Julia Rendón: «Toda madre piensa alguna vez en abandonar a su hijo»

FUGAS

De Conatus

La ecuatoriana irrumpe con voz precisa, afinadísima, para hablar en «Lengua ajena» de lo que nos define y de cómo nos define. Bienvenidos a las carreteras secundarias de la identidad y la maternidad

02 dic 2022 . Actualizado a las 10:47 h.

Bendita envidia la que provoca leer a Julia Rendón Abrahamson (Quito, 1978), porque ya se sabe que a escribir se aprende —o se lanza uno— por ganas de emular el don ajeno, esa facilidad del otro para juntar letras con genialidad. Cosquillean las yemas de los dedos al entrar en Lengua ajena, primera novela de la ecuatoriana que en España ha fichado por la escrupulosa editorial De Conatus, inquietas por teclear y acertar, como ella, en el verbo exacto, en la palabra precisa. Habla de «economía del lenguaje» cuando, acomodada en el sofá de una librería coruñesa un jueves de finales de noviembre, a última hora de la tarde, trata de explicar desconcertada su puntería, su capacidad para afinar el adjetivo, su gol al lector. El que asiste a la proeza cuando se asoma a sus páginas piensa instintivamente que no podía haberlo expresado mejor. Confiesa entonces Rendón que se toma tan en serio la depuración del lenguaje precisamente por respeto al que lee. Porque «no necesita que se lo expliquen todo, porque también ahí está el placer de leer», advierte. «Cuando yo leo no me gusta que me lo den todo hecho. Se me van las ganas», anota.

Tanta minuciosidad puede sonar a engolamiento, confundirse con intensidad, pero nada más antónimo a Rendón que el empacho. Lo justo y necesario está cargado de sustancia en una historia que arranca con un parto en un piso de Nueva York y que a través de 27 breves capítulos transita por las carreteras secundarias de la maternidad, reflexiona sobre la importancia del cuerpo y apela a ese concepto tan ambiguo y al mismo tiempo encorsetado que es la identidad.

«Me da vueltas y vueltas en la cabeza todo lo que tenga que ver con sacar del estereotipo los conceptos: esta cosa de que el migrante tiene que ser de tal forma cuando existe una diversidad inmensa, tantas maneras de emigrar. Si ya vamos a lo más profundo, en realidad todos somos personas migrantes, nómadas, el ser humano ha estado siempre caminando y moviéndose», dice. No se detiene: «Luego está esa idea de identidad hecha, tan marcada, tan aplastante, de que solo hay una forma de ser. Eres judío y eres así. Eres negro y eres de tal manera, latino y eres de esta otra. Y no, no hay solo una forma, hay diversas formas. La identidad se compone de muchas cosas pequeñitas que te van formando y que pueden cambiar. Cuestiono mucho esta idea de patria. Lo interesante es la reivindicación de las identidades que no le han servido al sistema, que han sido acalladas».

En Lengua ajena —el título hace referencia a cómo se construye la memoria, «que es propia, pero también es ajena», que se va formando con lo que uno hace, pero también con lo que hicieron otros, los que estuvieron antes, nuestros antepasados—, la que habla es una mujer joven, ecuatoriana, separada y madre de una niña pequeña. A través de secuencias deslavazadas, una por capítulo, trata de entender quién es y quiénes fueron las (y los) que la han hecho ser así, aprender a ser una desplazada a la fuerza, a vivir sabiéndose expulsada. De vidas camaleónicas y adaptaciones al medio, de paciencias resignadas —continuamente al borde del abismo, siempre a punto de coger la puerta y largarse—, de gestos que son herencias inconscientes e incluso de sexo para llenar vacíos va esta potente novela que Rendón arrancó con una escena que, al final, terminó dejando fuera: «Era una imagen en una hacienda de Quito, y se quedó en apenas nada, en una referencia muy pequeña —cuenta—. Pero en esa escena resulta que estaba todo el fondo de lo que es la protagonista. A veces tengo algo en la cabeza, y eso no termina en el libro, pero sí está en mi cabeza. A pesar de que no se dice, de que no está escrito en palabras, esa escena está ahí, está ahí sin estar explícitamente. Es decir, si yo no tuviera eso ni en mi mente, no podría haber escrito el resto».

Con la historia de esta mujer —y de su exnovio catalán y de su pequeña Lola y de su abuela Hannah— respirando por sí misma, ya en manos de los lectores, Rendón se confiesa «asombrada» con dos lecturas. La primera, lo incómodos que están resultando sus personajes masculinos. «La protagonista reflexiona sobre un linaje de mujeres, pero ella se relaciona todo el tiempo con hombres —se explica—. Pero por la respuesta que estoy recibiendo siento que se salen un poco de las masculinidades a las que el lector está acostumbrado». La segunda, la mecha que están prendiendo los fragmentos sexuales. «Me llama la atención que el libro está resultando bastante erótico —comenta, elevando la carcajada—. Esta personaja necesitaba esas relaciones, esa manera de estar en el mundo». De nuevo la destreza para clavarlo. Lee un fragmento y los que atienden se agitan. Siendo migrante, no cae en lo exótico. A ella le interesa más el abanico de lo común. Su voz nos plantea una maternidad que de romantizada nada tiene, con impulsos que corren por las venas —«Toda madre ha pensado alguna vez en abandonar a su hijo», asume— y soledades tan escogidas como desangeladas. Familias dislocadas. Hoy con mamá, mañana con papá.