Carlos del Amor: «Caravaggio era para darle de comer aparte, hasta mató a alguien»

FUGAS

Carlos del Amor ante el retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, de Domenico Ghirlandaio, que reproduce en la portada de su libro «Retratarte».
Carlos del Amor ante el retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, de Domenico Ghirlandaio, que reproduce en la portada de su libro «Retratarte».

«Emocionarte», premio Espasa 2020, nos reveló la vida secreta de muchos cuadros. El cronista sensible vuelve a desperezar una vez más nuestro asombro en «Retratarte»

02 dic 2022 . Actualizado a las 15:47 h.

Su mirada pasea curiosa por los cuadros y la vida, y por la vida oculta de los cuadros. No por las anchas avenidas de lo sobradamente transitado, sino por lo que no se oye, no se ve y no se suele contar. Su mirada es paciente, singular, indiscreta y enamorada. «Trato de tener mi mirada, una mirada de asombro ante un cuadro y ante lo que esconde. Cuando te cuentan cosas de una obra de arte, los avatares que ha sufrido la obra y los personajes que la habitan, la expresión es 'guau', es de decir: '¿Cómo es posible que sea verdad'», cuenta. «Y descubres que sí, que es verdad, que no se lo están inventando», señala Carlos del Amor (Murcia, 23 de junio de 1974), cronista con arte, gran fabulador sujeto a la realidad.

­—Pero su asombro no es espontáneo, tiene gimnasio, está muy entrenado...

—Es un asombro basado en hechos reales, como se dice en algunas pelis.

­—«Retratarte» es hijo de «Emocionarte», el ensayo que le dio el Premio Espasa 2020 y que conquistó a miles de lectores. ¿Por qué se centra ahora en el retrato?

—Es una consecuencia lógica. Este libro es hijo o hermano de aquel. En aquel, la mayoría de las obras eran obras generales. En tele hablamos de plano general, plano medio y plano corto. Entonces, hemos pasado del plano general al plano más corto, donde solo hay un personaje, donde todo se reduce a un personaje. El ser humano frente a nosotros y frente al artista que lo pintó.

­—Ser retratado es un examen.

—Sí, es duro ser retratado. Me imagino que la mayoría de los retratados no eran conscientes de que iban a pasar a la historia. Quizá no se imaginaban que sus caras iban a colgar de los museos y a sobrevivir siglos. Si lo supieran, igual no habrían posado. Me interesaban mucho los retratos no complacientes.

—¿Cuál ha sido el criterio de selección de estos 35 cuadros del libro?

—El asombro del que hablamos antes, que el cuadro tuviese detrás una historia que no pareciese verdad, que pareciese inventada. Otro criterio era que yo los conociera y que lo que me contaron sobre ellos hubiera causado un impacto en mí. Mi segunda casa son los museos, los paseo mucho. Cuando paseas por los museos, vas oyendo cosas, como cuando vas por la calle. O como un escritor en un bar... El requisito era, sobre todo su capacidad de asombrarme.

—Unas miguitas de asombro para entrar en «Retratarte»: el relato que acompaña a «Retrato de una cortesana», de Caravaggio, tiene un final de infarto.

—Es que Caravaggio es para echarle de comer aparte. Cuando lees su biografía, piensas: «¿Pero este hombre ha vivido todo esto y a la vez le ha dado tiempo a ser uno de los grandes de la historia del arte? Me admira que alguien tenga esa capacidad... Caravaggio hasta mató a alguien...

—¿Le cortó el pene a un proxeneta?

—Sí, sí, y dices: «¿Cómo es posible?». No hace falta imaginarlo, está ahí, solo hay que contarlo. Caravaggio es el ejemplo extremo de lo que significa Retratarte. Por mucho que te cuenten, no lo podrás inventar.

—La desnudez de algunos de los retratos es de una dureza muy poco acogedora, pero otros tienen una luz y una belleza cercana y sublime a la vez. Por ejemplo, el autorretrato de Serebriakova en el tocador. ¿Quién diría que esa mujer sufriría después una suerte trágica?

—Ves ese retrato congelado en el tiempo, ese instante de felicidad, de calma, y sientes que la felicidad es frágil, como la vida. Esa chica que nos mira llena de belleza, peinándose en el tocador, y mirándose al espejo... su vida va a voltear tanto... Eso siempre me ha llamado la atención, cómo en un momento todo es felicidad y después no. Queda ese momento efímero en el cuadro. Juzgaríamos al verlo que fue una mujer feliz. Y su vida se fue a negro. 

