El día que cumplí 53 años publiqué una foto en mis redes sociales. Debajo, esta frase: «Nunca hubiera imaginado que llegaría a los 50 con este culo». Omití que llevaba meses privándome de cenar y de cosas inútiles y necesarias para ser feliz como el vino, el queso y las patatas fritas.
Todas las mujeres queremos ser delgadas, misión imposible excepto para aquellas que lo son. Ser delgada no se puede elegir, como no se puede elegir ser alta o tener una genética libre de colesterol. Las que hemos nacido en cuerpos con tendencia a estar mullidos, como mucho podemos aspirar a estar delgadas.
Mi amiga A. dice que lleva toda la vida a dieta para estar gorda. No es mi caso, si mido una a una las calorías puedo conseguir una foto que lucir en Instagram, pero mi naturaleza es mullida como la de un edredón. Digo esto porque puede parecer arrogante hablar desde mis kilos de más, más o menos normativos y no desde una situación de sobrepeso tan evidente que no se te permite ser otra cosa que gorda. Puede que lista, amorosa, ambiciosa, compasiva, capaz, inteligente, divertida, brillante, exitosa, pero siempre gorda.
Ser gorda, algo tan aleatorio como ser delgada, es imperdonable en esta sociedad. A las gordas se las acusa de «dejadas», aunque luzcan relucientes y estilosas como el personal del Vogue. Si eres gorda, es por abandono, por renuncia, por fracaso vital al margen de tus logros.
En su libro, imprescindible, Cinco lorzas metafísicas, María von Touceda, esa genia a la que me encantaría conocer, cuenta cómo vivió de joven una crisis de salud mental. Consiguió salir del encierro en el pozo negro de la enfermedad y regresó al mundo recuperada, pero con un cuerpo que ocupaba mucho más espacio. Hizo buenos amigos, definitivos, pero sexualmente «desapareció» aunque antes había sido la amiga que ya se ha follado a tu novio. Tiempo después dejó la medicación y adelgazó mucho. De repente, volvió a ser objeto de deseo. Estaba como las maracas de Machín, pero resultaba mucho más atractiva desequilibrada que gorda. Obviamente, el delirio está en la mirada de todos.
También en la mía. Sigo queriendo, inútilmente, ser delgada.