Turistas en Foz, veraneantes en O Valadouro

Jorge Casanova
jorge casanova FOZ / LA VOZ

GALICIA

PEPA LOSADA

Los dos concellos de A Mariña multiplican su población, pero los veranos son bastante diferentes

27 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Decae agosto y esa nube que tan mala prensa les ha dado a los de Foz está cómodamente instalada frente al sol. La playa de A Rapadoira está poco menos que desierta y el turisteo se despereza. En Foz hay arriba y abajo. Arriba está el concello, los bancos, los supermercados... el pueblo. Abajo están el muelle y la playa: «Esto en invierno está muerto», dice José Antonio, un currante del mar de 56 años que deja pasar el tiempo en un banco del puerto, «Así que ver a tantos turistas da alegría». El hombre no es capaz de expresar queja alguna porque la población costera multiplique por tres su población en las semanas más cálidas del verano. A José Antonio no le perturba el aumento del tráfico, ni las colas en el súper... «Puede que a otro le molesten. A mí no».

La mañana avanza y los turistas van saliendo de sus guaridas. Cuando abajo empieza el ambiente, arriba la animación ya es notable. A falta de bolsas de playa, fluyen las bolsas de supermercado: «Aproximadamente multiplicamos el trabajo por cuatro», confirma la encargada de un supermercado de tamaño medio que, a mediodía, bulle de clientes. El verano hace que el negocio aumente. ¿Y los problemas? «¿Problemas? Aquí ninguno».

PEPA LOSADA

En general, vecinos y turistas no aprecian molestias reseñables. La villa puede cómodamente con su aumento poblacional. Y eso que una de las calles principales está cortada y en obras, de modo que la sensación de tráfico denso y gente por las calles, es aún mayor. «La verdad es que hay días en los que no hay donde arrimar un coche -señala José, un jubilado de Lugo acostumbrado a pasar parte del verano en Foz-, pero hay que amoldarse. No nos vamos a quejar por eso. Yo creo que aunque vinieran algunos pocos más, todavía cabían».

A estas alturas, Foz ya parece una villa con turistas, esa gente que se pone ropa con la que no se atrevería a pasear por su calle. No es el caso de Mercedes, una señora de 50 años que veranea en Foz «desde que era una niña». Como no hace día de playa, se ha comprado una revista que lee en el paseo marítimo: «Yo diría que cada año viene más gente, aunque a mí no me agobia». Y aunque considera que algunos precios son más baratos que en Madrid: «Me parece que ya se están dando cuenta y hay cosas que ya se están poniendo un poco subiditas».

Lo cierto es que el Concello de Foz es consciente de la importancia que el turismo tiene para su economía e intenta estimular el verano y paliar en lo posible lo que supone ese aumento de población: «Hai máis xente e mánchase máis. Por iso estamos máis xente limpando», explica un barrendero. Está contratado temporalmente para reforzar el servicio de limpieza y dice que tienen las calles poco menos que niqueladas: «Pode ir mirar a Ribadeo, a ver como as teñen», expone como prueba irrefutable.

En O Valadouro la mayoría de la población flotante es gente procedente del concello Con las terrazas ya a buen ritmo, nos trasladamos 15 kilómetros al oeste hasta Ferreira do Valadouro, en O Valadouro, un concello donde habitualmente viven unas dos mil personas y que en los mejores momentos del verano alcanza las cuatro mil almas. Y no es lo mismo, claro. Aunque también se ven algunas camisetas de color flúor sobre bermudas de cualquier tono, la gente que empieza a desaparecer del centro del pueblo para ir a comer a casa habla más gallego que castellano y viste con algo menos de desenfado del que se apreciaba en Foz.

«Se nota mucho en los niños -dice Julia, de 65 años-. Hay muchos y andan siempre por la calle. En cuanto llegan a Ferreira, los padres los dejan sueltos». La señora está encantada con esa algarabía que desaparece en invierno casi por completo. Y no le incomoda, por ejemplo, que haya más gente en el súper. Al contrario.

La mayor parte de esa población flotante es gente que procede del concello y tiene casa allí. Un fenómeno común en la mayor parte de los pueblos de Galicia, siempre con las puertas abiertas hacia la emigración. «Yo vengo por mi madre -dice Ana, una señora de 57 años, residente en Madrid y que espera turno para ir a la peluquería-. Si no fuera por ella, quizás no vendríamos todos los años. Eso sí, para tranquilizarte, esto es lo mejor». Eso es lo que dice el alcalde, Edmundo Masede: «Nós vendemos tranquilidade, este é o mellor sitio para cargar as pilas».

Con agosto en decadencia, los turistas, que aquí en Ferreira ya no son turistas sino veraneantes, van haciendo las maletas. Algunos se quedarán hasta las fiestas patronales. Cuando acaben, en el pueblo se quedarán los de siempre. Entre ellos Ana, la farmacéutica que admite que allí se trabaja bien todo el año, aunque en verano se activa toda la línea infantil, que después queda parada. Trabaja en Ferreira, pero reside en Foz. Y a ella sí que le perturba la aglomeración: «Uf. Mucha gente, mucho tráfico... Aquí caben más turistas, pero en Foz yo diría que ya no». Como se sabe, cada uno habla de la feria según le va.

La villa de Foz puede cómodamente con el aumento de visitantes