—En este libro-museo uno puede pasear picoteando y curioseando por aquí y por allá.

—Esa es la mejor manera de leer el libro, sin tener por qué seguir el orden. Un capítulo se puede leer en media hora, pero podrías quedarte horas en un cuadro, o en un personaje; y de uno sale otro...

—Nos gusta seguir la pista de los cuadros que mencionas, pero no están en el libro. Obligas a ir a buscar a internet, hay aquí muchos más cuadros de los que se reproducen con protagonismo.

—Claro, es como esos libros de decide tu propia aventura, ¿no?

—¿Cómo es posible que muchos no conozcamos a María Bashkirtseff, la «artista efímera»?

—Es muy posible, porque es mujer, y eso no ayuda a desarrollar tu carrera. Me llamó mucho la atención su mirada, que es muy diferente. La niña del paraguas podríamos ser cualquiera en cualquier momento de nuestra vida.

—Qué maravilla también el «Desnudo femenino» de Aurelia Navarro. Ese desnudo a lo  «Venus en el espejo» de Velázquez le costó su ingreso en un convento.

—Es un autorretrato, que pintó muy joven. Por ser mujer, no tuvo el recorrido que pudo haber tenido.

—La española Miriam Escofet, como nos recuerda en «Retratarte», tiene el honor de haber el último retrato de la reina Isabel II. Aunque el retrato de Escofet que nos sobrecoge más es el que la artista hizo de su madre, «Un ángel en mi mesa».

—Sí, en el de su madre hay un juego con la luz, con la perspectiva de los planos, con la profundidad; una mujer en su cocina sentada con su vajilla más preciada delante, todo está ahí lleno de simbolismo. Con ese ganó el premio de retratos que le posibilitó pintar a la reina.

—¿Es cierto que la soberana le hizo un reproche irónico a la pintora tras ver el retrato?

-Sí, sí, cuando la reina vio el retrato le dijo: «Está bien, pero en la taza falta el té»; con ese sentido del humor británico se lo soltó.

—¿Se ha dejado fuera a alguno de los grandes, con ganas... o con pena?

—Me ha dado pena no incluir a Rembrandt, pero no quería repetirme con Emocionarte. Tanto se autorretrató Rembrandt que debía estar en este libro, pero lo dejamos fuera por eso. Aunque se puede seguir su trayectoria vital, verle envejecer a través de sus cuadros... por eso me ha dado pena dejarle fuera.

—¿Qué obra de las que ha elegido para «Retratarte» le emociona más?

—No lo sé, antes hablábamos de Aurelia Navarro, y me gusta mucho todo lo que encierra, todo lo que esconde su obra. Me emocionan muchas artistas que no pudieron llegar a demostrar lo que llevaban dentro. Aurelia Navarro es un caso. Pero incluso el dibujo hecho por Rosario Weiss Retrato de Ramón Mesonero Romanos me emociona, porque pienso en esa chiquilla a la que Goya le enseñaba a empuñar los lápices. ¡Que te dé clases Goya!... Todas las historias las he elegido porque tienen una emoción que me atrapó y me invitó a contarlas.

—La perspectiva de género atraviesa su mirada de manera natural. No hay que echar cuentas, no hay que contar con los dedos a ver cuántas mujeres artistas salen...

—Lo que espero es que llegue un día en que eso no sea noticiable, sino que hablamos de artistas en general, y ya está. Pero aún es necesaria una investigación para ver cuántas artistas mujeres son desconocidas...

—¿Cómo consigue, pese a las rutinas y cansancios, ante los grises y marrones de la inercia cotidiana, no desgastar el asombro en su mirada?

-¿Si perdemos el asombro, cómo vamos a contar las cosas? ¿Cómo no vamos a asombrarnos ante muchas de esas cosas que somos privilegiados por poder ver gracias a esta profesión? Es nuestro deber: no perder nunca la capacidad de asombro. 

—¿Qué le parecen los episodios de activismo climático contra las obras de arte?

—Es una reivindicación necesaria que utiliza un arma equivocada, y que se puede volver en su contra. Lejos de ganar adeptos, se los deja por el camino. Se equivocan las formas. No hay que ir a llamar la atención por la crisis climática a un museo.

—Es una forma extremadamente potente de protesta.

—La cuestión es el efecto que provoca, si provoca empatía o antipatía... Y luego puede dar ideas a gente que no lo haga sin saber si de por medio hay un cristal o no, que lo haga y cause un daño más irreparable.