el ceño y el nudo en los labios tensados por la concentración en la pantalla y elevar los ojos, salir de ahí, que alrededor hay vida, detalles reconfortantes. «A veces eres feliz y no lo sabes», dice Susi Sánchez en la piel de Begoña en ese debut de la cineasta vizcaína Alauda Ruiz de Azúa sobre los gozos y las sombras de ser madre que es la estupenda Cinco lobitos. Y otras veces no lo eres, reparas en las pequeñas cosas que te rodean y empiezas a serlo.

En manos de Parkinson cayó hace cuatro años, en una época muy inestable de su vida, un compendio de ensayos breves de J. B. Priestley, un gruñón de Yorkshire que, a mediados del siglo pasado, entre obras de teatro, novelas y guiones se sentó a documentar sus placeres cotidianos. «Me ayudó a sacudirme el polvo de la chaqueta, a arreglarme el cuello de la camisa y a salir al mundo del nuevo», cuenta ella, y sobre todo la empujó a identificar esas cosas a menudo consideradas insignificantes que, sorpresa, la hacían feliz.

The Guardian, el diario en el que colabora desde hace años, se encontraba por aquel entonces inmerso en un profundo rediseño y Hannah, tras un 2018 especialmente revoltoso —el brexit, el trumpismo provocando escalofríos y las redes sociales convertidas en gran hervidero del descontento social—, propuso una columna periódica inspirada en el Delight de J. B Priestley. Su idea era simple, pero resultona: levantar el ánimo a los lectores. De ahí salió este libro, La alegría de las pequeñas cosas (Círculo de Tiza), recopilación de aquellos textos que se detienen en placeres que nos pasan desapercibidos, «inventario de deleites y hallazgos (...), de mecanismos que cargan de integridad la rutina», alaba Marta D. Riezu, la que más sabe de genialidades con pinta común.

Cierto es que la felicidad y el placer son cuestiones subjetivas, que muy probablemente nada tenga que ver lo que despierta el entusiasmo de una treintañera de Londres con lo que remueve a un señor de Murcia. O algo sí. Dicho esto, no subestimen la capacidad de Parkinson para apreciar lo que normalmente suele pasarse por alto y que, además, le sirve como excusa para meter en el dedo en alguna que otra llaga. Porque entre sus largos en agua helada y los goles en el último minuto también hay un toque de atención a la precariedad, a los desorbitados alquileres y a la insatisfacción como norma. Me quedo con las hojas de otoño crujientes y arrugadas, con la bromas privadas, con los ataques de risa en el momento más desafortunado y las llamadas telefónicas. «Escribir un "jajaja" nunca será comparable a la risa de un amigo estallándote en el oído».