SOS desde el callejero del mar

Mila Méndez Otero
mila méndez REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Mila Méndez / Senén Rouco

Expertos en toponimia recuperan los nombres de rocas y puntas antes de que se pierdan entre coordenadas GPS

26 sep 2017 . Actualizado a las 16:11 h.

Bautizaban cada roca, cabo o cueva. También los relieves oceánicos. El mar era su medio de vida y lo conocían como la palma de la mano. La desaparición de los veteranos pone en peligro este patrimonio oral y recuperarlo es una labor difícil pero gratificante.

Según la zona, la dunas se llaman tombos, moutillóns, malloeiras o motroncos «Pasas a punta Falsa, miras para arriba e ves un frade capuchino rezando cun libro. Cando chegas aí sabes que estás no Flaire», explica Adrián Abella Chouciño. El investigador local es una de las voces más expertas en la toponimia marítima del litoral de Malpica. El mérito, subraya, no es suyo, sino de los viejos marineros que, con una memoria envidiable, retienen los nombres con los que sus antepasados nombraron cada rincón de la costa. Los transmitieron durante generaciones, «por instinto de supervivencia», y ahora corren el riesgo de desaparecer. «Levo toda a vida aquí e non coñecía nin o 5 % de todo este patrimonio inmaterial», confiesa Adrián. Los GPS y los radares son para él los culpables. Los nuevos marineros ya no necesitan saber, como urgía a Secundino Cuevas, Paco de Corme o Chucho de Carriliño, sus fuentes, que en la punta de vendaval de Sisargas, Talieiro, era bueno echar las nasas. «Antes eran analfabetos en terra pero catedráticos no mar», opina Adrián.

Muchos kilómetros al sur, en la desembocadura del Miño, empezó su trabajo de recopilación Xosé Lois Vilar, autor de Os nomes do mar. Talasonimia na costa sur galega. Este historiador de formación se embarcó con veteranos lobos de mar de la zona para documentar los nombres propios de las rocas, de la superficie marina, «clasificada comas as rúas dun barrio», de cada rompeolas y también de los lechos marinos. Los apodos de los pescadores iban para los bancos de pesca a los que eran asiduos o para los lugares en los que murieron amigos. Un documento vivo de los naufragios. «En Cabo Silleiro temos O Cunichán. En 1906 afundiu aquí un barco inglés, o Collingham», cita Xosé Lois Vilar, miembro también del Instituto de Estudios Miñoranos.

«Os que ían á robaliza son quen mellor coñecen os fondos», dice un investigador La inspiración venía también de las formas que les recordaban las rocas, «nomes figurativos, de fácil recordo. A una pedra máis grande chamábanlle A Vaca, á máis pequena O Becerriño», dice Adrián Abella. Investigando, Xosé Lois descubrió además una gran variedad en los nombres genéricos. «Os mariñeiros nunca falaron de dunas, senón de tombos nas Cíes, de moutillóns en Baiona, de malloeiras en Louro, de motroncos en Carnota ou de terrallouzos en Ferrol», detalla.

«O único xeito de salvar toda esta microtoponimia é consultándolle á xente que explotou este mar. Os que ían á robaliza son os que mellor coñecen os fondos mariños. Se había un outeiro bo, eran as pedras ás que, sabían, tiñan que volver», cuenta Vilar, que guarda dos libretas de los años 50 con las marcas anotadas por dos vecinos.

Las cartas no son de fiar

Las cartas náuticas de organismos como el Instituto Geográfico Nacional, advierte, «non son de fiar. Inventan nomes que non existen e os reais dislócanos». Pone ejemplos: «En Monteferro, Nigrán, hai un lugar que se chama As Gateiras. Se o buscas no Google Maps figura como Las Gaiteras. Rapacarallos, en Baiona, aparece como Piedra de Rapa». Solo en los 40 kilómetros de costa que ha peinado hasta Nigrán ha recopilado 1.300 nombres. «Se multiplicamos isto por toda a extensión que ten o litoral galego estamos a falar de máis de 50.000 topónimos en perigo de extinción», advierte. Muchos se perdieron pero el reto de preservarlos, opina el también arqueólogo, es «abarcable».

Desde la Real Academia Galega, Vicente Feijoo, responsable de toponimia, reconoce que la marítima merece un capítulo aparte. «Os nomes dos montes ou das leiras eran máis coñecidos e compartidos. No mar, se un percebeiro sabía que a Pedra das Mulleres tiña moito marisco, non o desvelaba -admite-. Estes aínda teñen máis risco de esvaecerse». Lo cierto es que los viejos marineros van muriendo. «A paisaxe inflúe na xente. En Galicia cada cumio, cada rego, cada ponte, cada pontella é unha fronteira», resalta Adrián Abella. Y todos sabemos que no puede haber nada más gallego que eso.